Colin Powell y el futuro de los republicanos

El explosivo debate sobre la política antiterrorista de Bush entre el presidente de EEUU, Barack Obama, y el ex vicepresidente Dick Cheney, que tuvo lugar la semana pasada, acabó con acuerdos sobre la continuidad de las comisiones militares, la necesidad de detener indefinidamente a algunos terroristas y la insensatez manifiesta de crear una comisión de la verdad. Y lo cierto es que pese a las disputas acaloradas, con Obama en la Casa Blanca se siguen practicando asesinatos selectivos de terroristas -por ejemplo, en Pakistán-, y se entregan terroristas a países amigos nada quisquillosos con la aplicación de la Convención de Ginebra.

Pero Cheney ya tiene otro rival con el que medirse, y no está en las filas demócratas: el ex secretario de Estado Colin Powell. El futuro del Partido Republicano pasa por las manos de uno de estos dos dirigentes, y el enfrentamiento entre ambos comienza a caldearse. «No sabía que Powell siguiera siendo republicano», afirmaba Cheney en su tono más mordaz. Y el primero, por su parte, ha arremetido contra su rival diciendo que destaca por estar muy «desinformado», a la vez que ha criticado a su partido por ser «muy, muy cerrado».

De algún modo, estos políticos representan los dos polos ideológicos del republicanismo estadounidense. Por un lado, Cheney siempre votó en el Congreso de una manera conservadora, pero era aceptado por los más moderados por su discurso templado. Además, siempre ha sido muy reservado sobre los temas sociales más polémicos -incluido su ambiguo apoyo público al matrimonio homosexual-. Powell, en cambio, fue uno de los principales arquitectos de la política del presidente Clinton sobre los homosexuales en el ejército -podrían servir si no mostraban su condición sexual-. Y tanto él como su mujer reciben elogios de los conservadores por su compromiso con la educación moral de los jóvenes.

Pero Cheney cuenta con una ventaja sobre Powell: del primero nunca se ha cuestionado su compromiso con el partido Republicano, del segundo sí. Una incertidumbre que el propio Powell ha fomentado con toda clase de declaraciones, como las que realizó en 1995 asegurando que era incapaz de «encontrar un lugar idóneo en cualquiera de los dos partidos existentes» y dejaba en el aire la posibilidad de postularse a la Presidencia como independiente. Incluso después de haber hecho público su republicanismo, pocas veces Powell ha criticado al partido Demócrata con la misma dureza con la que continúa denunciando los excesos republicanos. Y es posible interpretar el apoyo de Powell a Obama como una protesta contra el extremismo republicano de John McCain, que era y es el ariete de los conservadores en asuntos como la inmigración, el medio ambiente o la reforma de financiación de campaña.

Pero a pesar de todo, es a Powell a quien deberían escuchar los republicanos. Cuando un partido se centra más en la excomunión que en la proselitización tiene problemas. Y Powell está llamando la atención sobre algunas verdades incuestionables.

En primer lugar, es un mito la idea de que un mensaje conservador único pueda ganar en todos los estados de EEUU. No existe un enfoque ideológico puro, progresista o conservador, que pueda ganar de forma consistente en Alabama y Oregón a la vez. Incluso en el apogeo de la Revolución Reagan, los republicanos incluían en el Senado voces progresistas. El partido que vaya más allá del concepto de una nación continental tendrá que ser una coalición ideológica para tener éxito.

En segundo lugar, Powell acierta al decir que el próximo líder republicano tendrá que incluir un elemento de atractivo no tradicional. Powell cita como su ideal al recientemente fallecido Jack Kemp, que «era tan conservador como cualquiera» pero que «creía en la integración y en el diálogo con las minorías».

Obama ha forjado su mayoría actual entre grupos de creciente influencia demográfica -en particular entre electores no blancos, jóvenes y con educación superior-. Es difícil imaginarse a los republicanos ganando fuerza entre estos colectivos sin un mensaje de justicia social, inclusión o gestión medioambiental, junto al conservadurismo moral y económico que motivará a gran parte de la coalición republicana de cara al futuro inmediato.

Durante los años de Clinton, los conservadores buscaban debajo de las piedras este tipo de candidato no tradicional y algunos estaban dispuestos a recurrir a… Colin Powell. El prestigioso analista político conservador William Bennett decía de él : «Un hombre así debería ser recibido con los brazos abiertos en este partido». Desde entonces, Powell no ha demostrado ser el más leal de los republicanos, pero este argumento sigue siendo válido.

Michael Gerson, columnista de The Washington Post.