Combatir la plaga del mosquito

Cada año, enfermedades transmitidas por mosquitos matan a millones de personas y causan sufrimiento a muchas más. Se estima que en 2012 hubo 207 millones de casos de malaria, de los que unos 627.000 fueron fatales. En tanto, el dengue es una de las principales causas de enfermedad y muerte en las regiones tropicales y subtropicales; cada año, hasta 100 millones de personas resultan infectadas. Y se estima que en todo el mundo se producen unos 200.000 casos de fiebre amarilla por año, de los que 30.000 son fatales.

Una sola picadura de un mosquito infectado basta para transmitir una infección debilitante o mortal; y la rapidez con que se reproducen los mosquitos es sorprendente. Para enfermedades como el dengue y el virus del Nilo occidental no existen vacunas ni medicamentos, y los tratamientos para enfermedades como la malaria no son fácilmente accesibles en muchas de las áreas en riesgo, de modo que es imperioso hallar mecanismos más eficaces para controlar las poblaciones de mosquitos.

Felizmente se ha inventado una nueva tecnología que promete dar buenos resultados y ya está lista para la prueba en campo. Facilitar su desarrollo depende ahora de los organismos gubernamentales.

Hasta ahora, el principal método para la reducción de las poblaciones de insectos ha sido la denominada “técnica del insecto estéril” o TIE, que consiste en usar radiación para esterilizar insectos macho y luego liberarlos en las áreas infestadas, donde se aparearán con las hembras. Pero este método (que se usa desde mediados del siglo pasado) no resultó eficaz con los mosquitos, dada la fragilidad de estos insectos.

Ahora hay una solución análoga, pero mucho más sofisticada, que se basa en los avances en biología molecular. Una empresa británica, Oxitec, ha creado un nuevo modo de controlar las especies de mosquitos transmisores del dengue, usando para ello técnicas de ingeniería genética molecular.

La técnica consiste en criar en laboratorio mosquitos macho portadores de una mutación genética específica, que hace que sus crías produzcan altos niveles de una proteína que impide el funcionamiento normal de las células, de modo que morirán antes de alcanzar la madurez. Como los mosquitos macho no pican, liberarlos no plantea un riesgo sanitario; además, la descendencia genéticamente modificada morirá y desaparecerá del medioambiente.

La teoría indica que tras varios meses de liberar a estos machos se debería lograr una marcada reducción de la población de mosquitos. Ahora sólo resta determinar si la técnica funciona en la práctica.

Tanto tratándose de insectos esterilizados por radiación o de los mosquitos de Oxitec, la investigación científica procede paso a paso, aumentando gradualmente la escala del ensayo: primero se experimenta en el laboratorio, luego se realizan ensayos confinados y finalmente se hace una prueba de campo limitada. Oxitec ya hizo pruebas de campo en las islas Caimán, en Malasia y en Brasil, todas ellas con resultados prometedores, y se dispone a repetir los ensayos en otros países, entre ellos, Estados Unidos.

Estas pruebas siempre se someten a los debidos procesos de control y supervisión, para asegurar la seguridad y la eficacia del ensayo; además, existen normas oficiales que brindan un grado extra de protección. Para determinar el nivel de supervisión que corresponde en cada caso, se supone que los organismos públicos realizarán un análisis científico de los riesgos.

Ahora bien, cuando entra en cuestión la ingeniería genética, parece que la política prevalece sobre la ciencia. La verdad es que la ingeniería genética es una técnica más precisa y predecible que otras técnicas anteriores como la irradiación. Pero en la mayor parte del mundo la TIE no está regulada, mientras que cuando se trata de organismos genéticamente modificados, los procesos de revisión que llevan a cabo los organismos regulatorios tienden en todo el mundo a prolongarse y complicarse, y la aprobación de estas técnicas se demora (o fracasa) por cuestiones políticas. Esto aumenta el costo que suponen las actividades de investigación y desarrollo en ingeniería genética, lo que desalienta la inversión y pone trabas a la innovación.

Esto es particularmente problemático en el caso del control de los mosquitos, dada la urgencia del problema. El Programa Especial de Investigación y Capacitación en Enfermedades Tropicales de la Organización Mundial de la Salud exhortó a los organismos de regulación a establecer “requisitos con base científica y caso por caso, con cierto grado de pragmatismo”, en vez de emplear un “enfoque precautorio que tal vez requiera contar con datos en relación con todos los riesgos teóricos”. En otras palabras, los reguladores deberían considerar los costos y beneficios sanitarios de estas innovaciones y acelerar el proceso de revisión.

Dado el grado de sufrimiento que causan las enfermedades transmitidas por mosquitos, los gobiernos no deberían permitir que las soluciones para su control basadas en la ingeniería genética deban enfrentar la misma clase de obstáculos políticos y populistas que han impedido la aprobación de productos agrícolas genéticamente modificados. Sólo una regulación pragmática y basada en los hechos permitirá hacer realidad todo lo que la ingeniería genética puede aportar al combate contra las enfermedades.

John J. Cohrssen is an American attorney in private practice who has served in senior staff positions in the White House and the US Congress. Henry I. Miller, a physician and molecular biologist, is Fellow in Scientific Philosophy and Public Policy at Stanford University’s Hoover Institution. He was the founding director of the Office of Biotechnology in the US Food and Drug Administration and is the author of The Frankenfood Myth. Traducción: Esteban Flamini.

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