En el bosque, un gigantón con abrigo negro y sombrero intenta engatusar a una niña usando marionetas y trufas de chocolate. Unos mendigos, en plena cena surrealista y blasfema, posan ante unas faldas burlonas que se vienen arriba. Un pobre hombre es llevado a rastras, como si lo condujesen al matadero, con el simple propósito de que ejecute su trabajo. Un tipo bajito y con bigote, sentado a la mesa de un bar de carretera, encañona a un delincuente, haciendo que las criadillas se le suban hasta la garganta. Una mujer desquiciada dispara desde una moto al taxi más kitsch jamás visto... Momentos inolvidables del cine español. Ese mismo tantas veces denostado y tantas otras -aún más si cabe- ignorado.
Hace año y medio se estrenaba en La 2 de Televisión Española Historia de nuestro cine. Desde entonces hasta hoy cerca de cuatrocientas películas han sido emitidas en dicho programa. De lunes a viernes. Una semana tras otra. En horario de máxima audiencia. Comedias, dramas, musicales, históricas, policíacas, fantásticas... En blanco y negro o en color. Grandes producciones o pequeños filmes de autor. La fórmula es muy sencilla: una presentadora siempre perfecta en su papel -Elena S. Sánchez, quien también da la cara en el histórico Días de cine-, una breve introducción a cargo de un especialista en la materia, y la emisión de la película correspondiente sin ningún corte publicitario. A lo que los viernes se suma un coloquio que sirve para profundizar en los títulos emitidos esa semana, siempre programados con un hilo conductor que les otorga unidad.
Desde la desaparición de ¡Qué grande es el cine!, perpetrada hace ya más de diez años, no había existido ningún programa de similar valor para la divulgación cinematográfica. Con aquel invento de Garci, algunos, por entonces adolescentes, aprendimos a amar el cine de verdad. Gracias a él pude ver por primera vez maravillas como La noche del cazador, La palabra o El apartamento, entre otras muchas. Pero alguien debió pensar que aquel programa en el que se fumaba tanto y en el que unos tipos muy serios hablaban con insultante naturalidad de travellings y contrapicados no encajaba del todo bien en esa España 2.0 que tan cuidadosamente se estaba diseñando. La misma suerte había corrido un año antes Negro sobre blanco, formidable programa de libros que dirigía y presentaba Sánchez Dragó.
Pero volvamos a Historia de nuestro cine. Los cinéfilos, como es lógico, quedamos enganchados desde el principio. Y es que este programa no sólo nos permite disfrutar nuevamente con títulos que jamás nos cansamos de ver -El cebo, Viridiana, El verdugo, El crack, Mujeres al borde de un ataque de nervios...-, con sus correspondientes secuencias emblemáticas, sino que también nos da la oportunidad de admirar otros por vez primera dada su nula o muy escasa visibilidad hasta entonces en televisión -¡A mí no me mire usted!, Vida en sombras, El mundo sigue...-, lo que convierte la experiencia en una suerte de descubrimiento de tesoros en la playa del pasado.
Pero el auténtico valor de un programa como este no se encuentra tanto en su éxito natural entre los convencidos -inevitablemente, una inmensa minoría- como en su posible y deseable calado en otros sectores más amplios del público. Y es ahí donde la idoneidad de un espacio así se hace más palpable. Porque Historia de nuestro cine es también cine de nuestra historia. Me explico. Entre tantas películas, no sólo las hay buenas o magníficas, como las antes citadas, sino también regulares y malas. Pero incluso las peores entre ellas nos hablan de un país que es el nuestro, de sus virtudes y defectos, siendo testimonios de esa evolución histórica tan particular y traumática que va de los años treinta a los noventa, lapso en el que se sitúan las películas seleccionadas. Es decir, de la República a la plena democracia, pasando por las diferentes etapas del franquismo y por la Transición. Lo que se traduce en todo un repertorio de visiones cinematográficas que termina constituyendo una impagable lección de historia.
Hoy resulta agotador escuchar a políticos y periodistas repetir hasta la saciedad que nunca antes la población española había tenido más cultura y formación. Tremenda falacia, pues la realidad únicamente nos dice que tenemos el mayor índice de titulados, lo cual, dado el nivel del actual sistema educativo, no quiere decir nada. De hecho, si preguntásemos al español medio por algunos datos elementales de la historia de nuestro país, a buen seguro, al silencio de algunas respuestas sólo podría compararse el desatino de otras. Y ya no es solo cuestión de manejar unos pocos nombres y fechas fundamentales, sino de poder formular una opinión crítica y fundada sobre alguna etapa concreta de nuestra historia.
Por eso es tan grave que Historia de nuestro cine haya sufrido ciertas embestidas a causa de la ignorancia y la cerrazón de algunos. Por ejemplo, ocurrió cuando en la tercera semana del pasado mes de julio el programa dedicó sus cinco películas a la Guerra Civil. El lunes, día en que siempre se emite el filme más antiguo de la serie correspondiente, se programó El santuario no se rinde, de 1949. Pues no faltaron quienes escupieron en las redes sociales acusaciones hacia Televisión Española por emitir el 18 de julio una película profranquista.
Desde luego, los que profirieron esos ataques debían desconocer la mecánica del programa, pues encontrar una película que trate sobre la Guerra Civil, realizada en los cuarenta y que no sea profranquista resulta, obviamente, misión imposible. Además, hay que tener las luces muy cortas para considerar que el mero hecho de emitir una película de determinada tendencia ideológica implica comulgar con lo que en ella se expone. Bastaría con haber escuchado lo que el especialista encargado de hacer la introducción -en aquella ocasión fue Carlos F. Heredero- dijo sobre ella. Pero la pulsión del rebuzno, y más en este país nuestro, siempre es más rápida que la mesura de la reflexión.
Carlos Salas González es profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia.