Colombia: las víctimas del conflicto son las víctimas del ‘no’

El resultado de las urnas en Colombia refleja la división política extrema que vive el país, la misma que ya vivió en las elecciones presidenciales de 2014 y que con toda seguridad se reproducirá en las que tengan lugar en 2018.

La baja popularidad del presidente Santos, con un índice de aprobación del 21% en los meses precedentes al referéndum, terminó por ponerse en contra de su estrategia por someter el acuerdo de paz a la aprobación popular. Le afecta además para conseguir otras reformas necesarias como la tributaria, tan urgente para las cuentas públicas en una economía que se preparaba para recibir el rédito económico de la paz, por ahora congelado.

Por otro lado, el referéndum ratifica al expresidente Uribe como una clave de la política nacional, capaz de enfrentar su partido Centro Democrático a todos los demás juntos y salir victorioso. Tras su encendida campaña por el no, centrada en mensajes simples y contundentes, populistas, ahora se muestra dispuesto al diálogo aunque bajo sus condiciones, tal como pone de manifiesto su ausencia en la primera reunión con todas las fuerzas políticas convocada por Santos

Ahora bien, la explicación del triunfo del no pasa por varios factores más allá de la popularidad de Uribe y su discurso. Hace tiempo, a medida que se iban cerrando los diferentes puntos, se ponía de manifiesto la insuficiencia de las explicaciones públicas sobre el acuerdo y su muy escasa difusión entre el público. Se perdió tiempo precioso a lo largo de los cuatro años de negociación, la sociedad civil organizada fue vinculada de forma tardía al proceso y también los gestos de paz de las FARC necesarios para crear confianza llegaron tarde.

El acuerdo alcanzado era detallado, y consistente con una negociación en cuyo centro se encontraban la reparación de las víctimas y la verdad. Pero también era un acuerdo profundamente complejo, difícil de explicar en pocas semanas. Asimismo jugó en contra la desafección política de los ciudadanos y la falta de confianza tanto en los políticos como en los guerrilleros: solo así se explica que un cuestión tan crucial contara con un 63,3% de abstención.

Las encuestas, tal como ocurrió recientemente en España, también mandaron mensajes erróneos que pudieron debilitar el esfuerzo movilizador del , que muchos dieron por hecho sin necesidad de una mayor movilización. Aquí también, las tendencias de las redes sociales y las encuestas que se aventuran sobre resultados sin antecedentes históricos son cada vez menos fiables.

El panorama que se abre es incierto. Es verdad que pasada la sorpresa del resultado la angustia de la vuelta a la guerra inminente se calmó con la declaración del gobierno y las FARC de mantener el cese bilateral del fuego y la disposición al diálogo. Está claro que ambos habían barajado este escenario, incluso el ELN se sumó a la proclama para mantener la vía del diálogo.

Sin embargo, los planteamientos de Uribe y el Centro Democrático dejan un difícil margen de negociación. Atacan directo a los ejes sobre los que se fundamentó el diálogo: la justicia transicional y restaurativa, la participación política y la política de desarrollo rural. Sus aspiraciones: la aplicación de penas de cárcel; la exclusión de los miembros del secretariado de las FARC de la participación en política; la negativa a reconocer el narcotráfico como delito conexo; y su postura conservadora y regresiva frente a la necesaria redistribución de la tierra agrícola y a las necesarias trasformaciones sociales, son un obstáculo mayor para plantear nuevamente el diálogo. Especialmente porque hasta ahora no han presentado propuestas sobre cómo articular estas demandas en la negociación.

Por supuesto que es necesario conseguir un pacto nacional que consiga superar la polarización, pero también es necesario reconocer que el acuerdo y su respaldo del 49% presentaban un diagnóstico certero de las causas y consecuencias de la guerra e importantes avances en política social que no deberían reversarse.

Mientras se aclara el derrotero que seguirá el país con una negociación a tres bandas, habrá que ver cómo las FARC consiguen mantener a la tropa interesada en el proceso y cómo se les brinda seguridad mientras dure la negociación. Ahora están en una situación vulnerable frente a los adversarios que quieren tomar sus espacios y frente a un posible descontento interno con un secretariado que se aventuró a lanzarlos en un proceso al que se presuponía un respaldo que no obtuvieron de los colombianos.

Finalmente, los grandes damnificados de este varapalo al acuerdo de paz son las víctimas, que a pesar de haber respaldado generosamente el seguirán sin conocer la verdad, sin encontrar a sus desaparecidos, sin volver a sus hogares, sin esa reparación adeudada y que por un momento pareció que podría hacerse realidad.

Erika Rodriguez Pinzón es Doctora en relaciones internacionales, profesora universitaria y coordinadora de América Latina en la Fundación Alternativas

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