Las defensas han sido burladas por un ente sigiloso que fue capaz de engañar al cuerpo humano. Esta vulneración hace pensar en los aqueos, cuando se apropiaron de la ciudad de Troya por obra de un caballo de madera, una treta tan perversa como magistral.
Lo que estamos viviendo no tiene comparación con la peste negra, el cólera, la fiebre amarilla o la influenza española. Ninguna epidemia previa había sido capaz de provocar tanto daño a la humanidad como este nuevo coronavirus. La enfermedad que produce el COVID-19 ataca los pulmones, produce fiebre, agota y ciertamente mata, pero también cierra fuentes de trabajo, arrebata el ingreso, asesina los negocios, fractura los mercados y destruye riqueza.
El coronavirus es capaz de trastocar prácticamente todo lo humano. No parece haber coordenada de nuestra especie al margen del embate.
En el futuro cercano, seis de cada diez humanos podrían ser portadores de este virus, si no se controla. Es probable que, para una mayoría, la experiencia será intrascendente. Otras personas padecerán dolencias desagradables en distintos órganos del cuerpo y, en promedio, de acuerdo con las últimos datos, uno de cada cien individuos contagiados podría perder la vida.
Esto querría decir que, en breve, el coronavirus podría colonizar a 4,800 millones de seres humanos. Si la ciencia o la inmunidad de rebaño no logran mitigar los efectos, la pandemia podría arrojar un saldo final de hasta 62.4 millones de decesos.
No hay otra tragedia comparable en la historia humana. La pandemia más próxima —por la dimensión de su peligro— fue la influenza española que, hacia 1918, impuso una cifra de mortandad próxima a los 33 millones de humanos.
Con todo, medida por sus dimensiones sociales y económicas, aquella crisis sanitaria no propinó un daño global tan dramático. De acuerdo con cálculos del Banco Asiático de Desarrollo, el coronavirus reducirá la producción del planeta entre 2.3% y 4.8% del producto global bruto, pero hay países como México, Italia, o España cuya destrucción de riqueza, según el Fondo Monetario Internacional, podría duplicar ese número.
El impacto de este ente microscópico es masivo y es múltiple: la geopolítica, la logística, las finanzas, los gobiernos, la educación, la aeronáutica, la diplomacia, los intercambios comerciales, la prestación de servicios y, desde luego, la salud; por ello el 2020 será emblemático para muchas generaciones después de la nuestra.
Así como hoy nos referimos a 1945 y pensamos en la Segunda Guerra Mundial, o a 1929 para referirnos a la Gran Depresión, igual sucederá con este año que habrá transformado la historia general del mundo, pero sobre todo habrá afectado la pequeña cotidianidad de un número inmenso de individuos y familias.
Como dice el multimillonario estadounidense Warren Buffett, cuando el año 2020 surja en las conversaciones “todos sabrán de qué se está hablando”.
Hay un hecho que sin embargo antecede, como contexto, a esta gran crisis: la fractura del pacto que los seres humanos debíamos sostener con La Naturaleza, así, escrita con mayúsculas.
A partir de ahora sería imprudente comenzar o concluir cualquier reflexión sobre esta pandemia sin referirnos con respeto hacia ella. Hay una secuencia causal entre la crisis del coronavirus y la agresión que los seres humanos veníamos imponiéndole al planeta.
El científico australiano Edward Holmes, dedicado a estudiar por décadas el comportamiento del virus, asegura que el cambio climático, la manipulación humana de los ecosistemas y el acortamiento de las distancias con la fauna salvaje son tres variables principales para explicar no solo la emergencia del coronavirus, sino también la de otras epidemias como el ébola, el VIH o el SRAS.
La responsabilidad es nuestra: desde dentro de la ciudad de Troya los aqueos contaron con múltiples cómplices.
La Naturaleza se está comportando como si fuese nuestra adversaria. Nos equivocamos cuando creímos que la habíamos domesticado; este episodio nos obliga a tomar conciencia de una realidad que solíamos abordar únicamente en los filmes de ciencia ficción.
El COVID-19 es un mensajero de las fuerzas indómitas de La Naturaleza, revancha simbólica que obligó a parte de la especie a tomar distancia. Mientras tanto, los animales regresan a los espacios que eran suyos, los Himalaya vuelven a ser visibles y la cresta de los mares fluorescentes se enciende otra vez por las noches.
En estos días sonreímos y nos horrorizamos a la vez. La Naturaleza recupera su salud a costa de la nuestra. Por razones buenas, y también por las malas, debemos revisar la relación desequilibrada que hasta hace unas cuantas semanas sosteníamos con el resto del planeta.
Los seres humanos no estábamos listos para enfrentar este episodio sanitario por muchas razones, la primera de ellas, porque habíamos descartado de nuestra vida cotidiana el vínculo existencial que nos liga a La Naturaleza.
No estamos experimentando un acto de justicia cósmica, porque La Naturaleza no conoce de tribunales, pero es predecible que, a partir de esta experiencia, los seres humanos habremos de reformular nuestra relación con el otro no humano.
Comencemos por desafiar el mito de la domesticación. Como la socióloga Rita Segato dijo recientemente en una entrevista, esta pandemia “aguijona cualquier forma de control”. Al asumir la imposibilidad de someter a las muy diversas fuerzas del planeta, habremos de modificar nuestra relación con los ecosistemas, las especies salvajes, el medio ambiente y ese conjunto que, cuando intervenimos, reinterviene en contra nuestra.
Nuestro saber no deberá ser el mismo después de atravesar esta experiencia, por eso la ciencia, y quienes la producen, son desde ya actores protagónicos de la era poscoronavirus. Lo mismo cabe prever con el poder: las nuevas disputas de la narrativa política se asoman complejas, polarizadas y demonizantes.
Destacadamente se perfila la profundización de las desigualdades sociales, que esta crisis sanitaria ha puesto al desnudo, así como los límites del Estado y de los mercados.
Reflexionar hoy sobre todos estos temas es arriesgado porque el pensamiento sucede mientras la crisis sigue ocurriendo. Sin embargo, no puede aplazarse la reinvención de un planeta que habrá de cambiar tanto después de este año 2020.
Ricardo Raphael es periodista, académico y escritor mexicano. Su libro más reciente es 'Hijo de la guerra’