Coaliciones, ¿para qué?

Las coaliciones llevan algún tiempo gozando de gran predicamento tanto en tertulias y comentarios como en la praxis política, puesto que los resultados de las elecciones municipales y autonómicas las hicieron inevitables y los de las generales parecen abonar también una solución de ese tipo a nivel general. Lo que sería una novedad desde que entró en vigor la actual Constitución, pero que no lo fue en España en etapas anteriores ni lo es en Europa, donde resulta ampliamente practicado.

En teoría, los gobiernos de coalición no tienen por qué ser mejores ni peores que los de un solo partido. Pueden ser más fuertes o más débiles, más eficaces o más ineficaces. Depende de cómo y para qué se constituyan. Extremos que conviene ponderar, sobre todo cuando el abanico de posibles coaliciones parece ampio, como ocurre en estos momentos en nuestra patria.

Coaliciones, para quéCoalición, ¿para qué? La respuesta parece obvia: para ejercer el poder; pero no es tan obvia, sobre todo cuando seguimos arrastrando las secuelas de la Guerra Civil (en Estados Unidos, recordemos, duraron cien años) que algunos se empeñan en mantener vivas. Hemos visto muchas coaliciones que de hecho se han organizado en ayuntamientos y autonomías, no para llevar a cabo una tarea de gobierno, sino para impedir que otros lo hagan: tripartitos, cuatripartitos o pentapartitos que lo único que tienen en común es el anti; y con el anti no se gobierna, ni con vagas apelaciones retóricas como el cambio tampoco. Decir que «los españoles han votado cambio» puede sonar bien, pero, cuando resulta que todos los que han sacado votos pidiendo cambio pedían y piden un cambio distinto, no resulta sencillo combinar esa variedad en un único programa de acción.

La experiencia de las coaliciones, tanto en España como en el contexto europeo, es que, o se parte de un programa de gobierno compartido y sólido, con alguien con el peso suficiente como para guiar el carruaje, o tendremos un instrumento para la ineficacia y la inestabilidad. No digamos si lo único de que se trata es de salvar posiciones personales o de ir comiendo el terreno a los socios como instrumento prioritario. Una coalición, para servir al pueblo, requiere unos objetivos que puedan ser aceptados y servidos con lealtad por todos los coaligados durante el tiempo necesario para que la acción de gobierno surta efecto. ¡Ojo!, por tanto, con las coaliciones anti o las que se propongan simplemente salir del paso.

La segunda dimensión que hay que tener en cuenta al responder a la pregunta del «para qué» es que la acción de gobierno en los países del euro tiene ya unos límites claros, que no se pueden superar impunemente. Lo hemos visto en Grecia, lo estamos viendo en Portugal y lo hemos experimentado en carne propia, cuando Zapatero tuvo que pegar un volantazo que, por tardío, resultó aún más brutal. La política económica en la zona euro no es aún una política común, pero los márgenes de acción se han ido delimitando de tal modo que una deriva no ya bolivariana, sino que pretenda simplemente desconocer los límites de déficit, etc., está abocada al fracaso y al rescate. Ese sería el resultado de una coalición en la que jugasen un papel importante quienes no solo no quieren respetar esos límites, sino que proclaman su voluntad de establecer un sistema distinto.

Dentro de la Unión Europea siempre se han podido y se pueden seguir políticas variadas. No es la misma la del Sr. Renzi que la de la Sra. Merkel, pero ambas respetan escrupulosamente el marco definido en común. Ya es hora de que al pensar en la coalición de gobierno que nos conviene dejemos de mirar solo a la piel de toro y tengamos en cuenta la Europa de la que somos uno de los principales integrantes.

En 1962 un puñado de españoles de ambos bandos de la Guerra Civil tuvieron la grandeza de superar sus pasados enfrentamientos y dejar bien claro que la esencia de esta Unión Europea está en dejar atrás la división entre vencedores y vencidos –esa que el franquismo mantuvo siempre abierta–, los pasados odios y rencores, para construir entre todos un futuro para todos.

La Transición fue un paso muy importante en ese camino, y pudimos incorporarnos a la Unión. Ahora no es cuestión de dar marcha atrás ni de hacerse la tonta ilusión de reescribir la historia, que nunca puede reescribirse. Lo que necesitamos es completar de una vez la Transición, hacer posible no solo que puedan gobernar normalmente unas veces unos y otras otros, sino unos con otros. Con coaliciones o con abstenciones, pero con el progreso de todos como objetivo.

José María Gil-Robles, académico de la Real de Ciencias Económicas y Financieras y presidente del Centro de Estudios Comunitarios.

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