Cinco mujeres y un destino

El 8 de febrero de 2003, mientras agarraba con fuerza la mano inerte de Joxeba en la UVI de un hospital donostiarra, su hermana Maite le prometió la palabra. Pilar, la aparentemente frágil madre de los Pagaza, se impuso también, desde ese día, con disciplina de hierro, la tarea de perpetuar la voz de su hijo, prematuramente silenciada.

La de Joxeba Pagazaurtundúa fue la crónica de una muerte anunciada, en la que participaron asesinos de pensamiento, palabra, obra y omisión: ciudadanos ejemplares, terroristas fanatizados y políticos de corazón pétreo. Ninguno de ellos quiso escuchar su grito desesperado. Me lo decía Pilar, hace unos años, en el salón de casa de su hija, mientras Titi, la viuda, asentía con la cabeza. Me contó también cómo mandó al infierno al obispo Setién cuando se lo encontró por el centro de San Sebastián a los pocos días del atentado.

Unos meses antes de que una bomba volara el coche blindado en el que viajaba con su esposa y un escolta, el juez Giovanni Falcone escribió un libro a dos manos con la periodista francesa Marcelle Padovani. El libro –su vida– terminaba así: «Se muere generalmente porque se está solo, porque no se tiene el apoyo de nadie. En Sicilia, la mafia golpea a los servidores del Estado que el Estado no ha conseguido o no ha querido proteger». Cambien Falcone por Pagaza y Sicilia por Euskadi.

Pero Pilar intuyó, además, que a su hijo y al resto de los asesinados por ETA los iban a matar más veces. En 2005 publicó en ABC una carta, dirigida a Patxi López, inmerso ya en el mal llamado proceso de paz, en la que, con determinación y enorme lucidez, hizo el diagnóstico de los años venideros: «Patxi, ahora veo que, efectivamente, has puesto a un lado de la balanza la vida y la dignidad, y en el otro el poder y el interés del partido. Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. A tus pasos los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros muertos, Patxi!, ¡qué solos estamos los que no hemos cerrado los ojos!».

El paso del tiempo no ha hecho más que confirmar las palabras premonitorias de Pilar Ruiz. Ni vencedores ni vencidos: ese es el eslogan con el que ahora nos martillean a diario. O lo que es lo mismo: aceptar el relato político de los asesinos, a cambio de que nos dejen vivir en paz. Pero la situación actual se puede –se debe– revertir. Tras los crímenes de Falcone y Borsellino, los sicilianos de bien acuñaron un lema: «No los habéis matado, sus ideas caminarán con nuestras piernas». Maite y Pilar se comprometieron delante

del cadáver de Joxeba a ser la voz de los sin voz y en estos quince años no han faltado nunca a la palabra dada. No podemos dejarlas solas. En estos tiempos de confusión moral, tenemos que ser miles, cientos de miles, los que gritemos que Joxeba, Goyo, Fernando, Alberto, Ascen y todos los demás eran de los nuestros, que dieron sus vidas por la libertad de todos y que no vamos a consentir que se pise su dignidad ni se manipule la historia. De lo contrario, no podremos mirarnos al espejo sin sentir vergüenza.

Martín Domingo, abogado y presidente del Foro de la Magdalena (FOMAG)

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