Clasificación de los sentimientos

Los sentimientos son estados de ánimo, positivos, negativos o neutros, que nos traen información sobre cómo nos encontramos. Mientras la inteligencia pretende conocer la realidad, distinguiendo lo accesorio de lo fundamental, la voluntad es la capacidad para querer algo con una cierta firmeza, y conseguirlo eligiendo una cosa y renunciando a otras. Si la inteligencia abre una ventana para acercarse a lo que ve, la voluntad implica decidirse, optar por un camino y avanzar, pero con el útil imprescindible de la motivación. En cambio, el sentimiento es un paisaje interior que refleja lo que está sucediendo en la intimidad de la persona. En la siguiente clasificación aparecen los principales tipos de sentimientos que se pueden manifestar. Es importante dilucidar las diferencias e intentar agruparlos de alguna manera, aunque no sea sencillo, ya que en bastantes ocasiones se embrollan unos significados con otros y contenidos en principio distantes, lo que les otorga un carácter muy singular por parte del que los padece.

1. Sentimientos pasajeros y permanentes. En los primeros todo es transitorio y fugaz, responde a un primer entusiasmo que se desvanece en poco tiempo; son frecuentes en la adolescencia y en las personas inmaduras, incapaces de calibrar una relación afectiva de forma adecuada, sabiendo que la vivencia de los sentimientos necesita tiempo para echar raíces. En los sentimientos permanentes no existe el aspecto fugaz y efímero; por el contrario, suele faltar ese desbordante entusiasmo esencial, su génesis es más pausada, pero poco a poco se va haciendo más estable y duradero, arraigando con fuerza y persistiendo en una estabilidad progresiva.

2. Sentimientos superficiales y profundos. Los superficiales son aquellos que de alguna manera forman el entramado diario de nuestra vida, los que afectan a la capa más epidérmica de nuestra intimidad y personalidad. No dejan huella y desaparecen con rapidez. Los sentimientos profundos son de signo contrario, afectan más interiormente a la psicología y, de alguna manera, la conmueven, la alteran, la distorsionan. Su impacto deja una señal, una marca, un rastro de lo que en realidad han significado para uno. En ocasiones, esa profundidad puede ser terrible: si su paso es negativo, estamos ante los traumas biográficos; si es positivo, ante los recuerdos gratificantes.

3. Sentimientos simples y complejos. Los simples se caracterizan por un contenido elemental, claro y preciso; los complejos convierten la experiencia vivencial en algo 'sui generis', infrecuente, extraño y, por consiguiente, difícil de exteriorizar.

4. Sentimientos motivados e inmotivados. Los motivados tienen como principal exponente la comprensión, y como objetivo buscar un motivo que justifique ese humor afectivo. Los sentimientos inmotivados son característicos de los niños y adolescentes, que aún no tienen una afectividad sólida, pues presenta oscilaciones imprevistas que los atraen y los llevan de una manifestación afectiva a otra. Asimismo, predominan en todas las enfermedades depresivas y ansiosas, cuyos movimientos anímicos son sobre todo injustificados, debidos a desórdenes bioquímicos cerebrales.

5. Sentimientos positivos y negativos. Las primeras clasificaciones de los sentimientos se basaban en parejas antinómicas: alegría-tristeza, placer-displacer, tensión-relajación. La psicología tradicional ha subrayado que son los sentimientos negativos los que más ayudan a que madure la personalidad, aunque parezca lo contrario. De ahí que la ansiedad, siempre que no sea patológica en exceso, resulta beneficiosa en la medida que obliga a interrogarse por aspectos esenciales de la condición humana: ¿de dónde venimos, a dónde vamos, qué estoy buscando yo ahora?...

6. Sentimientos noéticos y patéticos. En los primeros el contenido es preferentemente intelectual, y en los patéticos puramente afectivo. Sin duda, los patéticos son los sentimientos 'per se', los más auténticos.

7. Sentimientos activos y pasivos. En los pasivos domina el dejarse invadir y hallarse instalado en una vivencia determinada; en los activos se produce la necesidad de tomar parte, tomar la iniciativa, hacer algo.

8. Sentimientos impulsivos y reflexivos. En los primeros se activa un dispositivo en el instante en que se produce el cambio afectivo; en los reflexivos se produce una invitación al recogimiento y al análisis interior privado, en un intento de comprender lo que ha sucedido y el porqué de su significado.

9. Sentimientos orientativos y cognitivos. En los primeros se fragua una tendencia, que no es sino la elección de una trayectoria a raíz de los mismos, con el fin de buscar un derrotero adecuado al contenido. Los sentimientos cognitivos está cargados de conocimiento, se procesa la información mental y se archiva.

10. Sentimientos con predominio del pasado, del presente o del futuro. En cada uno de ellos el factor tiempo es primordial: puede ser retrospectivo (la tristeza, la melancolía), permanecer en el presente (vivencias oceánicas de Nietzsche), o tener perspectiva de futuro (la ansiedad, adelantarse en negativo o presagiar lo positivo).

11. Sentimientos fásicos y arrítmicos. Los fásicos son aquellos que se producen de forma cíclica, periódica, y se dan especialmente de los trastornos depresivos mayores, sobre todo en las formas bipolares y también en las depresiones enmascaradas y en los equivalentes depresivos. Esta forma evolutiva suele ser estacional, dándose más en primavera y en otoño. Asimismo, los sentimientos fásicos se observan en la vida genital femenina, sometida a ese ritmo tan característico. Los sentimientos arrítmicos se registran en los trastornos afectivos atípicos, aunque su presentación puede ampliarse al círculo de la ansiedad, y a los trastornos de la personalidad.

12. Sentimientos gobernables e ingobernables. Sería más correcto expresarlo como esperados e inesperados. En los primeros, la persona tiene la capacidad para controlarlos y dirigir su rumbo. Para ello hace falta cierto autocontrol psicológico y un buen conocimiento de uno mismo. Por ese camino nos encontramos con los sentimientos maduros.

En los sentimientos ingobernables sucede lo contrario y pueden darse por dos motivos muy diferentes: porque ha sido imposible desde el principio dominarlos, dada su fuerza, el factor sorpresa o una cierta predisposición o vulnerabilidad que lo ha impedido, lo que no suele ser muy frecuente; o porque no se ha sabido cortar a tiempo. Se puede observar cómo todo puede dispararse a raíz de una serie de circunstancias más o menos continuadas: uno se deja llevar y más tarde resulta difícil el camino de retorno. Me refiero a muchos enamoramientos de personas ya casadas o comprometidas, que han entrado en el mundo afectivo, consintiéndola, siendo conscientes de ello, y por vanidad, juego, superficialidad o exploración de las propias posibilidades de conquista, llegan a ser incapaces de controlar la nave emocional. Acaudillar la vida afectiva es una de las manifestaciones más decisivas de la madurez de una persona.

Enrique Rojas es catedrático de Psiquiatría.

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