Clonar o regenerar: un debate ético

Por César Nombela, catedrático de la Universidad Complutense (ABC, 17/02/04):

No por esperada, la noticia de la clonación humana, de la que daba cuenta una revista científica, dejó de tener el impacto mediático que se concede a los grandes acontecimientos. En la sociedad biotecnológica en la que estamos es posible, no sólo profundizar en el conocimiento de los seres vivos, sino intervenir en sus procesos mediante técnicas de manejo de su material genético. Es preciso, sin embargo, analizar todas las circunstancias que concurren en este acontecimiento, el marco en el que se inserta y cómo la sociedad debe plantear el avance científico y compatibilizarlo con el respeto a la vida humana. Hace más de 25 años se fecundaron in vitro óvulos humanos, con esperma, para realizar la reproducción humana asistida a favor de quienes no pueden procrear por métodos naturales. En palabras de Djerarsi, cuando el embrión humano se obtuvo fuera del claustro materno, «el genio escapó de la botella», indicando que esta intervención abría posibilidades insospechadas cuyo uso ha de ser el adecuado.

La creación de embriones clónicos suscita una reacción entre el asombro por las posibilidades de la ciencia, el recelo por su potencial utilización en contra de los derechos de las personas y la esperanza en que aporte soluciones casi mágicas para el tratamiento de enfermedades, como algunos postulan. Importa analizar con rigor, porque, a mi juicio, el avance no será fruto de la magia sino de la aplicación inteligente del esfuerzo científico y, si lo defendemos con claridad y sentido común, se podrá seguir apostando por la vida humana, desde los primeros estadíos. Hace falta aplicar bien los criterios y transmitir un mensaje claro en la deliberación ética a la que está obligada una sociedad que cada vez ha de tomar más decisiones de trascendencia.

La medicina regenerativa se va perfilando con hallazgos que permiten entender cómo a partir de una célula única se genera un organismo como el humano, con más de 200 tipos celulares distintos. Tanto el programa genético de la célula, como el lugar que ocupa en el embrión, la influencia de las células en su proximidad, van determinando esa especialización. Sucede que a lo largo de la vida surgen enfermedades que dañan o destruyen tejidos u órganos. El descubrimiento de las «células madre» («células troncales» es lo correcto) estimula esta posibilidad terapéutica. El manejo de embriones tempranos de animales, obtenidos in vitro, ha permitido derivar células troncales con notable vigor de crecimiento. Pero, igualmente importante ha sido descubrir que también hay muchas otras células troncales en distintas localizaciones del organismo adulto, las cuales se pueden aplicar a reparar tejidos dañados por la enfermedad. Hay ya ejemplos muy cercanos de utilización de ese potencial autorregenerador de las células adultas, como el de los médicos y científicos, de la Universidad de Valladolid y del CSIC, que ha tratado patologías cardiacas con éxito, implantando en el miocardio células de la médula ósea del propio enfermo.

Dos aspectos configuran, a mi juicio, el avance de la medicina regenerativa. El conocimiento científico que se ha de obtener de la investigación con células troncales, embrionarias y adultas, y el desarrollo de terapias con estas últimas que ya están como vemos muy a mano. He ahí un par de opciones en las que basar las prioridades científicas, si se quiere avanzar con rapidez. En muchos países la legislación permite disponer de ambos tipos de células troncales, de animales y humanas, embrionarias y adultas. Igual sucede en España, con las disposiciones aprobadas por nuestro Parlamento que posibilitan esas opciones científicas, en un marco ético exigente, porque se ha permitido obtener células troncales de embriones humanos no clónicos, que no tienen otra alternativa que la destrucción, al tiempo que se han elaborado normas para que en el futuro sólo se generen aquellos embriones que se hayan de emplear para procreación, no más.

El resultado de los científicos coreanos no supone un avance conceptual sino técnico. Han aplicado las técnicas empleadas para clonar mamíferos -con las que se logró no sólo clonar ovejas sino otras seis especies distintas- a la especie humana. Por transferencia del núcleo de una célula adulta a un óvulo enucleado han obtenido embriones para derivar células troncales a partir de los mismos. La técnica resultó de baja eficiencia y -más importante- no funcionó con células distintas de las de la mujer que aportaba el óvulo, es sólo clonación autóloga. Pero, ¿qué significa el plantear la clonación humana en este contexto?

Aunque el experimento está permitido en ese país, no podemos pasar por alto que no lo estaría en muchos otros. Legislaciones de lo más diversas y convenios como el de la Biomedicina y los Derechos Humanos (Oviedo 1997) prohíben crear embriones humanos con propósitos experimentales. Hay legislaciones que castigan con penas severas este tipo de clonación, mal llamada terapéutica, porque no se realiza para curar sino para investigar la posibilidad de obtener células troncales embrionarias clónicas de humanos. Cierto es que estas células, de obtenerse, estarían exentas de riesgos de rechazo en su transplante por tener la dotación genética del organismo al que van destinadas. Pero, el propio principio de si las células embrionarias se podrán emplear en terapias, como ya se hace con las células adultas está más lejano. Un futuro escenario, en el que exista una demanda notable de óvulos para terapias, en lugar de emplearse para la procreación, debe suscitar la reflexión oportuna, que en mi opinión no merece sino una valoración negativa.

Pero, donde la clonación humana suscita más recelos es ante su posible empleo para la reproducción. Toda una estrategia mundial liderada por Naciones Unidas se dirige a lograr una prohibición de la clonación reproductiva, la que podría darse, si embriones como los aquí comentados se transfieren al útero de una mujer para su gestación. Reconociendo que los proponentes de esta estrategia no pretenden sino obtener embriones clónicos para investigar, cabe afirmar que el experimento llega de forma inoportuna. La mayor parte de los comités de ética -como el que tengo el honor de presidir en España- han considerado no recomendable crear embriones humanos de ningún tipo para experimentación, otros al menos han propuesto moratorias en estas investigaciones.

La sociedad actual se ha de enfrentar con frecuencia a la toma de decisiones. Mi confianza en la deliberación ética para llegar a la mejor propuesta se basa tanto en el análisis riguroso de los hechos científicos como en la posibilidad de defender lo que significa el embrión desde su comienzo. El estadío unicelular, el cigoto humano, es el que marca un antes y un después en el desarrollo del ser humano. Respetando otras opiniones creo necesario señalar el riesgo que supone aceptar su creación con fines meramente instrumentales. Continuará el debate sin duda, pero el horizonte actual de la medicina regenerativa no precisa de la clonación, sino de la reprogramación del potencial de las células troncales adultas, basada en el mejor conocimiento científico. Recordémoslo cuando planteamos con razón que es preciso abordar con rapidez y eficacia el tratamiento de enfermedades, porque también la fijación de prioridades debe estar basada en la ética.