Cigarras, que no hormigas

Tradicionalmente, por su laboriosidad y sentido social a los europeos del norte les correspondía el papel de hormigas, mientras que a quienes habitamos las zonas meridionales, despreocupados e individualistas, se nos adjudicaba el de cigarras. Pero la aparente reducción de la magnitud de los indicadores de riqueza entre unos y otros en los últimos años llevó falsamente a creer que cuando menos los españoles estábamos adquiriendo las características de aquellos diligentes insectos en detrimento de los de las cantarinas cigarras.

Estos indicios no eran sino un espejismo. Para empezar, el incalificable comportamiento de los controladores aéreos muestra que a un puñado de privilegiados funcionarios les importó un ardite la suerte de centenares de miles de compatriotas, así como los efectos de su inactividad sobre la imagen del país en el extranjero, con el consiguiente incremento del recelo hacia nuestras posibilidades de salir del atolladero. Y no vale esgrimir el reaccionario principio de los derechos adquiridos, principio cuya observancia habría mantenido la vigencia del derecho de pernada. Aunque tampoco es una muestra de seriedad deontológica la ligereza con que algunos galenos certificaron supuestos males psíquicos y físicos en personas cuya finalidad era encubrir una huelga a todas luces ilegal.

Otrosí. El largo puente que el calendario ha facilitado y que tan torticeramente ha sido aprovechado por los encargados de supervisar el tráfico aéreo. Según mis cálculos, sobre todo en las Administraciones públicas hay quienes este mes de diciembre solo trabajarán 15 días, lo que no demuestra una honda preocupación por la baja productividad que caracteriza a la economía española y que tan adversamente afecta a nuestra competitividad. ¿No podría el Gobierno instar un acuerdo de los sindicatos y la Iglesia para evitar los puentes, especialmente el de la Constitución, situando en lunes o viernes los días festivos, tengan estos un origen civil o religioso? No es precisamente una prenda de autoridad el ejemplo que hemos dado con los aeropuertos a rebosar de centenares de miles de personas dispuestas a gastarse una buena suma en a veces exóticos lugares precisamente cuando estamos a las puertas de unas largas vacaciones navideñas. Pero ¿no dicen las cifras que tenemos cerca de cuatro millones de parados y que son muchas las familias para las que llegar a final de mes es un auténtico calvario? O los datos exageran o los españoles son aún más cigarras que las que describió Samaniego, a las que «los fríos obligaron… a acogerse al abrigo de su estrecho aposento». Porque nosotros, ni en el mes de diciembre dejamos de cantar o de irnos de vacaciones, con la que está cayendo.

Tampoco deben entender nuestros vecinos del norte las razones que impulsaron a España y Portugal, dos países azotados por la tormenta económica y en peligro de zozobrar, a presentar su candidatura a la organización del Mundial de fútbol del 2018. Estamos en un momento en el que las costuras de los presupuestos públicos han reventado y los grifos de las entidades financieras apenas dejan salir unas gotas de crédito para las necesidades inversoras de nuestro aparato productivo. ¿Tiene sentido embarcarse en un proyecto que, inevitablemente, requerirá mejoras en determinados estadios e infraestructuras de transporte cuya finalidad es simplemente lúdica? Ya supongo que detrás de la iniciativa hay muchos y poderosos intereses, que son los que empujaron al presidente Zapatero a desplazarse a Zúrich para avalar la pretensión española, precisamente un día en el que la presión sobre nuestra deuda podía conducirnos al desastre. No es de extrañar que la votación nos fuera desfavorable. Los miembros de la FIFA pusieron las cosas en su sitio. No iban a encargar la organización del trascendental evento a unos países que no han dado muestra de mucha cordura en la administración de sus economías, a juzgar por sus déficits públicos y su fuerte endeudamiento exterior.

Tras varios lustros de presencia en la Unión Europea seguimos siendo una economía castiza donde no preocupa una administración racional y ordenada de los recursos. Una economía donde la confianza y la solidaridad brillan por su ausencia, como evidencian los enfrentamientos en el Congreso entre los dos grandes partidos. Pese a la gravedad del momento, no hay manera de llegar a un gran pacto entre las fuerzas sociales para adoptar unas medidas que enderecen el rumbo y corrijan los muchos errores acumulados en el pasado. Y ante los ejemplos de despilfarro que mostramos, difícilmente podemos pretender que las hormigas noreuropeas crean en nuestra voluntad de regeneración y nos aporten el oxígeno necesario para recuperar los parámetros de un metabolismo económico normal. No creo arriesgarme en exceso si afirmo que, de ser alemanes, tendríamos graves dudas sobre la capacidad española para mutar siquiera parcialmente su condición de himenópteros en la de hemípteros. Ya se sabe: genio y figura hasta la sepultura.

A. Serra Ramoneda, presidente de Tribuna Barcelona.