Comentarios de texto

Supongo que la idea de que los estudiantes hagan comentarios de texto es una buena idea. Sin embargo, nuestros estudiantes de secundaria y de bachillerato se ven sometidos a un tipo de comentario que está anticuado, que es muy rígido y que no les ayuda en absoluto a comprender los valores de un texto. El alumno tiene que decir cuál es el tema del texto, hacer un resumen de sus «ideas principales», decir cuál es su «estructura» y las partes de que se compone y a continuación comentar los «rasgos lingüísticos» y los «recursos expresivos», bajo los cuales se esconden las viejas figuras retóricas de dicción y pensamiento. Lo que se transmite con este tipo de análisis es que el texto bien escrito (no digamos ya el literario) está compuesto de una serie de mecanismos o resortes que el autor aplica mecánicamente. El alumno busca anhelosamente metáforas, aliteraciones, metonimias, convencido de que cuantos más encuentre mejor será su comentario y mejor calificación obtendrá. De este modo se pierden la experiencia de la lectura y los placeres del ingenio, de la emoción o de la imaginación que puede proporcionar un texto. Los actuales comentarios de texto están diseñados para que el alumno coja el texto, lo mate como a una rana, lo abra y extraiga sus órganos uno por uno. No para que comprenda que la rana es un ser vivo, escuche su croar y compruebe la fuerza de su músculos y su maravillosa habilidad natatoria. El actual comentario de texto es letal.

Comentarios de textoCualquier comentario de texto tendría que comenzar explicando de qué tipo de texto se trata (si se trata de un fragmento o de un texto completo) y a qué género pertenece. Todo esto es importante, porque el comentario será distinto si se trata de un artículo de opinión completo o de un fragmento de una novela, si pertenece al género de la divulgación científica o al dramático, si se trata de un poema o de una carta comercial. A continuación se debería pedir al estudiante que haga un resumen del texto con cierto detalle, es decir, que no se limite a un par de frases, ya que queremos asegurarnos, en primer lugar, de que comprende el texto en su sentido literal. En cuanto al «tema» y la «estructura», yo los olvidaría. Un buen resumen basta.

Llegamos a los famosos «recursos expresivos»... He acompañado muchas veces a mis hijos en esas descorazonadoras cacerías de aliteraciones o de metáforas. «¡Tengo que encontrar una aliteración!», me dice mi hijo muy nervioso. «¿Dónde está? ¿Tú la ves?». En cuanto a las finuras de la métrica, la acentuación versal, los encabalgamientos, etc., con todos mis respetos he de decir que creo que muy pocas personas conocen de verdad esos temas y que, aunque a mí me apasionan, habría que dejarlos para la educación especializada. No les pidamos a unos adolescentes que se pierdan en esos vericuetos. Medir versos correctamente para saber leerlos, eso sí. Sin saber lo que es un endecasílabo no se puede ir a ningún sitio.

Por lo demás, debemos examinar el texto, no la mente del autor. Las preguntas, tan corrientes ahora, sobre la «intención» del autor son absurdas, porque entran en el terreno de la magia. Las preguntas del tipo «¿por qué usa el autor la metáfora del “árbol de oro”?» son absurdas también, y sólo admiten una respuesta sensata: «Porque le parecía bonita».

Examinemos, en un texto, los siguientes aspectos: el punto de vista, el tono y la voz, siempre relacionándolos con el género. La voz puede ser próxima o distante, saber más que el lector o menos, situarse por encima del lector o a su lado, ser irónica o campechana, remota o melancólica, indiferente o amigable. El examen de la voz y del tono de un texto nos dice mil cosas mas que el viejo repertorio de clichés de la retórica.

Examinemos también en qué proporción el texto dice y muestra, cómo organiza la información, y la proporción que existe entre exposición y ejemplificación. En este último apartado observaremos las imágenes del texto, sus conexiones simbólicas, su cualidad sensorial (si es que la tienen), la forma en que el autor utiliza sus «ejemplos».

Por último, consideremos que todo texto es un juego, y que la labor del comentario debe ser averiguar cuáles son las reglas de ese juego. En los textos muy codificados, estas reglas saltan a la vista porque son las de siempre. En otros, en la mayoría, son distintas cada vez, porque todos los textos son distintos. Debemos, por tanto, aconsejar a los alumnos que lean el texto como una red. ¿Qué significa esto? Que en un texto todos los elementos tienen una función y todos están relacionados. Si se trata de un poema o de un texto literario, se deberían estudiar las relaciones que existen entre unas partes y otras, entre unas imágenes y otras, aunque en realidad esto debe hacerse con cualquier texto que sea mínimamente coherente y esté, en cualquier sentido de la palabra, «bien escrito». No tiene el menor sentido, por ejemplo, preguntar qué significa «verde» en el Romancesonámbulo. Las cosas no significan fuera del texto, sino dentro del texto. Lo importante es investigar qué función tiene ese «verde» dentro del ecosistema del texto, y cómo se relaciona con los otros elementos, imágenes, palabras, del poema.

En efecto, el alumno debe entender que el texto es como un pequeño ecosistema, una criatura viva en la que todos los elementos tienen una función. La localización de esos elementos, que serán distintos en cada texto, y la habilidad para relacionar unos con otros y con la totalidad del texto deberían ser el centro del comentario.

Género, características, resumen, punto de vista, tono, voz, decir y mostrar, el texto como red. Y animar a los alumnos a que escriban bien, con gusto, con entusiasmo, a que no digan nada porque se espera que lo digan y a que no apliquen nada de lo anterior mecánicamente.

Andrés Ibáñez, escritor.

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