Cómo aprovechar el saber local africano para enfrentar las crisis mundiales

Cuando regresé a casa en Mali en 2019 después de haber trabajado por toda África y el resto del mundo durante dos décadas, me costó reconocer al lugar. El optimismo que estimuló el desarrollo del país en la década de 1990 había dado paso al abatimiento. La inseguridad y el cambio climático eran los principales culpables.

En Mali el cambio climático no solo es una amenaza para el futuro, sino que afecta las vidas y el sustento de los malienses en la actualidad: revirtió avances sociales que se habían logrado con mucho esfuerzo y medios limitados, y fracturó a la economía rural, disparando una cadena de calamidades, entre ellas, conflictos civiles, inseguridad alimentaria y un éxodo improvisado. Si no nos ocupamos de ellas, es poco probable que estas situaciones mejoren en el corto plazo.

África ciertamente tuvo su cuota de crisis aplastantes, desde bajones económicos y agitación política hasta desastres naturales y epidemias. La respuesta del continente a esas crisis brinda lecciones importantes para abordar los grandes desafíos que nos aguardan. Por sobre todo, es fundamental que los responsables de las políticas presten atención a las perspectivas de las comunidades locales y entiendan sus intereses y metas.

Por ejemplo, cuando Mali implementó la atención sanitaria básica en la década de 2000, las comunidades locales exigieron a las autoridades que solucionaran la silenciosa epidemia de mortalidad materna. Esas discusiones garantizaron que los responsables de las políticas prestaran la debida atención a la atención materna de urgencia.

Cuando el brote de ébola en el este de África causó pánico en el planeta en 2013, los expertos mundiales de salud respondieron con dedicación, habilidad y tecnología de última generación; pero una intervención menos difundida, aunque vital, encabezada por la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, fue la organización de enterramientos seguros para las víctimas.

Aunque el objetivo principal era ofrecer dignidad a las comunidades afectadas, también tenía sentido en términos médicos para controlar la epidemia. Ahora sabemos que la intervención no solo fue importante para mantener la confianza y colaboración de la población en la lucha contra el ébola, sino que desempeñó un papel clave para limitar la difusión de la enfermedad. Gracias a los enterramientos seguros se salvaron miles de vidas y se redujo la escala de la epidemia en hasta un 36,5 %. Fueron eficientes y eficaces, y solucionaron una cuestión que las comunidades consideraban fundamental.

Los malentendidos y la resistencia relacionados con las medidas implementadas para hacer frente a la actual pandemia de COVID-19 me recuerdan al comportamiento que vimos durante la crisis del ébola. Hay pánico, negación, y falta de confianza y compromiso. Algunos ciudadanos acusan a sus gobiernos de usar la enfermedad como un medio para controlar a la población.

Desafortunadamente, hay sentimientos similares que obstaculizan los esfuerzos para combatir el cambio climático. La inercia resultante implica que perdemos oportunidades para impedir el desastre ambiental e impulsar a las comunidades a sumarse a estrategias que fortalecen su capacidad de recuperación.

Para combatir eficazmente el cambio climático y abordar los desafíos mundiales de salud pública debemos reconocer que las comunidades son uno de los principales agentes y partes interesadas, en vez de considerarlas como objetos de intervención en las políticas de expertos bienintencionados. Las inversiones técnicas y sociales innovadoras y adecuadamente financiadas son necesarias, pero no suficientes.

Pero la movilización de las comunidades tampoco alcanza. La eficacia de la respuesta ante el calentamiento global reflejará nuestra capacidad para aprovechar la información estratégica (que moviliza a quienes toman las decisiones con señales de la existencia de respuestas concretas factibles y de que no invertir será, en última instancia, mucho más costoso). Hay un amplio consenso sobre la importancia de entender las dimensiones técnica, tecnológica y social para la gestión del desafío del cambio climático, no solo a escala mundial sino también en entornos nacionales específicos. Ahora debemos ir más allá de esos diagnósticos y compromisos para ocuparnos de las vulnerabilidades y oportunidades locales.

Aquí es donde la brecha en la geografía humana de la toma de decisiones políticas resulta mayor, porque los responsables de las políticas con excesiva frecuencia consideran la movilización de la creatividad de las comunidades locales a último momento, si es que lo hacen. Los gobiernos y sus socios para el desarrollo deben crear instituciones más robustas para conversar con las comunidades sobre lo que se puede y debe hacer, y garantizar que se consideren sus perspectivas para el desarrollo y la implementación de las políticas.

Como ocurrió con la epidemia de ébola en África Occidental, la lucha mundial contra la COVID-19, que lleva dos años, demostró cuán fundamental pueden ser el conocimiento y la participación de las comunidades locales para abordar las amenazas mundiales. En África, y en otros sitios, debemos aprovechar este recurso si queremos tener alguna chance de mitigar los efectos del cambio climático y adaptarnos a ellos.

Fatoumata Nafo, Chair of the Board of the Foundation for Health and Environment in Mali, is a former executive director of the Roll Back Malaria Partnership and a former regional director of Africa at the International Federation of Red Cross and Red Crescent Societies. Traducción al español por Ant-Translation.

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