Por Amos Oz, escritor israelí (EL PAÍS, 30/03/06):
Los votantes israelíes han optado por una coalición moderada de centro-izquierda, encabezada por Ehud Olmert. Ese resultado supone un cambio importante en la sociedad de Israel, y tal vez incluso cierto giro en la psique de los israelíes. El pasado agosto, cuando Ariel Sharon retiró unilateralmente a los colonos judíos y al Ejército israelí de Gaza, lo hizo en contra de la mayoría de su propio partido y pese a una resistencia violenta de grupos religiosos y nacionalistas. La izquierda pacifista aportó a Sharon influencia política para su iniciativa histórica. En los comicios del martes, la gran mayoría de los israelíes -por primera vez desde la ocupación militar de Cisjordania y Gaza, en 1967- manifestaron su disposición a renunciar a un 90% de los territorios ocupados palestinos, incluidas algunas zonas de Jerusalén. Manifestaron su disposición, no su felicidad. Lo que una gran mayoría de los israelíes consideró impensable durante años, e incluso suicida, lo refrendaba el martes con tristeza.
Los motivos para ese cambio de idea probablemente no sean los sermones éticos de la izquierda pacifista, sino varias bofetadas duras de realidad: un levantamiento palestino violento en los territorios ocupados, una sensación de aislamiento internacional, y la toma de conciencia de que el equilibrio demográfico entre judíos y árabes podría cambiar en favor de los palestinos si Israel se aferra a los territorios ocupados. Puede haber un motivo incluso más profundo para ese cambio: los israelíes han modificado gradualmente su orden de prioridades. Pasan de apetitos territoriales a apetitos materialistas y hedonistas, de la militancia al pragmatismo, del nacionalismo interesado a la interdependencia. ¿Por qué, entonces, la reciente campaña electoral ha parecido tan discreta, comedida e incluso un tanto melancólica, en comparación con las campañas feroces y acaloradas que acostumbrábamos tener en el pasado? ¿De dónde proviene ese aire de renuencia sobria y escéptica? ¿Y por qué se han dado unos índices relativamente bajos de participación? Quizá porque ninguno de los partidos podía ofrecer respuestas sencillas a los dos problemas más acuciantes de Israel: la falta de paz y la proliferación de la pobreza (incluso en medio de una prosperidad económica relativa).
Más que avivar el fervor y el entusiasmo, ambas cuestiones están cargadas de tristeza: hasta hace 20 o 30 años, Israel era una de las sociedades más igualitarias del mundo democrático. Ahora posee una de las brechas más profundas entre ricos y pobres. Los israelíes saben que esa brecha no se va a cerrar mediante una política socialista radical, sino -en el mejor de los casos- a través de un proceso largo y doloroso de rectificación gradual. La misma renuncia a las esperanzas de una solución rápida es aplicable a las cuestiones de la guerra y la paz: el partido de Olmert ahora no habla de paz con los palestinos, sino de una retirada unilateral; para quienes todavía creemos en la paz y la reconciliación, una retirada unilateral israelí es una triste segunda opción, por no decir un último recurso desesperado.
El ascenso de Hamás, con su negativa a reconocer el derecho de Israel a existir con ninguna frontera, con su rechazo a tan siquiera negociar directamente con Israel, a renunciar al terrorismo o a respetar acuerdos firmados entre Israel y Palestina en el pasado, ha provocado una crisis en el movimiento pacifista israelí. Esa crisis no se puede curar sólo con la formación de un Gobierno de centro-izquierda en Israel, y ni siquiera mediante una retirada unilateral de los territorios ocupados. De hecho, el sector pacifista israelí abogó durante muchos años por el fin de la dominación israelí en Cisjordania y Gaza. Sin embargo, los miembros del movimiento pacifista mantuvimos que el fin de la ocupación debía significar el principio de la paz. Lo que el Gobierno de Olmert parece depararnos no es un intercambio de "tierras por paz", sino de "tierras por tiempo", ya que está claro que las ambiciones de Hamás no se limitan a reclamar Gaza y Cisjordania. De ahí la tristeza entre los israelíes moderados.
¿Hay algo que pueda hacer por la paz el nuevo Gobierno israelí de centro-izquierda, mientras Hamás no desee la paz con Israel? Al parecer, hay un camino. Israel puede llevar la cuestión al piso de arriba, por así decirlo: cuando no se puede resolver un conflicto con el matón del barrio, se puede intentar hablar con sus padres o su hermano mayor. En nuestro caso, la familia del matón es la Liga Árabe, que en 2000 aceptó una propuesta de paz integral para Oriente Próximo. Dicho plan consiste en la retirada israelí de los territorios ocupados en 1967, y una solución pactada para los refugiados palestinos de 1948, a cambio de un acuerdo de paz integral entre Israel y el resto de Estados miembro de la Liga Árabe. Evidentemente, ni siquiera el sector pacifista de Israel espera que el Gobierno se limite a estampar su firma en la línea de puntos al final de esa propuesta puramente árabe. Pero ¿por qué no iba a iniciar el Gobierno israelí recién elegido unas negociaciones abiertas y directas con una delegación de la Liga Árabe (que en la práctica significa con Egipto y Arabia Saudí) siguiendo las líneas generales de ese plan? No olvidemos que casi todos los gobiernos árabes están tan preocupados por el ascenso de Hamás y se sienten tan amenazados por él como Israel, motivo por el cual los países árabes pueden anhelar tanto como los israelíes la solución del conflicto palestino-israelí.
No es impensable que pueda llegarse a un acuerdo entre el nuevo y pragmático Gobierno israelí y los regímenes árabes pragmáticos en un tiempo razonable. Más tarde podría someterse ese acuerdo a referéndum ante el pueblo palestino. Teniendo en cuenta que en realidad no más del 41% de los votantes palestinos apoyaron a Hamás en los comicios de enero, y que una semana tras otra la mayoría de los palestinos están respondiendo en las encuestas que todavía están dispuestos a aceptar una solución de dos Estados, sigue habiendo una magnífica posibilidad de que una mayoría palestina apruebe un acuerdo entre Israel y la Liga Árabe. En lugar de una retirada unilateral israelí, que está abocada a dejar muchos de los asuntos controvertidos abiertos y sangrando, podemos trabajar con Egipto y con Arabia Saudí por una paz general y duradera.