Ciudadanos y las etiquetas

La idea se teclea cada vez más en las redes antisociales, esas fantásticas herramientas que podrían dinamizar la democracia y no dejan de devaluarla. El partido naranja sería el lado joven y peligroso de la gaviota. Falangito, facha, españolista, machista, ultraliberal, extrema derecha o el rufianesco extremo centro son algunos de los calificativos más repetidos. Aunque ninguno de ellos resista el más mínimo análisis racional, en la era del trending topic, cuando la materia gris cotiza a la baja, el retuit está garantizado.

Falta poco más de un año para el 26-M, una multicita electoral que incluirá europeas, municipales, autonómicas y quién sabe si generales. Ciudadanos tiene el viento de las encuestas a favor y es de esperar que reciba cañonazos de babor y estribor. La pena es que se utilice munición sin pólvora argumental, reducida a etiquetas ideológicas mal colgadas.

La postura firme de Ciudadanos ante el golpe de Estado en Cataluña sería prueba irrefutable de su pedigrí españolista. Sin embargo, en ningún país de la Unión Europea habría llegado tan lejos un desafío ilegal a la unidad territorial organizado desde las instituciones con dinero público. Es desesperante que el mero respeto del Estado de Derecho requiera de tanta pedagogía.

El nacionalismo es fuente inagotable de desigualdades y Ciudadanos nació de la voluntad de combatirlo en Cataluña. En política territorial su horizonte es la igualdad de derechos, oportunidades y prestaciones sin importar la comunidad autónoma de residencia. Una barbaridad españolista a todas luces. Su reciente oposición en solitario al cupo vasco responde al objetivo de asegurar la solidaridad interterritorial, necesaria para el funcionamiento del Estado del Bienestar. Sin un Estado fuerte no hay impuestos ni redistribución posible. Se podrá estar de acuerdo o no, lo que no tiene sentido es calificar esta postura de nacionalista de derechas, a menos que se entienda que el Partido Comunista Francés también es nacionalista de derechas. Sólo una sociedad narcotizada por el franquismo cree que el centralismo es de derechas y el nacionalismo, progresista.

En política económica, Ciudadanos y sus expertos de la London School of Economics proponen medidas aplicadas con éxito en Suecia, Holanda o Austria. Cuando defienden el contrato único, la inversión en capital humano o una reforma de las pensiones inspirada en las tesis de Diamond y Barr, se podrá estar de acuerdo o no, lo que no tiene sentido es calificarlos de ultraliberales. El propio equipo de Pedro Sánchez acordó con ellos un programa común que se plasmó en el Pacto del Abrazo y que no se puso en práctica simplemente porque Pablo Iglesias, como Lenin, prefirió el cuanto peor mejor de Chernyshevsky y salivaba pensando en el sorpasso al PSOE.

Precisamente es a Podemos a quien más provoca Ciudadanos por su crítica cualitativa y cuantitativa de gobiernos populistas que han fracasado en su intento de aumentar el bienestar de la ciudadanía. El partido morado no soporta la defensa con argumentos y sin complejos del capitalismo, el comercio y la competencia como los mejores instrumentos conocidos para gestionar la economía. Anatema. De nada sirve insistir en la regulación del mercado para evitar abusos o en la igualdad de oportunidades. Hablar claro contra aventuras colectivistas y defender la economía de mercado merece la condena unánime por derechista y partido del Ibex. Y si se tienden puentes con Emmanuel Macron, antiguo ministro de economía de un gobierno socialista, es porque Macron también es ultraliberal; lástima que derrotara a Le Pen el año pasado y no se le pueda acusar de ultraderechista, al menos de momento.

En términos de igualdad entre hombres y mujeres, Ciudadanos ha conseguido recientemente aumentar la baja por paternidad y las ayudas para cubrir los gastos de guardería. Su filosofía económica busca que más mujeres se incorporen al mercado de trabajo y éstos son sólo dos pasos; es de esperar que haya más si un día llega al Gobierno. Sin embargo, cuando se abordan los derechos de la mujer en muchos foros de internet, el partido naranja es tachado de machista por no apoyar la huelga del 8-M –sí las manifestaciones– y por haber defendido que las penas de violencia doméstica fueran igual de duras –no de blandas– en todos los casos.

De nada sirve recordar que el 8-M se convocó a conciencia como una huelga anticapitalista, lo que impedía apoyos transversales. También se olvida que en el espinoso tema de la violencia en el hogar, en ningún momento se habló de reducir las penas del maltratador masculino cuando la víctima es una mujer –la inmensa mayoría de veces– sino de aumentar las de los otros casos para garantizar la igualdad ante la ley. El director de un conocido diario digital llegó a escribir que esta idea se cargaba todo lo avanzado en materia de violencia machista en los últimos años. Como si un maltratador fuera a maltratar más o menos en función de la condena de los casos distintos al suyo.

Ciudadanos es un partido relativamente nuevo y entre sus críticos puede percibirse el miedo a lo desconocido. De raíz socialdemócrata, últimamente ha desarrollado un tronco progresista liberal o liberal social que le permite crecer a mejor ritmo. La crisis catalana y la decadencia del PP le han puesto en bandeja millones de votos conservadores. Algunas encuestas observan también un menor pero significativo trasvase de votos socialistas. Sin embargo, esa misma flexibilidad le pone en la diana por múltiples motivos, a menudo infundados. En términos objetivos, Ciudadanos no es peor que el PP para ningún votante identificado con los valores tradicionales de la izquierda. Sin embargo, sí está demostrando ser mucho peor como rival a batir y a rebatir.

Josep D. Verdejo es periodista y máster en políticas públicas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *