Coloquio Universal

Tengo un nieto estudiando en Australia al que hablo con el móvil como si estuviera en casa. Leo a Karl R. Popper, quien me pone al día el pensamiento de Pericles, Sócrates, Platón, Aristóteles. Una cosa queda clara: los sabios de aquella época –cuatro o cinco siglos antes de Cristo– eran tan listos como los más listos de nuestro tiempo; así que, desde mi osada y anciana estulticia, asumidas las distancias de lugar y tiempo, me lanzo a opinar. Sintetizo despreocupado: sigo creyendo, junto al inteligente ayer, en el mañana y me permito aconsejar –seré cara– a quienes pasan de la esperanza, que se sientan en gracia: la paz está al caer, la oigo llegar.

Coloquio UniversalLa naturaleza entera, no sólo la humanidad, está en celo. Siempre fue así –razón de ser de La Creación– pero hoy, ya viejos, nos damos cuenta: se renueva continuamente en cada encuentro entre todos y cada uno de sus componentes –mineral, vegetal, animal, animal humano– para mantenerse viva, joven y fértil y así crecer en homenaje a su Autor. Aquel que cree en Dios piensa que la Vida en ejercicio es la renta que El obtiene de su invención. Fiel a tal credo cuida su amor, el que siente por su pareja, riega con asidua atención las semillas en trance e intenta sin descanso ser el hombre que ella merece.

De ahí que nazcamos como culminación física y sublimada de un encuentro amoroso: ya somos. Hay quienes profanan la máxima relación premiando un mero calentón. Quizás sean los que después resuelvan con aborto la frivolidad de su concepción.

Nosotros no vemos a Quien insertó en nuestro ser desnudo los sentimientos inmaculados de justicia, caridad, verdad, bondad, belleza…; sólo le imaginamos, en El creemos, así es porque pensamos que es El quien nos ve y nos ilustra. No importa donde hayamos nacido –seamos budistas, islamistas, judíos o cristianos– para que sepamos dónde reside el bien y se esconde el mal combativo e insultante; activador por contraste de la virtud practicada por los aspirantes a la excelencia.

¿Somos capaces de obedecer a nuestra conciencia? (Su regalo), o decidimos tirar por el camino de enmendio para derivar hacia lo que «hoy se lleva», una pasión aviesa por herir al bien y despreciar la sempiterna virtud.

Con la edad nos sentimos parte adjetiva de un concierto universal: vemos la alegría de las flores cuando se acerca el que las riega, la orientación de los girasoles hacia el que las alumbra, el caracoleo de los animales cuando les alimentamos aunque sólo sea de caricias, la sombra que nos regalan los grandes árboles al pasear a su vera donde su aroma nos envuelve, nos habla. Cada ser tiene su lenguaje de ritmos distintos pero, si atentos, comprensible. Sumándonos al coro, compartiendo el aria, nos encontramos bien; nos sabemos (extraña sabiduría) fieles.

En sentido contrario, lo que oímos hoy con voz impostada, aparentemente segura, es el rechazo de una muchedumbre a la Fe sacra, a la armonía trascendental, para ellos utópica, a cambio de una entrega incondicional a la ciencia pretenciosa, admirable por humana, pero ávida y necesitada evidentemente de una contestación equilibrante, bendita y poderosa, milenariamente certera en sus objetivos.

La democracia, como religión, se ha erigido en el único dogma. Pasa por ser el credo político de quienes piensan que son ellos los que eligen y sitúan en el poder a los futuros gobernantes ordenadores del mundo. La realidad es que son unos pocos, los cocineros de la política, seleccionados de entre los que, «enterados», se apuntan –en su mayoría incapaces de ganarse el pan con mérito propio– los determinantes de nombres amigos para dominar desde cerca a la grey; y, después, los compases y tiempos por ellos dirigidos, sean éticos o corruptos, los que asearán o descompondrán el paisaje humano.

El sufragio universal de los siglos ha elegido libre y esforzadamente sus creencias, su fe en esa, sí que sí, auténtica democracia. Aunque su práctica haya estado siempre discutida y peleada, el filtro secular ha encajado a cada agrupación en su sitio. Hoy hay 2.200 millones de cristianos, 1.600 millones de musulmanes, 1.100 millones de hindúes, 500 millones de budistas, 14 millones de judíos y, dato importante, 16,3 millones sin religión. Salvo los últimos, todos ellos creyentes. Saben que por mucho que sepan no saben nada, así que se mueven en lo desconocido, en lo que más cuenta, la otra vida, según lo que su religión les dicta.

El budismo fundado por Buda (500 a C); el cristianismo centrado en la figura de Jesús de Nazaret (Id C); el hinduismo (1000 a C); el islamismo (620 dC), etc… son religiones que rinden, desde sus distintas idiosincrasias, su homenaje al Ser Supremo. Todas sus agrupaciones urbanas, ciudades, pueblos, aldeas elevan sus torres, campanarios, minares, kupas, pagodas como monumentos significados de adoración y culto. Inmensa inversión financiera, prueba fehaciente de su fe milenaria.

Sólo hay un 16,3% de humanos (según datos contrastados) que carecen de religión, de doctrina orientada hacia un sentimiento de Dios.

Europa luchó, reflexionó, rezó, creció y se erigió en líder universal. El advenimiento del cristianismo, sacralizador de la ley mosaica y heredero místico-religioso de la filosofía grecorromana culturizó a lo largo de 17 siglos a un continente singularmente variopinto. Pero el dominio cansa y gasta.

Hoy, el hedonismo, la afluencia y abundancia de bienes han corrompido, parcialmente, las doctrinas y prácticas que lo situaron como ejemplo. Gran parte de su gente joven prefiere desde mediados del siglo XX (80 años de descreimiento contra miles de fe esperanzada) vivir al día, consumir en vez de potenciar la eternidad. Sienten que nada es riguroso y permanentemente cierto; pocos son los que les contradicen; no aceptan más Dios que el azar premiando su esfuerzo. Los que dicen saber niegan la existencia de un Autor; no lo necesitan: ellos se bastan –serán fatuos–.

Suprimida por tanto la adoración, han abaratado el amor que, de ser tratado primorosamente como canal creador de una nueva vida, ha caído en un mero encuentro libre y sexual entre amigos (¿?). Murió así el bellísimo y sugerente proceso del pudor.

Pero la Humanidad entera conversa, toda ella se sabe comunicada; sólo necesita un idioma de entendimiento –que llegará en menos tiempo del que suponemos–. Pena local nos da que se perdiera el latín meridional para ser sustituido por el rubio inglés.

La tertulia universal, actualizada la historia del pensamiento, y una educación extendida a los niveles hoy ignorantes ponen repentinamente en juego un capital pensante aún pasivo. Se multiplicará asombrosamente, en consecuencia, el ideario positivo. Todo llevará su ritmo: este será el que nos indique el camino hacia… y seguro que allí, en la meta, residirá Aquel a quien adoramos. Hasta entonces seguiremos creyendo aunque casi sepamos. Pero quizás El ya nos tenga consigo.

Miguel de Oriol e Ybarra, doctor arquitecto de la Real Academia de Bellas Artes.

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