CiU en caída libre

Por Enric Sopena, periodista (EL MUNDO, 29/06/04):

En su carta semanal desde la web de Unió Democràtica, Josep Antoni Duran Lleida -líder de ese partido y secretario general de la federación formada por CDC y UDC- calificó los resultados obtenidos por CiU en las europeas de forma rotunda: «Excepcionalmente malos». No se puede ser ni más explícito ni más sincero. Las elecciones del 13-J han situado, en efecto, a CiU al borde del precipicio. No se trata de una circunstancia puntual o de un pinchazo inesperado. No le entró de pronto una pájara a Ignasi Guardans, cabeza de lista de la candidatura Galeusca, integrada por CiU, PNV y BNG.Y hasta tuvo una cierta suerte el nacionalismo catalán que dirige Artur Mas gracias al buen resultado cosechado en Euskadi por el PNV. Retrocediendo por el túnel del tiempo, CiU regresó de pronto al año 1977, cuando en los primeros comicios generales se tuvo que conformar con el tercer puesto, superando por décimas a la UCD.

El problema, en todo caso, no es de ahora, aunque cada vez aparece con más gravedad. Lo viene arrastrando CiU desde 1995, cuando quebró -en las autonómicas- su racha deslumbrante, iniciada en 1980 con las primeras elecciones autonómicas, que ganó Pujol por la mínima. Aun así, fue en 1980 cuando se consolidó el proyecto de partido/movimiento con el que había soñado Pujol y que describiera en 1994 el periodista Manuel Ibáñez Escofet, ya fallecido, como «una concepción de Cataluña que está más allá de derechas e izquierdas, más allá de los convencionalismos de la política de los partidos, más allá de los cálculos electorales; es, afortunadamente, otra cosa». ¿Cómo se forjó la fortaleza de CiU hasta convertirla en el pal de paller (o eje) de la política catalana, que es una de las expresiones más tradicionales del pujolismo?

El veredicto de las urnas de 1980 permitía, básicamente, dos opciones de Gobierno. La resultante de sumar los diputados de CiU a los de UCD y a los de ERC o la de un tripartito parecido precisamente al Gobierno actual, con socialistas, comunistas y ERC. Prosperó la primera fórmula, que supuso en los 15 años siguientes que CiU fuera contando en cada convocatoria con votos prestados de ERC, por el lado más nacionalista y de izquierdas, y con otros muchos también prestados desde el flanco menos nacionalista o incluso hostil al nacionalismo y de derechas, que procedían del naufragio de la UCD y de la incapacidad de AP/PP para afirmarse en Cataluña. CiU se quedó, pues, en el medio, «más allá de derechas e izquierdas», según la definición anterior. Logró tres mayorías absolutas consecutivas y aún aguantó dos legislaturas más con mayoría relativa, como la primera. El equilibrio entre unas y otras posiciones lo resolvía con suma habilidad Pujol, maestro en el arte de la ambigüedad calculada y en el manejo de los tiempos: ahora toca, ahora no toca.

Esta centralidad, sin embargo, fue difuminándose. Pujol comenzó su declive personal envejeciendo, como es natural. ERC, en cambio, rejuveneció, creció hasta hacerse pronto mayor y se planteó con osadía -no exenta de intuición- apostar por transformarse en la alternativa nacionalista a CiU. En el otro extremo, el PP llegó a lanzar una ofensiva muy fuerte -con Vidal-Quadras a la cabeza-, tratando de asaltar el fortín inexpugnable de CiU. Vidal-Quadras fue nombrado presidente del PP en Cataluña a principios de la década de los 90 -directamente por José María Aznar-, con la misión de plantar cara a CiU, tras desplazar súbitamente al anterior líder, Jorge Fernández Díaz, acusado de excesiva complacencia o connivencia con Pujol. Los tiempos eran diferentes.

La temporada 2003-2004 ha sido especialmente nefasta para CiU.Artur Mas, el delfín de Pujol, rozó con la punta de los dedos el cielo. Estuvo en un tris de dar la sorpresa. Perdió por pocos votos, pero ganó en número de diputados a Pasqual Maragall, que partía como gran favorito. Resistió y habría podido gobernar con ERC si el partido de Carod-Rovira no se hubiera decantado por la izquierda clásica. Lo hizo, entre otras razones, porque prefirió acentuar la caída de su rival dentro del mundo nacionalista.Todo parece indicar, a estas alturas, que ese objetivo ERC lo está consiguiendo a pesar de que las europeas hayan significado un cierto stop en el vertiginoso ascenso de los republicanos independentistas. De momento, CiU parece tambaleante y, según no pocos indicios, desnortada. El 14-M supuso otro rejón muy duro para CiU. Bajó nuevamente en número de votos y -más inquietante todavía- se ha quedado cuatro años más fuera de juego respecto a la política española.

Los dirigentes de CiU confiaban en que el PP no repitiera mayoría absoluta y necesitara otra vez, como entre 1996 y 2000, su concurso.O imaginaban que, en el caso de un más que hipotético triunfo de Rodríguez Zapatero, éste sería ajustadísimo, lo que les abriría muchas posibilidades de influir seriamente en España -con Felipe González ya sucedió entre 1993 y 1996-, hasta el extremo de que algún efecto rebote les pudiera dar chance en Cataluña. Ninguna de estas conjeturas verosímiles sucedió. CiU -tercera fuerza en España, eso sí- no es trascendente en el Congreso: puede influir pero apenas decidir. Ha dejado de ser, durante otro cuatrienio, imprescindible. En ocasiones, hasta puede convertirse en perfectamente prescindible.

En la carta electrónica aludida, Duran Lleida señalaba que lo peor para CiU sería fundamentar su estrategia en «la pretensión de sustituir a ERC». Pocas horas después de la jornada del 13-J, Duran Lleida había declarado a los periodistas que CiU tenía que recuperar su centralidad. Esta frase fue pronto interpretada como una cierta desautorización o crítica elíptica a la línea impulsada por Artur Mas y su grupo de colaboradores más estrechos, orientada más bien hacia el soberanismo. Mas manifestó más tarde que CiU se mantenía en la centralidad pero, al unísono, se percibió con mayor claridad el sonido de tambores lejanos avisando que la guerra fratricida podía estallar.

La Vanguardia incluía el pasado día 15 una noticia ilustrativa de cómo está, de verdad, el patio interior en CiU. El título era: «Pujol lee la cartilla a la cúpula de CiU». El patriarca criticó sin tapujos haber acentuado la imagen de radicalismo al sobrevalorar políticamente cuestiones simbólicas próximas al nacionalismo como los papeles de Salamanca, las selecciones deportivas, el castillo de Montjuïc o el CAT (Cataluña) en las placas de matrícula. Dijo Pujol: «Soy nacionalista y doy mucha importancia a los símbolos, pero la política de un país no puede girar en torno a estas cuestiones». Tiene razón Pujol porque, aparte de otro género de consideraciones, la insistencia de CiU en estos contenciosos produce zozobra o rechazo en sectores de la población que no están dispuestos a grandes batallas por cuestiones, en la práctica, poco relevantes.

Añádase otro dato sobresaliente. Los citados litigios han sido asumidos por el Gobierno tripartito y han entrado casi todos en vías de solución. En cuanto a los papeles de Salamanca una comisión ad hoc -por acuerdo parlamentario adoptado en Madrid- propondrá soluciones honorables para ambas partes, teniendo en cuenta que la legitimidad de origen de tales papeles corresponde a Cataluña. El plazo fijado para un final que se prevé feliz es a finales del año en curso. El castillo de Montjuïc -que el general Franco cedió al Ayuntamiento de Barcelona el año 1960, pero bajo control directo del Ejército- será devuelto en su integridad a la Ciudad Condal, según anunció en el mitin del palacio de Sant Jordi, ante más de 18.000 personas, José Luis Rodríguez Zapatero. Incorporar las letras CAT a las matrículas no parece un problema complicado en exceso, máxime tras el desdén provocador con que en su día Aznar zanjó negativamente el asunto. Otra cosa es la reivindicación de las selecciones deportivas. Se encauzará -si se encauza- en la medida en que se salve el principio de que la selección catalana no puede competir en torneos oficiales con la de España.

Paulatinamente, se nota en el Gobierno de Zapatero una sensibilidad creciente respecto al catalán, por ejemplo. El catalán -tirando éste a su vez del euskara y del gallego- será una de las lenguas a las que se traducirá preceptivamente la nueva Constitución Europea, junto a una declaración específica en ésta en relación con proteger la diversidad lingüística de la UE. Todo esto, según el presidente del Gobierno, «abre una vía muy importante». Este clima, por supuesto, está produciendo grandes réditos al PSC, como quedó certificado el 14-M y, con más intensidad proporcionalmente, el 13-J. En ambas elecciones el PSC triunfó con enorme holgura tanto en sus feudos habituales -la provincia de Barcelona y, singularmente, su cinturón metropolitano o rojo- como por todo el territorio.

La inyección de votos recibida por el PSC ha reforzado notablemente el papel de Maragall como presidente de la Generalitat. La llave que, con notoria impudicia, exhibió hace meses Carod-Rovira como la prueba del nueve de que era ERC quien regentaba de hecho la finca se ha oxidado y no es del todo seguro que funcionara ahora a requerimiento de su propietario. Miquel Sellarès (ERC), ex secretario de Comunicación del Gobierno catalán, va alardeando por ahí de que «si los socialistas no son capaces de entender que han de gobernar desde la pluralidad y sin oprimir, en enero o febrero habrá problemas». Sellarès, no obstante, no anda sobrado de crédito, tras haber tenido que presentar su dimisión hace unas semanas a raíz del polémico informe sobre los medios de comunicación catalanes. Abrir el melón de la discordia en el contexto presente podría acabar siendo para quien lo hiciere un peligroso bumerán en las siguientes elecciones autonómicas.

Se precipitaría torpemente quien escribiera el epitafio de CiU.Pero se equivocarán Mas y los suyos si no modifican con urgencia y perceptiblemente el rumbo. CiU no es el PNV ni Cataluña -por suerte o por desgracia- es Euskadi. Hay semejanzas, pero formidables diferencias de todo signo. Baste con examinar cuidadosamente el balance electoral, desde 1977 hasta el 13 de junio de 2004, en todos y cada uno de los comicios tanto de Euskadi como de Cataluña, sin olvidar que -en este caso, por suerte- ETA no es un producto de origen catalán sino vasco. Continuar formalmente ubicados por encima del bien y del mal -más allá de derechas e izquierdas- con Cataluña de referente sagrado está bien, e incluso es bonito, pero como cuento de hadas para niños. El problema de CiU es que quienes acuden a las urnas y votan son mayores de edad. ¡Vaya si votan! Y ¡cómo votan!