Ciencia, conciencia y coherencia

Hoy no hay sesión clínica. Ha muerto Juan José López-Ibor Aliño, mi gran amigo. Durante años hemos compartido amor fraterno, que se define como aquella situación en la que uno coincide en el análisis de las personas y las cosas, «amor intelectuallis», amor al saber, amor al trabajo. Nuestra amistad se remonta a nuestros padres, que coincidieron en los años en que era profesor de Patología General don Fernando Enríquez de Salamanca. Eran los años cincuenta. Juan era un hombre de ciencia, conciencia y coherencia, cualidades muy difíciles de tener. Se dice que gracias a ellas san Vicente Ferrer resolvió el compromiso de Caspe, pacto en el que curiosamente se utilizó por primera vez un peritaje psiquiátrico.

El acontecimiento que mejor sintetiza a Juan son sus escritos o corpus docente, aparte de sus célebres aforismos, que utilizaba para sus alumnos y repetía una y otra vez en sus sesiones clínicas: «Las cosas empiezan por el principio», «siempre hay que hacer lo que hay que hacer», «lo más frecuente es lo más frecuente», «clasificar no es diagnosticar», «esto no sirve para aprobar la asignatura, pero sí para diagnosticar»...

Parafraseando a Ortega, «dado un hecho», una sesión clínica, una navegación por su mar Mediterráneo, una corrida de toros, una ópera... conseguía Juan llevarlo por el camino más corto a la plenitud de su significado, todo ello empapado de vitalismo y buenas maneras. Lo sabía hacer. Yo lo viví y lo vivencié.

Juan fue el interlocutor en cientos de entrevistas a distintos personajes, con los que compartía y comentaba sus sesiones clínicas. Una de tantas –y muy especial– fue cuando la Comisión de Ética de la Sociedad Mundial de Psiquiatría visitó al Papa Juan Pablo II, a quien se le preguntó cómo explicaría la enfermedad mental, teniendo en cuenta que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. «¿Es que yo soy un hombre indigno?», preguntó Juan Pablo II. Juan fue ese interlocutor.

La obra y la vida de Juan son un ejemplo de lo que hoy se llama el «mundo de Leonardo», que explica que el humanismo y la tecnología van de la mano. Dentro de ese «mundo de Leonardo», y de la mano de la humanidad, nos lleva Juan al descubrimiento de la intimidad, a la ipseidad y la subjetividad, creando una nueva cultura de la identidad (el yo mismo) por diferentes factores de vulnerabilidad de hipótesis genetistas y entornos culturales particulares, llegando a amalgamar la posibilidad entre cultura, civilización y enfermedad mental.

Un ejemplo de todo ello es el rey Lear. Hay dos concepciones –dice Juan– entre el mundo antiguo y el mundo moderno, el psicológico y el sociológico. En el centro del conflicto está el rey Lear (drama, tragedia). Juan habla del colapso de la razón como punto central de la obra, una transgresión del orden divino, que termina por ser demolido, allanando el camino para que surjan poderes demoniacos... Juan utilizará estos conceptos para hacer un diagnostico diferencial entre esquizofrenia y un trastorno de personalidad en un anciano rey. Lo hace también con Rousseau, con san Agustín y con Balzac, y en su magnífico estudio sobre Hölderlin. Todo ello lo utiliza para su teoría de la esquizofrenia y de su tesis sobre cuándo aparece y por qué.

Quiero antes de terminar comentar el último artículo escrito por Juan en la «Revista de Occidente». Juan descubre algo novedoso en Velázquez. Aprovechando la hipótesis de Valvuena, Juan la convierte en una tesis sobre la esperanza, y ve en «Las Meninas» el testamento de Velázquez. No se deja llevar por los malos augurios sobre su tiempo y deja abierta la esperanza en otros mundos, otras formas, otro estilo de vida: ve una ventana que ni siquiera aparece en el lienzo, una escalera iluminada.

El verdadero testamento de Juan, que le obsesionó, es el concepto de logos, comenzando con los presocráticos, terminando con el Evangelio de Juan y basándose en el mundo armónico entre la naturaleza, el ser humano y el conocimiento, traduciéndose el logos por ra

tio (razón). En el Antiguo Testamento, Dios fue estableciendo progresivamente una relación con la humanidad. En el Nuevo Testamento, verbum y logos se convierten en sinónimos en el primer versículo de san Juan. El mensaje del verbum es que Dios, la Creación, la naturaleza y el pensamiento humano comparten las mismas particularidades y, por lo tanto, son accesibles a la comprensión humana.

Finalmente, solo se puede presumir de lo que a uno no le cuesta esfuerzo. Presumir de la amistad de Juan ha sido y será un privilegio. Juan era, sobre todo, médico, como le gustaba decir. Marañón, también en su epitafio, solo puso «médico». Un médico, un humanista, un cristiano, magnánimo en su saber, en el concepto de ética de Nicómaco.

Gracias, Juan.

Juan Coullaut-Valera Jauregui, psiquiatra.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *