Cinco fábulas de las Cortes de Cádiz

No hay nada peor que luchar denodadamente por la libertad, pagar un precio enorme por ella, conquistarla, disfrutarla brevemente, como en un abrir y cerrar de ojos, y perderla de nuevo, tal vez para siempre. Eso es lo que está a punto de suceder en el País Vasco, donde la experiencia constitucionalista ya tiene fecha de caducidad. No sabemos con qué nivel de virulencia, pero a partir del 21 de octubre volverán a gobernar los nacionalistas con su rodillo identitario y enseguida parecerá que fue un sueño haber tenido un lehendakari de otro signo. En el mejor de los casos los vencedores intentarán uniformar a los vascos en el mito soberanista y romper la unidad de España; y en el peor de los casos, lo conseguirán. ¿Pero es que nadie se ha dado cuenta de lo que se nos avecina?

Hace 200 años, en el otro extremo de España, un periodista cuyo nombre completo desconocemos, pero que firmaba con las iniciales F.P.U., creyó percibir una deriva similar y buscó la manera de alertar a sus contemporáneos. Tras arduos trabajos la Constitución del 12 había alumbrado un régimen liberal en el que la Nación no «pertenecía» a ninguna «familia» y los españoles éramos «justos y benéficos». Pero ni las Cortes, ni las sucesivas Regencias, ni los ministros designados por ellas eran capaces de llevar tales principios a la práctica. La corrupción y el enchufismo proliferaban por doquier y para colmo esas autoridades constituidas comenzaban a dar inquietantes muestras de debilidad.

Se estaba incubando la tormenta que se cernió sobre los liberales en 1814 cuando el regreso de Fernando VII dio paso al Sexenio Absolutista en el que los serviles ajustaron cuentas con singular violencia. F.P.U. advirtió de lo que estaba pasando a través de 50 fábulas políticas en verso que aparecieron entre octubre de 1812 y 1813 en el Diario Mercantil de Cádiz. Siguió así la tradición que, desde Esopo a Samaniego, buscaba en el reino animal el espejo de la jungla humana. «He adoptado la poderosa arma del ridículo y traslado a mis animales aquellos desórdenes que pretendo tildar», explicaba el semianónimo autor.

Casualmente ha llegado esta semana a mis manos la cuidada edición de esos pequeños juguetes literarios, cargados de intencionalidad y sutileza, que el profesor Fernando Durán López ha publicado en Academia del Hispanismo; y no he podido evitar leerlos mirando a la actualidad con el rabillo del ojo. Sobre todo teniendo en cuenta que, como subraya el propio especialista, «las fábulas más numerosas, y las más alarmantes, son las que denuncian la flaqueza o complicidad del Gobierno frente a los serviles que lo critican y deslegitiman» porque «si no se dan signos de defensa de la ley constitucional, nadie la obedecerá y los enemigos acrecentarán su descarado atrevimiento hasta restaurar el despotismo».

Una de las fábulas que mejor explican ese riesgo es El león benéfico. Narra el acceso al poder de un gobernante que promete proteger a las ovejas de los lobos. «Libertad y virtud y unión dichosa/ mientras yo mande gozará mi pueblo/ y todos a la voz de las reformas/ prestos inclinen los cansados cuellos». Naturalmente un programa reformista tan atractivo fue acogido con general entusiasmo, salvo por aquellos animales que no querían ver restringidos sus abusos. Pronto pusieron a prueba al recién llegado. El fabulista no aclara cómo pero debió ser cometiendo un delito grave. ¿Y qué es lo que pasó entonces? Pues que «en vez del cruel castigo que a los malos/ animales sirviera de escarmiento,/ de súplicas usó el benigno Rey,/ de amenazas, de avisos, de consejos». La consecuencia fue que los depredadores volvieron sin tasa a las andadas.

También a Rajoy le están poniendo estos días a prueba y él tampoco está dando la talla que auguraban sus promesas. El entorno de ETA ha elegido como ariete a uno de sus peones más abominables -el fulano que prefería dejar morir enterrado vivo a Ortega Lara antes que mostrar la entrada del zulo- y el Gobierno ha preferido evitar el choque y abrirle la puerta de la prisión, concediéndole el tercer grado. Al hacerlo ha aceptado pagar el precio simbólico de incluir los apellidos de este individuo en la misma secuencia que la palabra «dignidad», facilitando el infame relato de la banda sobre la utilidad de sus crímenes. Y ha asumido el coste de engañar a la opinión pública, haciéndola creer que la ley no le daba opción, confundiendo deliberadamente una enfermedad «irreversible» con una situación «terminal» y dando por bueno un burdo simulacro de informe médico a la medida.

Los presos de ETA han tomado nota de esta concesión y celebrado su victoria. Pero también lo habrán hecho antagonistas tan diversos del Gobierno como los sindicatos que preparan el otoño caliente, los antisistema que ocupan fincas y le tienen puesto el ojo a una muy maja de la Carrera de San Jerónimo o Artur Mas que ultima el órdago del pacto fiscal para enmascarar su quiebra. Seguro que en su determinación pesarán los últimos versos de esta fábula: «A cuantos dictan leyes y mudanzas/ sirva este caso de lección y ejemplo:/ si una vez perdonaren la osadía/ el triunfo del osado será cierto».

Aunque sus motivaciones sean distintas a las del pusilánime león, la trayectoria de El burro precavido es muy similar. «Viose el burro hecho rey/ y por ganarse aplausos/ publicó que el perverso/ iba a ser castigado». Estas primeras estrofas reflejan fielmente el entusiasmo con que dentro y fuera del País Vasco se acogió la llegada a Ajuria Enea de un Patxi López volcado en favor de las víctimas y dispuesto a lanzar a la Ertzaintza contra ETA. «Ya se ve: los no buenos/ se dice que temblaron/ y aun algunos creyeron/ que era el mejor reinado».

¿En qué momento se frustra esa esperanza? Sin duda cuando el Tribunal Constitucional permite a Bildu presentarse a las municipales y López se transforma en promotor activo del proceso que desemboca en la conferencia de San Sebastián y el comunicado por el que ETA transforma lo «irreversible» en «definitivo».

Lo que le ocurrió al burro precavido cuando iba con su palo en ristre para castigar a los delincuentes explica bien esa metamorfosis. «'Señor, allí va el lobo'/ '¿Su culpa?' 'Un ladronazo,/ un asesino' '¿Es cierto?'/ 'Sin duda' 'Pues malvado…'». Pero cuando el palo ya estaba levantado alguien le advirtió que, en el turno de los animales, el siguiente en ocupar el poder sería precisamente el lobo y eso le hizo cambiar de opinión. «¡Ah necios!», dijo el burro,/ «si yo le doy de palos,/ cuando gobiernen lobos/ ¿qué será de los asnos?».

López ha asumido que antes o después los proetarras llegarán al poder en el conjunto del País Vasco como ya lo han hecho en Guipúzcoa. Aunque de momento el PSE descarta todo pacto con Bildu, la puerta queda abierta para una entente de izquierdas similar a la que mantuvo con Euskadiko Ezkerra. Con la diferencia, claro, de que esta vez ETA estaría de acuerdo.

En la raíz de estas rendiciones está la renuncia de los dos grandes partidos constitucionales a plantar cara a la retrógrada ideología nacionalista que durante medio siglo ha servido de coartada al terrorismo. La fábula de El cangrejo rutinero lo describe perfectamente pues no en vano los seguidores de Sabino Arana proceden de los carlistas y éstos de los serviles. «Quiso un león obediente/ cumplir la ley y al instante/ ordenó que la serpiente/ jamás clavara su diente/ en el pobre caminante». Todo empezaba igual de bien que en los dos apólogos anteriores pero…

«Nada faltábale al viejo/ para gozar de quietud/ en su amable senectud/ si un porfiado cangrejo/ no insultase su virtud./ El rey llamole y le dijo:/ '¿Qué haces, menguado? ¿No ves/ el defecto de tus pies?/ Repara… ¿No observas, hijo,/ cual caminas al revés?'».

La respuesta del cangrejo fue aferrarse a las leyes viejas. «Cuando al mundo vine, vi/ a mis padres recular;/ yo reculando viví, / y pues lo hicieron así,/ muy bien hecho debe estar». Y apelar al origen divino de esas leyes viejas. «Y todo error inventado/ en tiempo de nuestro abuelo/ debiera ser respetado/ pues acaso es fabricado/ por algún santo del cielo». Jaun eta lege zarrak.

¿Cuál fue la reacción de ese monarca? La misma que la de los líderes del PP y el PSOE. «El rey sus voces oyó/ mas era blando y su amigo;/ el cangrejo sonrió/ y, como no hubo castigo,/ reculando se quedó».

A quienes hace 200 años pensaban que estos paños calientes serían útiles para preservar la recién adquirida libertad les dedicó F.P.U. El lobo hipócrita. Hoy conviene fijarnos en la lucidez con que observaba que era la necesidad, el triunfo de los liberales, lo que llevaba al depredador a disfrazarse con piel de cordero: «Era el caso que trampas, guardas, perros/ ahuyentaron al lobo/ que perecería sin continuo robo./ Y resolviose con sumiso trato/ hacer de mojigato,/ y fingirse devoto y compasivo».

Ha sido el implacable acoso policial y judicial, unido a la Ley de Partidos, no una súbita mutación moral, lo que ha obligado a ETA a cambiar de estrategia. Si finge haberse convertido a la democracia es para ir llevando a las instituciones vascas a su terreno y tenerlas a su alcance cuando le convenga darles el zarpazo definitivo. Es lo que hace el lobo de la fábula al convencer a las ovejas de que acudan al templo de Júpiter situado en la espesura. «En pos del lobo entráronse en el bosque;/ el pérfido las mira,/ ve que no hay perros, luego se retira,/ las llama… ellas no tardan,/ y cuando la oración del lobo aguardan,/ él se revuelve, embiste/ y todo lo destruye…».

Comprendo que decir todo esto, aunque sea con palabras de 1812, parezca hacer de agorero y aguafiestas. F.P.U. también debió sentirse observado así y por eso escribió la última fábula, El buey oficioso, sobre sí mismo. «Si mis pasatiempos alguno reprende/ y los llama frutos de la ociosidad,/ el crítico sepa que en nada me ofende/ la amarga censura de la necedad». Apenas seis meses antes del mazazo absolutista contra la Constitución y la libertad, él se quedaba con la conciencia tranquila de haber hecho lo poco que estaba en sus manos para prevenirlo. «Pero si la turba de testa de bronce,/ porque nada alcanzo, me oye con desdén,/ fuerza es que repita con el buey entonce[s]/ que yo sé de cierto que procedo bien». Pues eso: a seguir arando.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.

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