Ciudadanos tiene que elegir: refundación o intrascendencia

Ciudadanos venía a cambiar las cosas, a hacer política de otra manera, a regenerar la actividad política, a devolver a los electores la confianza en las instituciones y en sus representantes, a templar el vaivén del bipartidismo, a dignificar la representación de los ciudadanos haciendo una política práctica, centrada sobre los acuerdos, la racionalidad y los valores de la democracia liberal. Desde Cs se supo transmitir esos objetivos y valores al electorado y éste los entendió. Más de cuatro millones de españoles respondieron en abril de 2019 con sus votos favorables, tan sólo hace dos años y medio.

Algunos dicen hoy que ese resultado no fue sociológicamente razonable para un partido liberal de centro en España. Sin embargo, ocurrió, no fue un sueño de la razón.

El éxito fue muy efímero. El partido que iba a llegar a acuerdos con todos los demás no supo negociar consigo mismo y los cordones sanitarios a derecha e izquierda se hicieron teoría y práctica común en Cs. La fractura de la directiva de Cs se transmitió al conjunto del partido y al electorado. Desde entonces, la retahíla de desaciertos políticos han sido la seña de identidad de la política de Ciudadanos.

El rechazo a explorar un pacto de gobierno con el PSOE, asociado a la soberbia centroderechista de ostentar 57 diputados, dio como resultado la pérdida de 47 de ellos (N19), en sólo seis meses. Hubo dimisión, pero no explicación, más allá de la retórica sobre la dificultad de comprender el mensaje por parte del electorado, como si éste hubiera perdido en pocos meses su capacidad de comprensión del mensaje político de Cs.

A partir del derrumbe electoral de Cs, se abrió un periodo de tiempos revueltos con el horizonte puesto en el Congreso Extraordinario de marzo de 2020. Tras el evento, ningún cambio de estrategia, ni de orientación; ningún mensaje de cambio, ni a los afiliados, ni a los electores.

Los nuevos estatutos, acaso más rígidos que los anteriores, con pequeños retoques para dar color democrático al proceso y mantener todo el poder en el Comité Ejecutivo. La ley de hierro de la oligarquía de los partidos no falló. El aparato resistió a todo y a todos. El objetivo declarado del Congreso era que fueran los militantes los que decidieran "el nuevo rumbo que el partido necesitaba”. Una mayoría decidió con su voto seguir a la vigente líder. Inercia gregaria y ausencia de debate, un suicidio colectivo. Pero ocurrió.

El Congreso extraordinario se despachó como si de un trámite se tratara. Se perdió la gran oportunidad de haber hecho un examen riguroso de la gran derrota de N´19 y de la continua pérdida de afiliados que ya empezaba a sufrir el partido y que no ha cesado desde entonces. Pero se vivió como un asalto al poder por la candidatura alternativa.

El partido no reaccionó ante la realidad: no pasa nada, seguimos adelante. Y Cs siguió adelante sin cambios. Pese a que ya se habían perdido la mitad de los votos en Barcelona, en 2019, Cs fue a las elecciones catalanas en febrero de 2021 con los mismos mimbres, incluido el desprecio de los resultados de las primarias. Y ocurrió lo que era de esperar: se perdieron, nuevamente, más del 80% de los escaños. El cabeza de lista de Cs achacó el retroceso a la baja participación, al parecer concentrada en el millón de exvotantes de Ciudadanos que esta vez le negaron el voto.

Quedaba un tercer episodio a esta tragedia dionisiaca, vestida de liberal y alejada de la razón. Tras los desatinos vividos en Murcia, en las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid se perdió otro medio millón de votantes de Cs, lo que determinó su desaparición de la Asamblea. Nuevo cierre de filas de la ejecutiva en torno a la líder del partido que (apuntaron algunos) está pagando los errores de “una herencia envenenada” de su predecesor.

Si tras la debacle catalana, la presidenta del partido dijo sentirse “más fuerte y respaldada que nunca”, en esta ocasión afirmó “no ver necesario emprender grandes cambios en la cúpula ni en la estrategia política de Ciudadanos”.

¿Faltaba algo para completar la historia de la sinrazón acumulada en los últimos tres años? Sí, faltaba la reciente Convención de Julio de 2021, sobre la que la Presidenta del partido había dicho previamente que pretendía abrir un “proceso participativo con la militancia” y reconstruir Ciudadanos “de abajo a arriba”.

La Convención ha sido lo que cabía esperar de cualquier convención: una puesta en escena de todos los ensillados del partido para refuerzo positivo de todos los presentes y gloria de algunos invitados agradecidos. Desde el grupo de Renovadores se había solicitado que fuera una Asamblea Extraordinaria de Refundación. No ha sido así, sino un acto publicitario con la petición expresa de no escuchar a "los cenizos y los pesimistas", que cabe suponer sean los críticos de Renovadores Cs entre los que me incluyo.

Los últimos sondeos electorales sitúan a Cs como la sexta organización política de ámbito nacional, tras PP, PSOE, VOX, Unidas Podemos y Mas País, con tendencia a seguir cayendo, como viene ocurriendo desde 2019. Todavía no ha cesado y me temo que no lo hará en los próximos meses, la desbandada de cargos y menestrales de Cs que huyen del naufragio o se pasan al barco más cercano con un argumento generalizado. “No me voy porque yo haya cambiado, me voy porque ha cambiado Ciudadanos”.

Algunos de los promotores del partido lo vieron antes que nadie y abrieron la larga lista de abandonos del partido. No sólo las cabezas visibles, todas las agrupaciones han ido viendo reducidas sus filas por una constante y aun no terminada sangría de bajas de afiliados. A ello hay que sumar el deterioro que se ha producido en el interior de muchas agrupaciones por la creciente tensión entre oficialistas y renovadores.

¿Tiene remedio esta penosa destrucción y muerte casi avisada de Ciudadanos? ¿Es posible recuperar tres millones de votantes sin amnesia? ¿Pueden los electores perdonar la estafa que acabó con sus sueños centristas y liberales? Todo en política puede parecer posible, pero, aunque es reconfortante mirarse en el FPD alemán y creer en la resurrección, teniendo en cuenta que en España se vota en clave nacional en casi todas las elecciones, ya sean autonómicas o municipales, y dado el importante enfado y desengaño del electorado español, lo más probable es que tengamos que vernos reflejados antes o después en la alta tasa de mortalidad de los partidos liberales en España. Pronóstico: pesimista, muy pesimista.

En ausencia de otros planes y propuestas de Cs distintas a los ya conocidos, la descomposición del partido está muy avanzada. No sólo porque día a día se están reduciendo al mínimo las perspectivas de intención de voto y se está produciendo una huida masiva de afiliados (algunos con la silla a cuestas, con el consiguiente espectáculo para la opinión publica), sino también porque la falta de un análisis colectivo de las causas del hundimiento, de un reconocimiento de errores identificados, de una puesta en común con afiliados de la propia comprensión de lo sucedido y de un propósito de enmienda y regeneración hacia el futuro, y todo ello debidamente comunicado a los electores, sin perritos, hace difícil pensar que los exvotantes de Cs cambien la opinión que ya les ha llevado a la abstención o a otro partido.

Si no media esta penitencia, la travesía del desierto que está iniciando Cs no va a conducir a ningún destino.

El electorado es crédulo, en general, pero no perdona fácilmente y no va a olvidar lo que ha vivido como una estafa que acabó con la ilusión y la confianza de cientos de miles de ciudadanos.

La propuesta de mirar sólo al futuro sonaría bien si no fuera porque la mayoría de los votantes de Ciudadanos y miles de sus afiliados ya se han ido y no serán seducidos de nuevo por un cambio de slogan.

El votante de Cs no está abonado, ni fidelizado, como buena parte del que vota a los dos grandes partidos.

Si Ciudadanos no cambia, asumiendo el relato de los hechos e iniciando una profunda refundación, está condenado a ser la barca de Caronte, conduciendo cuerpos políticos muertos al Averno del olvido y la intrascendencia.

Santiago Pérez Camarero es director del Instituto Max Weber y está adscrito al grupo Renovadores Ciudadanos.

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