Combustible para el incendio

El Gobierno ha decidido ¡por fin! publicar las balanzas fiscales. El hecho, en sí mismo, es muy útil y conveniente porque aporta información relevante sobre las relaciones económicas entre las comunidades autónomas y el Estado. Lo malo es que un instrumento que debería ser meramente informativo se convierte necesariamente en un arma peligrosísima cuando se utiliza para ciertos fines políticos. Consciente de su enorme poder destructor, el Gobierno trató de protegerse desde la misma presentación de los datos con una serie de aclaraciones y disculpas absolutamente inusuales. Así, el documento presentado asegura que «el análisis es técnicamente difícil ya que existen dos metodologías que conllevan dificultades que no se pueden subsanar y que arrojan una disparidad de resultados debido a la diversidad de criterios empleados». También dice que el contenido de las balanzas no se puede trasladar al debate de la financiación autonómica, pues «no reflejan ni la equidad ni la eficiencia».

Pero, por mucho que se empeñe, no podrá evitar que las balanzas fiscales se conviertan en el combustible perfecto para incendiar el debate sobre la financiación autonómica. Vayamos a él. Lo que subyace en el fondo es nuestro viejo amigo el 'ámbito de decisión' y el reciente interés por definir con precisión los límites de la solidaridad. Los datos publicados, en sí mismos, no desvelan ningún secreto desconocido, pero la gran novedad es que ahora es el propio Estado quien los publica y avala y no un instituto de análisis o una fundación determinada. En resumen y como era de esperar, las comunidades que disfrutan de mayores niveles de renta soportan los mayores déficits, mientras que las comunidades menos ricas disfrutan de los mayores superávits. Con la única y sonora excepción de las dos comunidades con régimen foral, de las que nos ocuparemos otro día. Tanto Euskadi como Navarra encabezamos la lista de los niveles de renta, pero permanecemos en la tibia zona de los saldos nulos. Es decir, somos las dos comunidades menos solidarias entre las que superan la media de la renta.

Empecemos con el 'ámbito de decisión'. A la hora de definir la realidad del ejercicio de la solidaridad en España, los nacionalistas que no tienen Concierto Económico han conseguido que el cálculo se haga y que se haga a nivel de comunidades autónomas, lo cual no es una decisión técnicamente imprescindible, ni políticamente inevitable. La solidaridad se puede medir de muchas maneras y a diversas escalas. Muchos bancos y cajas de ahorro disponen ya de cuentas de resultados individualizadas por cada cliente. Es decir, hoy se podría hacer una balanza fiscal para cada ciudadano y analizar así la solidaridad interpersonal.

También se podría haber hecho a nivel provincial, a nivel municipal... o por barrios. Pero no, se ha decidido hacerlo a nivel de comunidades autónomas, porque eso es lo que alienta el debate, fomenta el victimismo, aflora supuestos agravios y enfatiza eventuales desprecios. Una mezcla perfecta. Pero nunca debemos olvidar que las comunidades autónomas no son sujetos pasivos de ningún impuesto ni reciben ninguna prestación social. Son los ciudadanos individuales quienes pagan los impuestos y perciben las prestaciones sociales. Por eso, lo realmente importante no es saber cuánto paga y cuánto recibe cada Comunidad, sino si sus ciudadanos soportan la misma presión fiscal, en condiciones homogéneas de renta, y si reciben similares prestaciones sociales, en condiciones homogéneas de necesidad. En eso consiste la justicia social entre los miembros de un Estado unido.

Pero, una vez conseguido que el Gobierno 'reconozca' que Madrid, Baleares, Cataluña y Valencia 'pagan' mucho y que Extremadura, Andalucía y Canarias 'cobran' mucho, basta cambiar el adverbio para demostrar que a unos se les explota y que los otros abusan. Así, podemos pasar a la segunda parte. ¿Cómo de solidarios tenemos que ser y durante cuánto tiempo lo debemos ser? Un debate maravilloso que espero no se quede sólo a nivel de territorios y se extienda también a nivel individual. ¿Qué hay de malo en ello, que diría quien usted y yo sabemos?

¿Hay que ser solidarios sólo hasta que todas las comunidades reviertan a la media? O, como eso es imposible, ¿hay que ser solidarios para siempre? ¿Hay que ser siempre solidarios con independencia de los esfuerzos relativos? ¿Hay que considerar las situaciones específicas de población, localización, etcétera? Estupendo, con tantas preguntas sobre la mesa, los políticos se aseguran el empleo para varias décadas. Antes, será imposible encontrar todas las respuestas y, menos aún, conseguir un acuerdo sobre ellas que dé satisfacción a todos los implicados. Que, por cierto, lo somos todos.

Ignacio Marco-Gardoqui