Ciencia, celeridad y fraude

La frenética carrera que está teniendo lugar en las investigaciones sobre el coronavirus es una clara muestra del dinamismo del medio científico, pero también nos hace pensar sobre los riesgos que supone la necesidad de obtener y publicar resultados a toda velocidad. Las publicaciones sobre la nueva enfermedad se propagan con una celeridad próxima a la del coronavirus. Y este río revuelto es un medio propicio para que proliferen todos los tipos de comportamientos científicos, también los fraudulentos.

La prestigiosa revista The Lancet, que aplica la práctica habitual de someter a sus publicaciones a una revisión por pares, acaba de retirar un artículo de los investigadores Yinchun Zen y Yan Zen que describía la manera de trabajar de las enfermeras que tratan el coronavirus en Wuhan. Los dos autores del artículo, publicado el 24 de febrero, afirmaban haber estado entre los primeros médicos en llegar a la primera línea de la epidemia. Sin embargo, inmediatamente tras la publicación, el equipo médico de emergencia que había sido enviado desde Guangdong a Wuhan emitió un comunicado afirmando que los dos autores del artículo nunca formaron parte de su equipo y que la información publicada era falsa. Los autores reconocieron entonces que la información que proporcionaron «no era de primera mano» y The Lancet se vio obligada a retirar el artículo tan sólo dos días después de su publicación.

En este caso se trataba de un artículo de tipo «correspondencia», contribuciones que se publican de manera urgente por contener información muy fresca y que, por ello, escapan a la revisión de pares. En unos gráficos publicados por Sharma, Scarr y Kelland en Reuters el pasado 19 de febrero se muestra que desde el comienzo del brote de Covid-19 hasta el 10 de febrero ya se habían publicado 153 estudios, incluyendo análisis genéticos, informes clínicos e investigaciones epidemiológicas, en los que colaboró un total de 675 investigadores de todo el mundo. Uno de estos estudios sugiere la posible relación entre el Covid-19 y el VIH, otro menciona la posibilidad de que haya pasado a los humanos desde los murciélagos, otro describe unos modelos que estiman la velocidad de propagación, etcétera.

Richard Horton, el editor en jefe del grupo de revistas The Lancet, reconocía las dificultades de gestionar la avalancha de 30 a 40 manuscritos que le llega cada día solicitando publicación. No cabe la menor duda de que la mayor parte de todo este material es riguroso y resulta útil en la lucha contra el coronavirus. Pero también es cierto que esta manera desenfrenada de trabajar se presta a publicar resultados precipitados, defectuosos e incluso fraudulentos. De hecho, el 60% de los 153 estudios analizados por Reuters eran manuscritos en forma de preprint, preimpresiones o informes preliminares, que no habían sido sometidos a revisión por pares.

Gracias a internet proliferan unas nuevas plataformas para archivar documentos, como BioRxiv o ChemRxiv, que, sin control, facilitan este tipo de publicaciones sin revisión. Tales plataformas son ideales para publicitar resultados poco contrastados que pueden ser difundidos a continuación por las redes sociales sin que haya distinción con estudios más completos. Por ejemplo, el artículo que sugería las similitudes del Covid-19 con el VIH fue recogido por 25 medios de comunicación y fue objeto de 17.000 mensajes en Twitter. No obstante, este trabajo había sido criticado fulminantemente por la comunidad científica, lo que le llevó a ser retirado muy rápidamente.

Esta epidemia es una circunstancia excepcional que está sometiendo a los científicos a una gran presión para que obtengan resultados con celeridad y para que los publiquen de manera inmediata. Pero debemos ser conscientes de que, aunque a un nivel menor, esta presión está omnipresente en el mundo científico en todo momento. La carrera científica, el obtener un puesto de investigador de plantilla o de mayor relevancia, el acceso a las grandes infraestructuras (como telescopios, aceleradores de partículas, o supercomputadores), el conseguir subvenciones para poder continuar con las investigaciones propias o del grupo, todo depende de un sistema de evaluación que está basado en las publicaciones y en su impacto. Publish or perish (publicar o morir), éste es el lema del funcionamiento de la ciencia actual que expresa muy acertadamente la hipercompetitividad imperante hoy entre los investigadores y entre los centros de investigación.

Debido a esta fiebre por la publicación, el número de artículos científicos que se retira de las revistas no cesa de crecer y se ha multiplicado por diez en los últimos 20 años. Olivier Klein y Vincent Yzerbyt muestran que, en estas dos décadas, los artículos retirados en ciencias biomédicas han pasado de 5 a 50 por cada 100.000 publicados. La causa principal para retirar un artículo es el fraude (43%), seguido del plagio y autoplagio (24%) y de errores en la investigación (21%).

Ciertamente 50 de cada 100.000 publicaciones es una pequeña proporción, pero el daño que causan los resultados inexactos o fraudulentos pueden ser enormes. Recordemos el caso paradigmático del hombre de Piltdown. Este fraude comenzó en 1912, cuando se anunció el hallazgo de unos restos óseos fosilizados que fueron interpretados como procedentes de un humano primitivo que debía ser el eslabón perdido entre el simio y el hombre. Los debates se prolongaron en la comunidad científica durante más de 40 años, hasta que en 1953 se confirmó, sin dejar lugar a dudas, que tales restos correspondían a un cráneo humano moderno y a la mandíbula de un orangután. En este caso, los impostores (principalmente el arqueólogo aficionado Charles Dawson) tuvieron la habilidad de encontrar el resultado que la comunidad científica estaba buscando insistentemente.

Los prejuicios en las investigaciones siguen estando muy presentes hoy en día. Se busca con ahínco un resultado y siempre puede haber alguien dispuesto a ofrecer el hallazgo de la manera que sea. Así la investigadora Haruko Obokata del Instituto Reiken (Japón), con tan solo 30 años de edad publicó a principios de 2014 dos artículos en la prestigiosa revista Nature describiendo una técnica sencilla para obtener células madre a partir de células corrientes de ratón adulto. Acogido el resultado como genial primicia, pronto se desataron las sospechas por incoherencias en los artículos y por indicios de trucaje en imágenes. Una investigación llevada a cabo en su instituto demostró, en abril del mismo año, la culpabilidad de Obokata y llevó a retirar sus dos artículos de Nature. En estos casos los coautores de las publicaciones se ven en una situación muy delicada y es difícil determinar su nivel de responsabilidad, pues a menudo no todos los coautores tienen acceso a todos los datos y procedimientos del trabajo. El mentor científico de Obokata, Yoshiki Sasai, aunque era coautor en los artículos de su discípula, había resultado exculpado en la investigación; pero, aun así, no pudo soportar la indignidad y se suicidó en agosto del mismo año.

La reproducibilidad, esto es, la capacidad para que un experimento pueda ser reproducido por otros investigadores, es uno de los fundamentos del método científico. Pero en el sistema de investigación actual, en el que los laboratorios compiten por tener el equipamiento más avanzado y sofisticado, reproducir un experimento puede entrañar muchas dificultades. El científico fraudulento puede ampararse en estas dificultades, así como en la confianza que suele imperar entre sus colegas. Y, si es descubierto, a veces puede alegar que las medidas que requerían condiciones de precisión extremas habían sido falseadas por efectos indebidos de la instrumentación.

Aparte de los esfuerzos innecesarios que hace realizar a los investigadores honrados, el fraude, aunque constituya un porcentaje muy pequeño de la producción científica mundial, daña de manera grave la imagen de la ciencia ante los ciudadanos. Para corregir el fraude hay que comenzar dando a los investigadores jóvenes una formación muy sólida en ética y deontología. Además, cuando en una investigación están involucrados varios científicos (como suele ser la norma), hay que favorecer el acceso a los datos y a los procesos de análisis a todos los coautores de un artículo. Una plataforma denominada Open Science Framework permite a los investigadores poner en internet todas las etapas de su proceso de investigación, favoreciendo así la reproducibilidad. La Comisión Europea estimula este tipo de iniciativas y es muy posible que, en un futuro no muy lejano, se impongan estas prácticas para acceder a las subvenciones públicas. Airear las publicaciones que son retiradas (como hace el blog retractionwatch.com) también ayuda a la transparencia.

La presión actual por publicar mucho, aprisa y con impacto, propicia la fragmentación de los resultados en múltiples artículos, va en detrimento del rigor, invita al sensacionalismo y es un estímulo para que prolifere el fraude. Además de las medidas expresadas más arriba para promover la integridad de los investigadores, se necesita un cambio de mentalidad en el sistema de evaluación de la investigación científica.

Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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