Ciutadans, ciudadanos y algunas aclaraciones

La proliferación de maniobras preelectorales para los comicios de mayo de 2019 ha suscitado inesperadas evocaciones. Por ejemplo, se ha mencionado la experiencia de Ciutadans pel Canvi, la asociación impulsada por Pasqual Maragall en 1999 para sumar apoyos a su primera candidatura a la presidencia de la Generalitat. No estará de más aportar algunas impresiones de quienes participamos en aquella experiencia y le acompañamos durante aquellos años cuando se produce ahora una tardía y cuasi universal reivindicación del Alcalde-Presidente. Si nos atrajo entonces la propuesta de Maragall fue porque denunciaba —hace ya más de dos décadas— que el partido como modelo de movilización y organización política inventado a finales del XIX ya no podía acaparar la función de trasladar las necesidades ciudadanas a las instituciones de la democracia representativa. Le daba además contenido y objetivos: se habían definido dos años antes durante la convención de Catalunya Segle XXI (AAVV. La democracia de los ciudadanos, Barcelona, Alfaguara-Grup 62, 1999).

Maragall avanzó entonces lo que otros —desde Podemos hasta La Republique en Marche de Macron— han intentado años después: aunar plataformas ciudadanas en diferentes ámbitos, contar con la cooperación de personas que no quisieran hacer de la política su legítimo y permanente modus vivendi, limitar voluntariamente la duración de los mandatos electivos, adoptar mecanismos de decisión más horizontales que jerárquicos, aprovechar las posibilidades que Internet —en aquel momento, incipiente— facilitaban para comunicarse, prescindir de la etiqueta “partido”, etc. Si revisamos iniciativas políticas en Cataluña y en España en los últimos diez años, no cuesta comprobar las coincidencias. Al menos, en lo formal. Se plagió incluso con pocos escrúpulos la denominación de la iniciativa de Maragall.

Ni los partidos, ni la prensa de aquel momento, mostraron gran comprensión con el proyecto. Fue considerado como una “maragallada” más, como un mecanismo de marketing a la americana o como un séquito de arribistas que pretendían acceder “desde arriba” a la política profesional, sin pasar por la trabajosa y disciplinada carrera en un partido, desde sus organizaciones juveniles hasta sus puestos dirigentes. Se quiso identificar a Ciutadans pel Canvi como una operación limitada al Sant Gervasi de Barcelona, ignorando la implicación de grupos ciudadanos de su cinturón metropolitano y de las comarcas de Girona, Lleida y Tarragona.

Pese a las críticas, la iniciativa de Maragall atrajo a la movilización política a sectores y personas que la habían desdeñado o la habían abandonado. Lo hicieron con ánimo de prestar un servicio civil de carácter temporal. Lo cierto es que quienes participamos en la asociación respetamos —con alguna excepción notoria— el compromiso adquirido de volver a nuestra actividad profesional anterior, una vez desempeñado un período limitado de actividad institucional. Intentamos combinar nuestro apoyo a Maragall con el que le prestaba su partido. Para usar términos moderados, puede afirmarse que esta cooperación no fue fácil por la diversidad de sus culturas organizativas. Pero evitamos hacer de esta relación difícil un material para la explotación mediática. Procuramos actuar como puente para que las relaciones entre las fuerzas políticas de aquel momento —PSC, ERC e Iniciativa— impulsaran políticas sociales más ambiciosas que las desarrolladas por los gobiernos anteriores.

Lastraron la iniciativa la dificultad de compaginar la acción institucional con la dinámica propia de un movimiento ciudadano, la inexperiencia política de sus responsables, la relación complicada con el PSC, la voluntad de no convertir la entidad en una organización profesionalizada o la trabajosa trayectoria del gobierno tripartito. La renuncia de Pasqual Maragall a repetir su candidatura debilitó decisivamente el proyecto de Ciutadans pel Canvi y llevó a su posterior y voluntaria disolución.

En su concepción original, tal vez estuvo presente la idea de que Ciutadans pel Canvi podía ser una operación para conseguir el apoyo “transversal” de sectores próximos al establishment económico del país. Lo cierto es que un objetivo de este tipo no concordaba con la selección de personas que constituyeron su núcleo inicial, más escorado —en términos clásicos— a la izquierda del PSC que no a su derecha. En todo caso y una vez en marcha, Maragall dio libertad a Ciutadans pel Canvi para desarrollar —con la modestia de sus recursos— un itinerario autónomo.

Está por hacer un balance de la experiencia de Ciutadans pel Canvi. Pero quienes la compartimos valoramos como activo indiscutible la relación con Maragall. No fue siempre fácil: la asociación era refractaria a caudillismos y el propio Maragall ejercía en ella un liderazgo muy particular. Pero su capacidad de reflexión política, su honestidad y su calidez humana constituyeron en todo momento un estímulo político y personal durante aquella etapa de compromiso ciudadano.

En estos últimos días, se ha querido aproximar la candidatura de Manuel Valls patrocinada por Ciudadanos al Ciutadans pel Canvi de Maragall de 1999. Las comparaciones —según el dicho popular— son siempre odiosas y a menudo inadecuadas. Algún dato puede dar pie ahora a un paralelismo fácil. En todo caso, sería paradójico que lo que quizá fue concebido inicialmente desde la izquierda moderada como medio para acercarse al centro-derecha del espectro electoral fuera ahora recuperado desde la derecha para penetrar en el electorado progresista. Ni el momento —veinte años después—, ni la intención estratégica que parece orientar la operación Valls, ni la posición que quiere ocupar en el tablero político, ni el personaje que la encabeza permiten convertirla en una nueva versión de Ciutadans pel Canvi que en su día acompañó a Pasqual Maragall.

Firman esta tribuna Ramón Espasa, Xavier Folch, Pilar Malla, Alex Masllorens, Oriol Nel·lo, Josep M. Vallès i Carme Valls.

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