Los fenómenos políticos, sociales, culturales, siempre han seguido tendencias generales, colectivas, más o menos simultáneas, en el mundo hispanoamericano, desde el movimiento de la independencia hasta hoy. Han sido procesos irregulares, a primera vista confusos, siempre contradictorios. La independencia fue en parte ilustrada, en parte jacobina, con elementos de romanticismo que se notaron al cabo de algunos años. Simón Bolívar, tan invocado en años recientes, invocado a veces con notable ignorancia, fue un personaje romántico, idealista, impulsivo, que al final de su vida sintió que había arado en el mar. Andrés Bello, venezolano contratado por la República de Chile, jurista, codificador, lingüista, gramático, fue el clásico por excelencia. Nosotros cambiamos constituciones sin darnos el trabajo de estudiar a nuestros primeros constitucionalistas; reformamos la educación sin poner atención en nuestros grandes educadores, en Andrés Bello o en Gabriela Mistral; fabricamos teorías diversas, pero sin saber qué es una teoría o qué es una ideología.
Estoy convencido de que ahora se perfila en la región latinoamericana, en forma todavía confusa, un movimiento democrático, humanista, que deja atrás al populismo de izquierda o de extrema izquierda de las últimas décadas. Desapareció Getulio Vargas en el Brasil desde hace más de medio siglo; retrocede el peronismo en Argentina, los peronistas moderados dejan, por definición, de ser peronistas; el candidato oficialista del Ecuador está obligado a pasar a una segunda vuelta electoral, mientras el presidente Correa declara que quizá se verá obligado a regresar de su retiro en Bélgica para hacerse cargo del problema, y el castrismo, por razones históricas, económicas, biológicas, tiene las horas contadas. Acabo de ver en las pantallas a una jefa de la policía castrista que ha conseguido salir de la isla y que formaba parte de las patrullas que asediaban el automóvil del disidente Oswaldo Payá antes de su accidente mortal. Ella considera que el caso es sospechoso, ya que Payá no parecía tener heridas graves antes de ser ingresado en un hospital, y declara que sólo regresará a su país «cuando los hermanos Castro y toda su familia» hayan desaparecido.
En los últimos tiempos, he seguido con atención, con interés, las opiniones públicas y los artículos de prensa de Mariana Aylwin. El padre de Mariana, el presidente Patricio Aylwin, fue uno de los personajes claves de la transición chilena. Fue, en definitiva, el gobernante que consiguió imponer el poder civil sobre el poder militar. Ni más ni menos. Y es interesante que Mariana, exministra de Educación, haya mantenido una crítica constante, lúcida, de la reforma educacional actual, en alguna medida, en sentido histórico, justificada, pero apresurada y mal hecha.
Ahora el Gobierno cubano acaba de impedir que Mariana Aylwin viaje a la isla invitada por el movimiento que preside la hija de Oswaldo Payá. Es un acto que me indigna, puesto que conservo mi capacidad de indignación, pero que no me sorprende en absoluto. Así como no me sorprende en nada que los precandidatos de izquierda y de centro-izquierda del Chile de estos días hayan hecho declaraciones débiles, conciliadoras, oportunistas. Me pregunto si no son oportunistas que han perdido su oportunidad y que seguirán perdiendo otras.
Por lo demás, la exministra chilena no fue la única rechazada por el oficialismo cubano. Junto a ella están Felipe Calderón, el expresidente mexicano, y Luis Almagro, el único secretario general de la OEA que se ha distinguido por creer en la cláusula democrática de la organización. En los tiempos en que Trump levanta sus muros con México, el castrismo levanta otros muros. Yo me acuerdo de los años en que los cubanos oficiales decían: «Con OEA o sin OEA, ganaremos la pelea». Ahora perderán la pelea, sin duda, con o sin OEA, pero habrá que tener mucha paciencia. Hago, por mi parte, una observación general, tratando de despejar minucias y confusiones. El populismo beligerante y vociferante de estos últimos tiempos, que viene de muy atrás, ha sido una forma de desprecio de las costumbres democráticas, del Estado de derecho. En resumen, una anticultura. La corriente general, con relativa timidez, con lentitud, va en la dirección contraria, aunque a veces los políticos en servicio activo sean los últimos en darse cuenta. Uno de los primeros actos del populismo peronista, por ejemplo, fue sacar a Jorge Luis Borges de una biblioteca y nombrarlo administrador de un gallinero municipal. El peronismo de los Kirchner tenía figuras emblemáticas: Juan Manuel Fangio, Evita Perón, el Che Guevara y Carlos Gardel. Como ya lo he dicho, me quedo con Gardel y con el tango, felizmente anteriores al peronismo. Los demás son santos de un santoral sobrepasado. Y Macri tiene el mérito de haber iniciado la reivindicación de Borges desde los años en que fue alcalde de Buenos Aires.
La pelea de fondo de hoy no es entre la derecha y la izquierda. Eso es un maquillaje, una cortina de humo. La historia es mucho más lenta. La disyuntiva de hoy todavía es la misma del siglo XIX, la que invocaba Domingo Faustino Sarmiento: civilización y barbarie. Hay que tener una mente abierta, sin prejuicios ideológicos, libre, para saber dónde se encuentran, en la Hispanoamérica de hoy, una y la otra. Mandar a un escritor de la categoría de Borges a vigilar un gallinero público es un acto de barbarie pura. Algunos de los exilios cubanos, como el de Guillermo Cabrera Infante, el de Heberto Padilla, el de grandes arquitectos, médicos, economistas, también fueron expresiones de un autoritarismo bárbaro. Y mandar al jefe de la oposición a la cárcel, ¿qué es? Las reacciones oficiales de las democracias latinoamericanas, que existen, después de todo, son insuficientes, mezquinas, desubicadas. Se abre un espacio para una diplomacia española nueva, eficiente, cuyo lenguaje sería bueno escuchar, aunque fuera leyendo entre líneas.
Jorge Edwards, escritor.