Cohesión mecánica y cohesión orgánica

Por Félix Villa, politólogo (LA RAZON, 22/11/04):

La batalla por el control de la organización regional madrileña del Partido Popular trasluce una mucho más importante batalla por el control e incluso por la definición misma de ese partido. Para el correcto enfoque de los hechos comencemos por dejar sentado que los grandes partidos de vocación mayoritaria son necesariamente plurales. Igual que se habla de las «dos almas» del Partido Socialista –la estatista y la societaria– o de sus varias sensibilidades, puede hablarse con pertinencia de las familias ideológicas del Partido Popular. ¿Y por qué no habría de tener el Partido Popular «dos almas», la liberal y la socialcristiana, que en realidad serían dos principios compatibles dentro de su alma? El término ideología necesita alguna precisión. La ideología es el principio animador de un partido político, al mismo tiempo que una concepción –si se quiere esquemática– de la sociedad. Utilizando un símil económico puede decirse que la ideología es la cultura empresarial de un partido político. Ideologías y partidos han surgido a través de diversos enfrentamientos por controlar el poder político, o influir en el mismo, que se han producido en el proceso histórico occidental desde el siglo XVIII en las sociedades que fueron accediendo a la libertad política, principalmente los habidos entre partidarios de conservar las tradiciones y propugnadores de las novedades, entre burgueses y proletarios, entre defensores de la Iglesia y beligerantes contra ella, entre partidarios de un Estado centralizado y partidarios de amplias autonomías regionales. Esas querellas históricas determinaron zanjas o tajos en el cuerpo social que permanecen en nuestras sociedades, si no como heridas al menos como cicatrices.

La ideología de los partidos actuales en España y otros países se nutre del sustrato a que me acabo de referir, pero no todas las ideologías surgidas en la historia que podrían hacerlo producen un partido en cada sistema político. La eficacia de la lucha política exige reagrupamientos que dan lugar a préstamos o asimilaciones de elementos ideológicos entre fuerzas diversas. Así el PSOE (la socialdemocracia española) ha incorporado importantes elementos de la ideología liberal. Claramente desde Felipe González, que ha sido el verdadero creador de la socialdemocracia española actual al poner en hora de su tiempo (liberal y moderna) al bronco y dogmático socialismo tradicional español. Aunque ya Indalecio Prieto –uno de los más destacados dirigentes históricos del socialismo español– hizo famosa antes de la Guerra Civil su frase «soy socialista a fuer de liberal». Por su parte, el Partido Popular aglutina ingredientes ideológicos de varias procedencias (liberales, democratacristianos, conservadores) susceptibles de fundirse coherentemente en un gran partido de centro derecha. Por tanto, un partido de centro (posiblemente el único que lo sea ahora en España, ¿dónde está el partido de centro izquierda?) necesariamente de ideología sintética. A la que se puede llamar perfectamente ideología popularista puesto que los nombres de las ideologías surgen de los partidos.

Tal ideología no se circunscribe al partido español ya que Partido Popular, o Partido del Pueblo, es una marca política internacional. Muy competitiva en un mundo que precisa apremiantemente de la construcción de democracias. Es un tipo de partido al que sus opciones básicas (protección del patrimonio religioso y moral de la sociedad con espíritu de tolerancia hacia cualquier creencia, planteamiento interclasista ajeno al odio social, economía creativa) lo hacen igualmente adecuado para sociedades liberales occidentales que para las islámicas o confucianas, al asumir los valores propios de cada sociedad, compatibles con los humanos universales.

Un problema del Partido Popular de nuestro país es que –en el momento actual de su desarrollo partidario– no da muestras de saber vivir con naturalidad su pluralidad interna, que comprende posiciones que podrían ser partidos autónomos en otro esquema político nacional. Se trata de cuasi-ideologías, pues para que exista ideología plena es esencial la existencia de un partido que la encarne al menos en proyecto. La verdad es que los sistemas de partidos se construyen mediante un compromiso –variable en cada situación concreta– entre dos principios de igual fuerza, el de diferenciación y el de reagrupamiento. La existencia de sensibilidades, o familias ideológicas, en el interior de los partidos no solamente es natural sino que de su reconocimiento y uso resulta en gran medida la cohesión de las formaciones políticas. Como señaló el sociólogo Durkheim –al distinguir la cohesión mecánica, o por semejanza, y la cohesión orgánica, o por diferencia– la segunda (alcanzada por las sociedades al aparecer la división del trabajo, que establece interdependencias) es superior y más libre que la primera. En tal sentido puede decirse que la cohesión en el Partido Popular actualmente es en términos durkheimianos más mecánica que orgánica.

Pero la estabilidad y fortaleza de un partido no dependen únicamente de su consistencia interna, sino que dependen en gran medida del sistema de partidos del que forma parte y de su situación en el mismo. Un sistema bipolar, con dos grandes partidos alternantes, consolida y refuerza a ambos partidos. Por el contrario, cuando el partido más importante se sitúa en el centro geométrico del sistema, con partidos importantes a ambos lados, –aunque parezca paradójico– tal sistema es inestable porque hace casi imposible el recambio en el gobierno, lo que acaba volviéndose contra ese partido. Es lo que pasó en España con la UCD de Suárez.

Cierto es que así como resulta saludable para un partido el reconocimiento de sus familias ideológicas o sensibilidades no lo es la autorización de corrientes organizadas, que actúan como verdaderos partidos internos y constituyen una fuente de debilitamiento del partido al desdibujar su imagen unitaria. Conjurado tal riesgo no hay duda de que las familias ideológicas vertebran al partido nacionalmente, constituyendo un eficaz antídoto contra la pulsión autárquica de las baronías territoriales. Además tales familias amplían la expresividad del partido, al hacer posible que a través de las mismas se emitan mensajes doctrinales –hacia dentro o fuera del partido– que no comparten por igual todos sus miembros, lo cual es compatible con la defensa del proyecto común definido en sus congresos.