Cinco respuestas a la amenaza terrorista en el Magreb

No es fruto del azar que Túnez haya sido golpeado por el terrorismo. Como tampoco lo es que los atacantes apuntaran directamente al turismo y al Parlamento. Ha sido un atentado contra la democracia y la apertura de Túnez al exterior y es fácil concluir que los terroristas medirán su éxito, no sólo en función del número de víctimas, sino por el impacto nocivo que pueda tener tanto para la transición tunecina como para la frágil economía de este país. Por lo tanto, la respuesta a este atentado, y en términos generales a la creciente amenaza terrorista que sufren los países del Magreb, debería articularse no sólo con el objetivo de evitar nuevos atentados sino también con el de preservar aquello que los terroristas quieren destruir.

No es la primera vez que Túnez sufre un atentado de estas dimensiones. En abril de 2002 Al Qaeda reivindicó un atentado contra la sinagoga de la Isla de Djerba asesinando 19 personas, mayoritariamente turistas alemanes y franceses. Más recientemente, y especialmente desde 2013, la amenaza terrorista en Túnez había tomado cuatro formas distintas: asesinatos políticos contra personalidades del proceso constituyente; implantación de células terroristas en la cordillera Chaambi, en la frontera con Argelia; incorporación de más de 3.000 tunecinos en las filas de la organización Estado Islámico que en este momento están en Siria e Irak pero que pueden volver a su país; la inseguridad causada por el conflicto en Libia, especialmente por haber inundado de armas el mercado negro de toda la región y cuyos efectos son especialmente visibles en el sur de Túnez.

Hace más de diez años, tras los atentados de Djerba, el régimen de Ben Alí utilizó la amenaza terrorista para endurecer la represión política, legitimar un régimen autoritario y corrupto y ofrecerse a la Unión Europea y a los Estados Unidos como un socio leal contra un enemigo común. Pero no todas las respuestas de Túnez contra el terrorismo han sido tan desafortunadas. Aunque el asesinato de personalidades de izquierda en 2013 aumentó la tensión en el país, finalmente tanto los políticos como la sociedad civil optaron por la inclusión y el consenso como vías para sacar adelante la transición. Asimismo, respecto a Libia, Túnez se ha significado como una de las voces que, como Argelia o la propia Unión Europea, insiste que la reconciliación nacional es la mejor medida para poder combatir el terrorismo en el país vecino. De los errores y aciertos del pasado, y de otras experiencias en el combate de esta amenaza, podemos distinguir cinco elementos que deberían formar parte de una estrategia para hacer frente al terrorismo en el Magreb.

1. Unidad entre fuerzas políticas y sociales: cuando un país sufre un atentado, siempre hay riesgo de instrumentalización política. Si eso sucede, aumenta la polarización política y social y ello acaba generando condiciones todavía más propicias para procesos de radicalización. Egipto o Libia son claros ejemplos de lo contraproducente que puede ser no invertir en el consenso político para hacer frente a la amenaza terrorista. De hecho, el espiral de violencia que sufrió Egipto durante la segunda mitad de 2013 empujó a los políticos y a la sociedad tunecina a dejar a un lado las diferencias para completar el proceso constituyente con un alto nivel de consenso. Es esa unidad lo que Túnez sigue necesitando ahora y lo que otros países de la región deberían explorar para evitar que la situación continúe degenerando.

2. Colaboración internacional: en la medida que el terrorismo es una amenaza global y un fenómeno transnacional, compartir información y capacidades técnicas para combatirlo se ha convertido en una necesidad ineludible. De hecho, la cooperación en materia anti-terrorista entre los cuerpos policiales y los servicios de inteligencia europeos y de sus homólogos magrebíes lleva años desarrollándose. No obstante, uno de los obstáculos para ir más lejos había sido, y en algunos casos continúa siéndolo, las prácticas autoritarias y represivas de sus gobiernos. Es decir, el uso que para otros fines puedan hacer de esa información o esa cooperación técnica. Pero este no es el caso de Túnez ya que, aunque queden restos del antiguo régimen en algunas estructuras del estado, el país ha hecho progresos notables, además en un contexto especialmente adverso. Y esto debería traducirse en un nivel de cooperación máximo. Además, hay que añadir nueva dimensión en la lucha anti-terrorista en la que la cooperación entre europeos, tunecinos y el resto de estados del Magreb es de vital importancia. Todos ellos tienen como reto compartido el frenar (e idealmente prevenir) procesos de radicalización y preparar una estrategia ante el posible retorno de combatientes que en este momento se encuentran en Siria e Iraq.

3. Visión regional a largo plazo: del mismo modo que algunas expresiones del terrorismo como Al Qaeda del Magreb Islámico y sus escisiones hunden sus raíces en el conflicto civil que vivió Argelia en los años noventa, la situación de crisis que hoy sufre Libia está alimentando el terrorismo a escala regional, y sus efectos también se prolongarán en el tiempo. Si algo ha quedado claro en los últimos veinte años, es que ningún país es inmune a una situación de inestabilidad de sus vecinos. No es casual que algunas de los atentados terroristas más recientes, como los de In Amenas en 2013 o los de Chaambi en 2014, hayan sucedido en zonas fronterizas. Por lo tanto, la respuesta a la amenaza terrorista en el Magreb no puede ser exclusivamente nacional y tiene que diseñarse con un horizonte temporal amplio. Además, debería tener en cuenta las dinámicas de seguridad en espacios geopolíticos colindantes. Las conexiones entre el Magreb y el Sahel (véase la situación de Mali tras la caída de Gaddafi o las redes de crimen organizado transfronterizas) y entre el Magreb y Oriente Medio (por ejemplo con la abultada presencia de los combatientes magrebíes en Siria) son evidentes.

4. Lucha contra el tráfico de armas: cuando uno habla con amigos tunecinos es habitual escuchar la frase de que “nunca había sido tan fácil y tan barato comprar un Kalachnikov en el mercado negro”. Un informe reciente del International Crisis Group también apuntaba a los vínculos entre comercio de armas y tráfico de drogas, especialmente en la frontera sur de Túnez. El conflicto en Libia, y sobre todo la desastrosa gestión tras la caída de Gaddafi, han alimentado un fenómeno al que parece que las autoridades tunecinas no han sabido o no han podido responder. En un momento en que los procesos de radicalización son más rápidos e individuales, la facilidad para adquirir armas es un dato doblemente inquietante. Evitar que entren nuevas armas y sacar de circulación las que se han adquirido previamente debería formar parte de cualquier estrategia de prevención.

5. Resiliencia: La lucha anti-terrorista no debería ser sólo un conjunto de acciones cuyo objetivo sea prevenir atentados y desarticular organizaciones criminales. También debería incluir medidas para que las sociedades que lo sufran puedan sobreponerse tras acciones terroristas de gran envergadura o mantener una cierta normalidad a pesar del riesgo de inseguridad permanente. Si algo saben los países que han sufrido el terrorismo durante períodos prolongados de tiempo es la importancia de atender adecuadamente a las víctimas y conseguir desarrollar una vida cotidiana lo más normal posible. De lo contrario, los terroristas habrán alcanzado parte de sus objetivos. Además, en la medida en que el terrorismo en el Magreb no es sólo es una amenaza de seguridad sino también un torpedo en la línea de flotación de una economía vulnerable, la resiliencia también tiene que ser económica. Si las perspectivas de crecimiento no mejoran y no se crean más puestos de trabajo, la situación de seguridad sólo empeorará. Por lo tanto, el atentado de Túnez debería movilizar una solidaridad internacional que vaya más allá de bonitas palabras y palmaditas en el hombro.

Si los terroristas querían atacar la democracia y el turismo en Túnez, la mejor respuesta es aquella que consiga apuntalar el proceso de apertura política y evitar el colapso económico del país. La unidad entre las fuerzas políticas y sociales, la colaboración internacional, una visión regional y a largo plazo de esta amenaza, una reducción significativa de las armas en el mercado negro y medidas que aumenten la resiliencia ante un riesgo que desgraciadamente no desaparecerá son recomendaciones válidas para Túnez pero que también para el resto del Magreb.

Eduard Soler i Lecha, coordinador de investigación, CIDOB.

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