Ciencia: pasión por el conocimiento

Hace unos 2.500 años, Aristóteles postulaba que la curiosidad y el afán de conocimiento son una característica de la especie humana. La ciencia constituye una respuesta a esta curiosidad y este afán. Se trata de una aventura intelectual formidable que constituye la base del conocimiento humano actual. Hay que remarcar los dos términos, conocimiento y humano. Como han dicho algunos de los mejores científicos del siglo XX, la física no nos muestra cómo es la realidad sino cómo es nuestro conocimiento de esta realidad. Nuestros cerebros son a la vez la posibilidad y la limitación de profundizar en un saber profundo sobre la realidad. Una noción epistemológica kantiana.

Sabemos que nuestro conocimiento científico no llegaría muy lejos si sólo estuviera basado en lo que percibimos directamente por los sentidos. Hace casi un siglo la física cuántica estableció que hay una indeterminación inevitable entre los valores de la posición y del momento (velocidad) de una partícula, de un electrón, por ejemplo. A pesar de ser una cuestión intuitivamente sorprendente, resulta que si no medimos ni la posición ni la velocidad del electrón, este no se postula como una entidad puntual sino que ocupa todo el espacio. Se trata de una idea antiintuitiva pero que quedó confirmada posteriormente en el ámbito de la teoría por las desigualdades de John Bello (1964) y en el ámbito de la experimentación por el equipo de Alain Aspect (1980). Hasta ahora, el grado de ajuste entre las predicciones y los resultados de la física cuántica es desconcertante (y para algunos incluso inquietante). Para desesperación de muchos, incluidos físicos eminentes, nuestros cerebros macroscópicos tienen límites cuando imaginan cómo es la realidad microscópica constitutiva del universo, incluidos nosotros mismos. Y es difícil establecer qué significan, qué sentido tienen algunas de estas predicciones que se han comprobado ciertas. Es decir, a veces no acabamos de entender lo que sabemos.

Una de las razones de la superioridad intelectual de la ciencia con respecto a otras construcciones humanas consiste en que siempre es provisional. Cuando avanza abre nuevos horizontes de pensamiento, formula preguntas que eran inconcebibles poco tiempo antes y que suponen nuevos retos. Actualmente, algunas están relacionadas con la biología o la física que se aprenda en la escuela: ¿cómo se originó el código genético?, ¿cómo se pasó de las células procariotas a las eucariotas y de estas a los organismos pluricelulares?, ¿cómo almacena memoria el cerebro o cómo produce imaginación?, ¿por qué las constantes del universo –la gravitación, la velocidad de la luz o la constante de Plank– son las que son?, ¿por qué la carga del protón y del electrón son iguales y opuestas? y ¿por qué ambos tienen el tamaño tan diferente que tienen?, ¿qué es lo que provoca la aceleración del universo descubierta a finales del siglo XX? (hablar “de energía oscura” no aclara precisamente las cosas), ¿será posible establecer una teoría cuántica de la gravitación o nos enfrentamos a un límite epistemológico por el hecho de ser macroscópicos (tiempo de Plank)?, ¿la percepción que tenemos del tiempo como una entidad real está basada en que simplemente somos lentos? Incluso se ha formulado la posibilidad de que todo el universo (o también otros universos) se deba a una fluctuación cuántica del vacío. Son ideas extraordinarias, fascinantes, que tienen valor intrínseco por sí mismas, pero que también han producido multitud de aplicaciones prácticas (por ejemplo, la física cuántica en las tecnologías láser; la teoría de la relatividad en el diseño de GPS).

Algunos pensadores han formulado que la ciencia nos da conocimientos, pero no sabiduría. Quizás sí. Sin embargo, más allá de la sabiduría práctica que nos da la experiencia vital, una pretendida sabiduría teórica sin conocimientos científicos resulta hoy bastante tosca, vacía o desencaminada. En un sentido amplio, las ciencias forman parte de las humanidades. Hoy una persona culta tiene que tener conocimientos básicos de física, astronomía o biología. Y a veces hay aspectos del universo que conectan directamente con el arte, como el sonido emitido por un agujero negro muy masivo detectado por el satélite Chandra de la NASA (2003) que resultó ser un si Bemol correspondiente a 57 octavas por debajo del Do central del piano.

Los buenos sistemas democráticos incentivan la investigación y la innovación. Y los buenos sistemas educativos incentivan la pasión por el conocimiento y las vocaciones científicas. Al final, es la sociedad en conjunto la que sale beneficiada en términos de refinamiento intelectual y de bienestar. Por muy crítico que uno pueda ser con la idea de “progreso debido a los desbarajustes que a veces ha implicado una aplicación de la ciencia sin controles políticos y morales, el progreso, como las meigas, existe incluso para aquellos que no creen. La ciencia supone una apuesta imprescindible para cualquier colectivo que apueste por el futuro, sea la UE o cualquier estado existente o para crear.

La investigación científica es inherente a la pasión por el pensamiento racional de la modernidad, una derivada de la curiosidad y del afán humano de conocimiento del que hablaba Aristóteles. La ciencia es como la democracia: un viaje conveniente y apasionante. Un viaje siempre inacabado.

Ferrán Requejo, catedrático de ciencia política en la Universitat Pompeu Fabra.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *