Combatir la inflación con una reforma laboral del lado de la oferta

En los últimos años, un millón de jubilados norteamericanos han tomado una raqueta de pickleball. Tendríamos menos inflación si, en cambio, hubieran echado mano a un martillo, una llave inglesa o un lápiz. Hay carteles de “Se necesita ayuda” por todas partes, desde cafeterías hasta plantas farmacéuticas. Las economías avanzadas podrían aliviar una causa importante de inflación si convencieran a más gente de sumarse a la fuerza laboral, especialmente a quienes están en los dos extremos de la escala laboral: la gente mayor y la gente joven.

Debido a la impresión a toda máquina de los bancos centrales, el gasto excesivo del gobierno, las alteraciones en el transporte y ahora Vladimir Putin, la inflación se ha disparado a niveles que no se veían desde Rocky II (1979). Pero con una política laboral del lado de la oferta, podemos ayudar a ocupar el récord de 11,3 millones de vacantes laborales en Estados Unidos, mientras la Reserva Federal y sus contrapartes en otros lugares descifran cómo drenar sus balances abultados.

En la prensa popular, la economía de Estados Unidos parece bendecida con conejos de Energizer. Tom Brady rompe récords de anotaciones a los 44 años, Clint Eastwood dirige películas a los 89 y William Shatner osadamente se lanza al espacio a los 90. A pesar de estos logros asombrosos, la proporción de gente jubilada en la economía ha crecido un tercio en los últimos 15 años.

Al mismo tiempo, más de 20 millones de norteamericanos en edad laboral plena (25-54 años) se despiertan todas las mañanas, huelen el café y luego se ponen a mirar videos de gatos en TikTok hasta el mediodía. Les dicen a los encuestadores de la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos que “ahora no quieren un trabajo”. Los jugadores de videojuegos y los devotos de las criptomonedas que se pasan el día tendidos en el sofá pueden ayudar a Xbox y Coinbase a prosperar, pero una tasa de participación baja en la fuerza laboral es mala para la economía más amplia –y para el país.

Una estrategia laboral inteligente del lado de la oferta tiene tres patas. Debería volver a atraer a algunas de las personas “sin trabajar” a empleos corrigiendo las distorsiones de las pensiones públicas, atacando la epidemia de licencias ocupacionales y credencialismo y defendiendo a los trabajadores temporarios y a la economía de plataformas de una regulación pesada.

La gente mayor responde a los incentivos fiscales, de la misma manera que responde a ofertas especiales de cenas si llegan temprano. Desafortunadamente, la Seguridad Social penaliza a los jubilados que vuelven a trabajar reduciendo sus beneficios mensuales. Un jubilado de 62 años pierde 2 dólares de beneficios por cada dólar que gana por encima de 19.560 dólares. El Urban Institute calcula que mientras una persona de 60 años de ingreso medio enfrenta un impuesto implícito al trabajo de alrededor del 15%, la tasa salta a más del 30% a los 66 años. ¿Por qué preocuparse entonces por trabajar?

Frente a la caída de la tasa de natalidad de Estados Unidos, cada jubilado ahora se sustenta con apenas 2,7 trabajadores activos, un ratio de dependencia que, se espera, se agravará a 2,3 trabajadores activos por jubilado en 2035. Países como Francia, Italia y Japón enfrentan un cálculo aún peor. Para manejar este desequilibrio, deberían eliminarse los impuestos a las pensiones para la gente mayor cuando alcanzan una cierta cantidad de años en la fuerza laboral. Después de 45 años, por ejemplo, un individuo recibiría “un pago total” y podría seguir trabajando sin enfrentar penalidades o impuestos sobre la nómina. Demasiada gente mayor vigorosa se está pasando demasiado rápido a comunidades “activas”, disfrutando de un ponche de ron cuando tal vez preferiría fichar para entrar a trabajar.

El gobierno también debería crear mejores incentivos para los jóvenes. En Italia, antes de que atacara el COVID, casi el 30% de los jóvenes entre 20 y 34 años estaban clasificados como NEET (“ni en educación, ni en empleo, ni en capacitación”). La tasa de participación en la fuerza laboral de Estados Unidos ha caído 17% para los jóvenes entre 16 y 24 años desde 2000. En 2000, más de la mitad de los adolescentes trabajaban durante el verano; hoy, sólo lo hace una tercera parte. Cocinar salchichas en una rambla puede no servir de mucho para un currículum académico, pero sí forja habilidades para toda la vida como la autodisciplina y el manejo del tiempo. Asimismo, según un estudio de la Northeastern University, los alumnos de secundaria de bajos ingresos que trabajan tienen más probabilidades de graduarse.

Con una estrategia laboral más inteligente del lado de la oferta, a las personas de 16-24 años que aportan a planes de retiro del gobierno se les pagaría el doble de la tasa de pagos actual cuando se jubilen. Un joven de 20 años que gana 15.000 dólares en 2022 y paga alrededor de 1.200 dólares en impuestos de Seguridad Social recibiría un pago a la hora de jubilarse como si hubiera ganado 30.000 dólares.

Otro problema importante es que los trabajadores de todas las edades que quieren ingresar a nuevos campos deben atravesar barricadas del gobierno, entre ellas requisitos de licencia costosos. Casi una cuarta parte de los empleos en la UE y Estados Unidos exigen una licencia, comparado con menos del 5% en los años 1950. Si bien la licencia tiene sentido para cirujanos y pilotos, no se entiende por qué el estado de Arizona obliga a sus peluqueros a tomar 1.600 horas de clases. Un policía de Phoenix tiene que cumplir con 1.040 horas de capacitación. Aparentemente, manejar un secador de pelo es mucho más peligroso que empuñar una Glock calibre 40.

La epidemia de licencias ha hecho subir los costos para los trabajadores y los consumidores. En un mundo de trabajo temporario y formación online, hasta los requisitos de título universitario parecen anticuados. Según la plataforma de empleo Indeed, el 72% de los empleadores piensan que los egresados de campamentos de codificación “están igual de preparados y tienen las mismas probabilidades de tener un alto rendimiento que los candidatos con títulos en ciencias informáticas”. Un alto ejecutivo de Google declaró que los títulos universitarios “no sirven como criterio de contratación”. No sorprende entonces que IBM anunciara que la mitad de sus empleos en Estados Unidos hoy están abiertos a cualquiera con las capacidades correctas, mientras que Ernst & Young (Reino Unido) abrió sus puertas de par en par a graduados no universitarios. Sobresalir en un empleo tecnológico exige estar siempre al tanto de las últimas innovaciones de la industria –y no un grupo de profesores titulares que dan clases con notas del año pasado-. Los gobiernos pueden tomar la delantera y contratar a los mejores candidatos, no necesariamente a los que tienen diplomas dorados.

Finalmente, los gobiernos deberían dejar de minar la economía de trabajos esporádicos. Los trabajadores temporarios llevan a cabo un servicio que combate la inflación cuando usan un departamento vacío, un auto estacionado en un garaje o un volquete ocioso arrumbado junto a una obra en construcción. Reclasificar a estos trabajadores como empleados les quita flexibilidad y hace subir los precios. La ciudad de Nueva York limitó las ganancias de las compañías de reparto de comida, lo que sólo afecta a los residentes de la ciudad. Los comités parlamentarios en la Unión Europea, Australia y Canadá también están apuntando contra empresas como Airbnb y DoorDash.

Una política laboral más inteligente crearía oportunidades para quienes quieren trabajar, combatiendo a la vez la inflación y ayudando a reabrir parte del casi un tercio de pequeños negocios que tuvieron que cerrar sus puertas con las cuarentenas. Para la gente sana, la jubilación y otros emprendimientos nobles como Xbox y pickleball pueden quedar para más adelante.

Todd G. Buchholz, a former White House director of economic policy under President George H.W. Bush and managing director of the Tiger Management hedge fund, is the author of New Ideas from Dead Economists (Plume, 2021) and The Price of Prosperity (Harper, 2016).

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