Ciudadanos: ni un minuto que perder

Sobre el desastre electoral de Ciudadanos se ha dicho y escrito mucho. Vamos a intentar afrontar el problema desde otro ángulo. Pero antes hay algo que se debe decir. Algunos sabíamos que esto pasaría antes de que pasara e intentamos advertirlo. No porque tuviéramos una bola de cristal sino porque dos y dos son cuatro y, si en algún momento parece que no lo son, es porque se están haciendo mal las cuentas. Digan lo que digan los gurús de las encuestas.

Sobre un particular conviene reflexionar, porque los indicios son muy evidentes. Alguien le ha hecho la cama a Albert Rivera y, con él, a Ciudadanos. Y él, desde luego, se acostó en ella. Eso no hay quien se lo quite, pero la cama estaba hecha. No es creíble que un solo ente efficiens haya construido el lecho de Procusto que ha dejado a Ciudadanos al borde del precipicio. Ha habido una parte de ignorancia y otra de inocencia, mezcladas con más ambición de la que se puede digerir y malos consejos, muy malos consejos. Yendo para atrás, y sin ánimo de escarbar mucho, hay que irse a Davos para ver al Rivera que fue y al que volvió.

En tan exclusivo círculo de poder quienes no velaban por su futuro ni por el de Ciudadanos ni por el de España lo convencieron de que era el joven líder europeo más prometedor, de que le iban a ayudar a convertirse en un segundo Macron. A partir de ahí, las decisiones equivocadas se suceden una tras otras. La más grande, la garrafal, la que puso de manifiesto el divorcio incontenible entre aquello para lo que Ciudadanos nació y aquello en que se había convertido fue la decisión de no cumplir con su obligación de partido más votado en Cataluña y no luchar por la investidura tras las elecciones autonómicas de diciembre de 2017. Se le deja el campo libre a Torra y se traiciona a un electorado heroico que se tardará lustros en recuperar, si es que alguna vez se hace. Este es verdaderamente el momento en que Ciudadanos se juega el ser o no ser y elige el no ser. Porque Ciudadanos nació como una forma de resistencia al nacionalismo obligatorio en Cataluña y del hartazgo de un bipartidismo que reproducía una y otra vez la misma situación, y convertía a los nacionalistas en los árbitros de la vida política española generando una espiral de enconos y tensiones territoriales que estaba balcanizando al país entero.

Los malos mestureros, que decía el Cantar de Mío Cid, convencieron a la jefatura de Ciudadanos de que era posible ir a pescar votos al caladero de la derecha sin contar con su verdadero electorado y sin atender al factor religioso y a la tradición católica de la derecha española: como si un partido laico por convicción y vocación como Ciudadanos pudiera generar mayorías en esa derecha sin tener en cuenta los aspectos básicos. Decíamos que dos y dos son cuatro. Pues eso. Asombra que nadie haya reparado en este punto esencial. Es no conocer la realidad social de España. En casa de Alsina hace unos días, José Manuel Villegas secretario general y presidente en funciones desde que se produjo la dimisión de Albert Rivera el 11 de noviembre, en un gesto que le honra pero que no le justifica, decía que no sabía lo que había pasado. No se sabe qué es peor, si que sea cierto o que no. El techo natural de Ciudadanos ronda los 30 diputados. Haciendo las cosas bien difícilmente va a tener más. El electorado de Ciudadanos es extremadamente delicado porque no tiene fidelidad a las siglas y porque no le tiene miedo a que le digan que es de derechas o de izquierdas. Son personas que creen en el proyecto España y quieren que alguien que lo defienda sin hipotecas. Por lo demás se mueve en una horquilla suave entre los socialdemócratas y los liberales sin estridencias. Es sobre todo un ciudadano moderado que quiere soluciones concretas a problemas concretos, soluciones inteligentes y eficaces. Política con conocimiento. Siempre será minoritario porque es un votante selectivo y con ideas propias. Esa inmensa minoría que piensa mucho en los pros y los contras antes de ir a las urnas es el votante de Ciudadanos, doblemente valioso porque es escaso.

Si Ciudadanos quiere sobrevivir tiene que volver a su sitio, allí donde nadie va, porque es difícil mantenerse, y rechazar la política-emoción y el frentismo para proponer otra basada en la razón y el acuerdo. Ese frentismo es el verdadero ganador de las elecciones. España atraviesa por una situación muy difícil y van prosperando los que siembran división y han encontrado en una muchachada aburrida del bienestar un caldo de cultivo muy propicio.

Yendo a lo positivo y a lo concreto, porque no hay nada como ponerse a trabajar como locos después de un descalabro, ya sea sentimental o electoral, hay que dejar atrás la cuarentena prudencial para lamerse las heridas y ponerse al curro con ilusión, recuperando el viejo programa de Ciudadanos y convocando a todos los que quieran venir a ayudar, incluidos los que se han marchado, si vuelven con la lección aprendida de los malos mestureros y un poquito de humildad.

Y de ese programa hay que empezar por el principio: una nueva ley electoral. Era una de las prioridades de Ciudadanos y cuando ha habido ocasión para propiciar este cambio se dejó pasar con total olvido de sus propios fundamentos. El momento es propicio como pocos. El país lleva en una situación de bloqueo político varios años. Y de aquí solo nos saca una nueva ley electoral, que corrija las gigantescas desigualdades que la actual produce, estableciendo un mínimo suelo electoral en torno al 5 % y la posibilidad de una segunda vuelta.

Quiere decirse que las razones por las cuales Ciudadanos nació no solo siguen existiendo sino que han empeorado. O sea, que Ciudadanos hace falta ahora más que nunca. Ya se hizo una primera travesía de desierto, que fue dura como pocas, y si se superó aquella, esta también se puede superar. No hay ni un minuto que perder.

María Elvira Roca Barea es autora de Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2016).

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