Colonizaciones

Barra de un céntrico hotel madrileño afamado por sus cócteles, especialmente el scaramouche. Un grupo de contertulios acaba de arreglar el contencioso que el presidente Trump mantiene con sus socios, los roñosos mandatarios europeos, y pasa al punto siguiente en el orden del día: el asunto de la valla de Ceuta a la luz de los recientes ingresos de migrantes subsaharianos en la benaventiana ciudad alegre y confiada.

Sin mediar invitación se les une un espontáneo sabedor del asunto.

–Lo malo ha sido el retraso del ministro Grande Marlaska en la retirada de las concertinas. Hay que disculpar la impaciencia de esos pacíficos colonos que se abrieron camino con radiales eléctricas, lanzallamas artesanales y bolsas de cal viva recién meada y su excipiente de excrementos.

–¿Colonos? –objetó uno de los contertulios.

–Eso he dicho, buen hombre –prosiguió–. Colonizar significa que un conjunto de personas se establece en un territorio alejado de su pueblo, país o región de origen con la intención de poblarlo y explotar sus riquezas.

–¿Puede, entonces, decirse que los migrantes africanos nos están colonizando? –preguntó otro de los discentes.

Colonizaciones–Naturalmente –afirmó–. Vienen a un país o continente alejado del suyo (por el desierto del Sáhara nada menos) Cizalleando la valla de Ceuta y vadeando el Estrecho, penetran en España o Europa con la intención de poblarla (pocos anhelan regresar a su terruño) y de explotar sus riquezas (ese nivelazo de vida que han visto en los clientes de los safaris, aparte de seguridad social gratis, centros de acogida, ONGs solidarias, subvenciones…).

–Pero es que nos faltan infraestructuras donde atenderlos.

–Eso es coyuntural, amigo. Si no los hay, se improvisan. Pisos vacíos los tenemos de sobra y donde comen tres comen treinta. Es el futuro. Esos emigrantes nos aportan riqueza racial y diversidad cultural, dos bienes de los que ¿a qué engañarnos? estaba escasita España. Aparte de que, de venir mínimamente cualificados, sin duda ocuparían puestos de trabajo productivos, lo que repercutiría muy favorablemente en afiliaciones a la Seguridad Social. Eso es riqueza, se mire por donde se mire. Convinimos en que era así. –La culpa de lo que pasa en África la tenemos los blancos –observó–. Los africanos han tenido todas las posibilidades de progreso. La pródiga naturaleza les sirvió en bandeja cuantiosas riquezas además de colocarlos los primeros en la línea de salida (os supongo enterados de que la Humanidad comenzó en África, el homo sapiens) y desde allí repoblaron el resto del mundo. África contiene por sí misma tantos recursos forestales, fluviales, minerales como el resto de los continentes: el coltán, el oro, el cobre, el petróleo, los diamantes, la madera, la fauna… Es, con diferencia, la región más beneficiada del globo terráqueo. Podemos preguntarnos entonces, con Sánchez Dragó, ¿por qué no están allí Manhattan, Oxford, Silicon Valley y el Partenón? ¿Por qué los africanos no han progresado técnica y económicamente? ¿Por qué se han resistido a desarrollar inventos a la larga perniciosos como la rueda? Os lo diré: porque su certero instinto, cimentado en su comunión con la naturaleza, les enseñó desde siempre que el progreso solo conduce a la agresión, a la perversión del medio ambiente, a los humos, a las basuras, a la contaminación, a los ríos envenenados, a todo ese envilecimiento al que las sociedades supuestamente avanzadas sometemos a la Tierra.

–Gea es africana –aseguró–. Sus hijos se mantuvieron incólumes y libres hasta que llegamos los blancos a esclavizarlos, a expoliarlos y a contaminarlos inculcándoles el veneno consumista y las excluyentes religiones monoteístas, sea cristiana sea musulmana, o, más recientemente, el culto no menos excluyente del barça o del madriz.

–Cierto –corroboró un escuchante–. Tengo comprobado que las preferencias andan muy reñidas entre las camisetas Fly Emirates y las Qatar Airways, aunque el color de estas últimas resulta más sufridito. –El envilecimiento de unas etnias que habían conseguido mantener su prístina ingenuidad durante milenios –prosiguió el orador–, arrojó pronto amargos frutos: en África existen más Kalashnikovs que donde se inventaron y el machete de tracción animal forma parte del imprescindible ajuar del ciudadano que pretende hacerse oír en la asamblea de los discretos. Ello explica los lamentables excesos ocasionales del bonsauvage rusoniano como cuando los hutus asesinan a un millón de tutsis en Ruanda, y violan a un cuarto de millón de mujeres de la etnia cuestionada, lo que les valió el ensordecedor silencio de la Organización de Estados Africanos.

¿Quién tiene la culpa de ese horror que se instala en una sociedad tan inofensiva? El blanco explotador, naturalmente. Los que arman al buen salvaje, los que siembran entre ellos discordias del todo ajenas a su bondadosa naturaleza.

–Ayer –continuó el conferenciante–, en un paseo desde la Plaza Mayor a la Gran Vía, pasando por la Puerta del Sol y la calle Montera, conté cuarenta y dos manteros subsaharianos que ocupaban las aceras con su variada mercancía (lujos occidentales clonados en China o Taiwan), lo que, al dificultar el paso de los transeúntes, que en algunos puntos se ven obligados a circular en fila india, facilitaba la intimidad de los viandantes así como la realización de beneficiosas gimnasias al salvar las barricadas de bolsos Vuitton, gafas Cartier Panthère y relojes Patek Philippe.

–El beneficio no puede ser más evidente –concluyó–: por una parte posibilitan que personas de economía más débil puedan alardear de productos de marca que antes les resultaban prohibitivos, lo que contribuye poderosamente a la nivelación social. Por otra, descargan de trabajo a los comerciantes de la zona, que si antes vendían diez bolsos ahora venden solamente tres, lo que a la larga repercutirá en un descenso de sus obligaciones fiscales, ventaja que todo comerciante agradece. Finalmente hemos de considerar su repercusión en la imagen de la ciudad: Los atónitos turistas contemplan el zoco con ojos brillantes de envidia como preguntándose ¿si los españoles pueden permitírselo por qué nosotros carecemos de algo semejante en la Gran Place de Bruselas, en los Champs Elysées de París, en la Vía Condotti de Roma o en la Kurfürstendamm de Berlín? Refugees welcome.

Juan Eslava Galán, escritor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *