Ciencia y conciencia

Vivimos tiempos en que el conocimiento científico confiere autoridad a quien lo desarrolla o lo posee, además de configurar un verdadero activo para las sociedades que lo promueven a través de la investigación. Vivimos el momento de la Ciencia, que lleva a través de una metodología sistemática a alcanzar verdades y lograr conocimiento útil. La Ciencia ha triunfado por su poder para transformar la realidad. En ese triunfo estamos, no sólo porque la capacidad de profundizar se ensancha y agranda, sino porque cada vez confiamos más en el empleo de la técnica que se deriva del conocimiento científico. El fomento de la actividad investigadora y la transmisión del conocimiento que de ella se deriva representan valores fundamentales. Sólo las sociedades que apuestan por la creación de conocimiento científico se abren al futuro, pero igualmente es necesario que se produzca una transmisión rigurosa de los resultados. Importa que los científicos se impliquen en comunicar y que los divulgadores se formen, para evitar los errores e imprecisiones en que con frecuencia incurren.

La Ciencia aporta referencias en aspectos fundamentales para el hombre y la sociedad actual. El primero es contribuir a configurar nuestra cosmovisión. El ser humano que trata de entender el mundo y cuál es su lugar y su papel no puede prescindir de ese acervo de conocimientos. Su libertad para interpretarlo y valorar la significación de su propia existencia, a estas alturas de la historia, estaría muy limitada si prescinde de lo que la humanidad ha logrado desde el conocimiento científico.

Pero el avance científico también resulta ser herramienta esencial para la solución de los numerosos problemas que se nos muestran, en un mundo en que los interrogantes sobre su futuro se prodigan cada vez con mayor intensidad. Tenemos que hablar continuamente del cambio global, que puede modificar notablemente la situación del clima y el hábitat; del deterioro del medio ambiente y los ecosistemas; del agotamiento de los recursos naturales y su sustitución por otros alternativos; o de las limitaciones para alimentar al conjunto de la población humana y satisfacer sus necesidades nutricionales, amén de lo que se requiere para mantener la salud y combatir la enfermedad.

La Ciencia puede aportar, en primer lugar, la posibilidad de conocer cada uno de estos desafíos en su dimensión real al margen de lo que puedan ser con frecuencia interpretaciones sesgadas. Desde la Ciencia cabe explorar posibilidades y diseñar caminos para acometer las soluciones, mientras que la Tecnología permite ambicionarlas. A pesar de todo lo descubierto, hoy más que nunca la Ciencia nos sigue sorprendiendo, combinando posibilidades tanto de conocer como de modificar la realidad. El diseño de organismos vivos modificados, para llevar a cabo procesos inimaginables hasta hace poco, o de materiales con propiedades emergentes derivadas de una estructura especial, son ejemplos, entre otros muchos. El conocimiento científico y sus aplicaciones representan una reserva de posibilidades y aportan la esperanza de utilizarlas para afrontar los retos que tenemos por delante.

Por ello también la Ciencia tiene que ser una referencia para la gestión pública. Una proporción muy notable de las disposiciones que hoy día aprueban los órganos legislativos, de las actuaciones de los poderes ejecutivos e, igualmente, de las decisiones de órganos judiciales han de ser acordes con un conocimiento científico riguroso y contrastado. El conocimiento experto es fundamental para contrarrestar el sesgo ideológico o el prejuicio interesado, circunstancias frente a las que la sociedad democrática no está inmunizada.

Durante años, hasta su reciente supresión, he utilizado la expresión que da título a este artículo -«A ciencia y conciencia»- en un espacio de la cadena COPE programado para comunicar la Ciencia y sus alcances y hacerlo en un marco de referencias éticas. La búsqueda de la verdad científica resulta fundamental para el desarrollo del conocimiento. El más influyente filósofo de la racionalidad científica del siglo XX, Karl Popper, lo ha formulado con claridad. La Ciencia no hace pronunciamientos sobre principios éticos, pero la búsqueda de la verdad presupone la ética.

Mucho se ha debatido sobre los alcances de la verdad científica, los límites del conocimiento y la confrontación con la Filosofía que pretende profundizar en la esencia de los entes. De lo que no cabe duda es que la Ciencia es una sucesión de verdades provisionales, sometidas a revisión desde el punto de vista de su validez a la luz de nuevas observaciones y hallazgos. La historia de la Ciencia ha presenciado numerosos procesos de remoción, o superación, de paradigmas, algo que hoy vivimos con mayor intensidad. Cada hallazgo nuevo en Ciencia conduce inevitablemente a la formulación de nuevas preguntas, todo es un camino en busca de la verdad con numerosas estaciones. Esa actitud, de apertura a lo desconocido, para mí, cabe asimilarla, a la indagación en el misterio en definitiva. El científico que investiga tiene que confiar en seguir arrancando secretos a la naturaleza, precisamente para encontrarse con la verdad.

En cualquier caso, el rigor a la hora de obtener, presentar los hechos y derivar conclusiones supone una exigencia ética. La disponibilidad actual de procedimientos informáticos permite más que nunca poner de manifiesto situaciones en que todo ello se vulnera, por plagio o falseamiento de resultados. Hoy se está produciendo la retirada de trabajos científicos ya publicados (4 de cada 10.000), algunos de ellos en revistas con el máximo liderazgo. Todo ello reclama una actitud enérgica en el seno de la comunidad científica.

Encauzar el progreso científico al servicio del hombre y al respeto de su dignidad es también una exigencia de la que debemos ser conscientes. En una sociedad como la que vivimos, que plantea su neutralidad desde el punto de vista de los valores, no tengo duda de que estos deben ser propuestos por quienes creemos en ellos. Nos jugamos mucho a la hora de enfocar la investigación científica como apuesta de futuro de nuestra sociedad. No faltan propuestas orientadas a proponer la modificación integral de la naturaleza humana, utilizando los instrumentos técnicos que se han ido derivando de la práctica científica. El rigor científico ha de permitir identificar lo que es verosímil, frente al engaño y la quimera que se dan en muchas de estas formulaciones, como puede ser el mito de la prolongación ilimitada de la vida del hombre. La irrenunciable actitud ética ha de servir para valorar la legitimidad de muchas de las intervenciones técnicas que la Ciencia hace posible.

César Nombela es Catedrático y Rector honorario de la UIMP.

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