Colombia hace un paro nacional para combatir su propio desgobierno

Una persona protesta durante las demostraciones en contra de la corrupción en las universidades y la violencia en el departamento de Cauca, en Colombia, el 31 de octubre de 2019. (Mauricio Dueñas Castañeda/EPA-EFE/REX) (Mauricio Duenas Castaneda/EPA-EFE/REX/Shutterstock)
Una persona protesta durante las demostraciones en contra de la corrupción en las universidades y la violencia en el departamento de Cauca, en Colombia, el 31 de octubre de 2019. (Mauricio Dueñas Castañeda/EPA-EFE/REX) (Mauricio Duenas Castaneda/EPA-EFE/REX/Shutterstock)

El pasado 30 de agosto el presidente de Colombia, Iván Duque, salió a celebrar —con un entusiasmo que hoy luce infame— el bombardeo que el Ejército hizo a un campamento de disidentes de la antigua guerrilla de las FARC en San Vicente del Caguán. Dijo ese día: “Anoche, gracias a esa labor estratégica, meticulosa, impecable, con todo el rigor, cayó Gildardo Cucho”. (Cucho fue señalado por el gobierno colombiano como uno de los jefes de las disidencias de las FARC). Con esa información en mano, el entonces ministro de Defensa, Guillermo Botero, salió a decir, autosatisfecho, que habían “caído” 14 delincuentes.

Bastaron dos meses para que, en una sesión del Congreso de la República, el senador Roy Barreras, basado en un informe de Medicina Legal —la institución estatal encargada de dirigir el sistema forense de Colombia— le aclarara al país lo que el gobierno convenientemente le mantenía oculto: ocho menores de edad fueron asesinados en la no tan impecable ni meticulosa operación contra dicho campamento.

Ante esto, varios grupos de ciudadanos, así como centrales obreras, líderes estudiantiles y, en general, la oposición al gobierno de Duque, han convocado a un paro nacional que tendrá lugar mañana 21 de noviembre en las principales ciudades de Colombia.

El paro se viene planeando por lo menos desde hace un mes y se deriva de reclamos sobre el régimen de pensiones y el salario mínimo, además del incumplimiento de ciertos pactos entre el Gobierno y los estudiantes. Sin embargo, la inevitable renuncia del ministro Botero y la ausencia de una sola declaración sobre el bombardeo por parte del presidente, han hecho que las voces a favor del paro se multipliquen, haciendo de este el punto más bajo (y más abyecto) al que ha caído el muy impopular gobierno de Iván Duque, cuya desaprobación es de 69%.

Partidarios del gobierno, y el gobierno mismo, se han manifestado al respecto, de todas las maneras posibles, en gavilla, como acostumbran, casi hasta el punto del delirio: que el hecho de que a uno no le guste un presidente, dijo la senadora Paloma Valencia, no implica que haya que salir a “acabarlo todo para que al gobierno no le vaya bien”. Y así como ella, todos los demás.

Pero la cosa es al revés. Y al parecer, por el miedo que buscan inspirar, bastante evidente para ellos también: Iván Duque ha demostrado en muy poco tiempo no saber lidiar con un país de problemas tan complejos y ánimos tan caldeados como Colombia. El país sale a marchar por eso y, ante la muy certera posibilidad de que el descontento se sienta en las calles y ya no solo a través de encuestas, sino de ciudadanos parados, Duque finalmente sacó las garras: mandando militares a patrullar las calles de Bogotá, allanando con la Policía las casas de colectivos artísticos, empalagando a todos los medios con entrevistas sobre las bondades de su mandato. No hay, en el recuerdo colectivo, una marcha ciudadana hacia la que exista tanta estigmatización por parte de un gobierno.

Es entendible. Duque, lo sabemos, es un gobernante inexperto que trabajó unos años en la División de Cultura del Banco Interamericano de Desarrollo, luego fungió como senador de la República un solo periodo y que, de la noche a la mañana, por cuenta del impulso que le dio el ex presidente Álvaro Uribe, terminó siendo presidente de un país. O mejor, como lo expresó en su momento el periodista Daniel Coronell en la columna “¿Quién es usted, señor presidente”, Duque era “un lienzo en blanco que podía ser pintado a conveniencia”.

A 15 meses de gobierno, ya estamos viendo los primeros esbozos de dicho lienzo. Las razones que explican esta impopularidad, por supuesto, van más allá de que tenga el lastre de gobernar a la sombra de quien lo mandó a elegir. Entre los problemas de un calado mucho más hondo están los asesinatos a líderes sociales, indígenas y afrodescendientes; el freno en la reducción de la pobreza; el desempleo ahora por encima de un dígito, entre otros.

Pero el hecho determinante fue aquel bombardeo en el que murieron menores de edad, un hecho oculto hasta hace muy poco y que los sectores partidarios del gobierno tienden inexplicablemente a minimizar o a ignorar.

Quizás esa gran desconexión que ostenta el presidente con la población que gobierna se materializó sin precedentes cuando, ante la pregunta obvia de un periodista sobre el bombardeo, le escupió en la cara (a él y a toda Colombia), la frase: “¿De qué me hablas, viejo?”.

¿Cómo no marchar? ¿Cómo debería reaccionar una sociedad ante un presidente que no responde por sus actos? ¿Y cómo no hacerlo cuando hace uso de las armas más fascistas que tiene a la mano para deslegitimar la protesta? ¿No es ese acaso el curso natural de una democracia?

El presidente Iván Duque, en vez de estar hablando desde esa altivez incompetente de frases vacías, o en su nueva faceta de tratar de borrar el descontento a punta de botas militares, debería oír en serio las voces que se le oponen y, sobre todo, dialogar con ellas y rendirles cuentas. Será la única manera en que reivindique esa “Colombia unida” que suelta de manera ya inepta en todos sus discursos.

Andrés Páramo Izquierdo es periodista colombiano. Ha sido editor de opinión del diario El Espectador y editor en jefe de Vice Latinoamerica.

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