Cómo burlarse de los nazis

Contramanifestantes en un mitin del Ku Klux Klan en Charlotte, Carolina del Norte, en 2012 Yash Mori
Contramanifestantes en un mitin del Ku Klux Klan en Charlotte, Carolina del Norte, en 2012 Yash Mori

Durante décadas, Wunsiedel, un pueblo alemán ubicado cerca de la frontera con la República Checa, tuvo problemas con un desfile anual de visitantes indeseables. Fue el lugar donde estuvo enterrado uno de los lugartenientes de Adolf Hitler, un hombre llamado Rudolf Hess. Cada año, para disgusto de los residentes, los neonazis marchaban a su tumba. El pueblo llegó a organizar contramanifestaciones para disuadir a los peregrinos.

En 2011, se exhumó el cuerpo de Hess e incluso se removió su lápida, pero los neonazis regresaron. Así que, en 2014, el pueblo intentó una táctica distinta: la subversión humorística.

La campaña llamada Rechts Gegen Rechts —la derecha contra la derecha— convirtió la manifestación en “el maratón más involuntario” de Alemania. Por cada metro que marchaban los neonazis, los residentes y negocios locales prometieron donar diez euros (el equivalente a 12,50 dólares) a un programa que ayuda a la gente a abandonar grupos extremistas de derecha, llamado EXIT Deutschland.

Convirtieron la marcha en una parodia de evento deportivo: alguien pintó en el suelo de una calle la palabra “Inicio”, una marca a la mitad del camino y una línea de meta, como si fuera una carrera. Letreros coloridos con eslóganes tontos engalanaron la ruta. “¡Si lo supiera el Führer!”, decía uno. Mein Mampf! (mi masticada) decía otro que colgaba sobre una mesa de plátanos o cambures —en referencia al libro Mein Kampf escrito por Hitler—. Un letrero en la meta les agradecía a los manifestantes su contribución con la causa antinazi: 10.000 euros (unos 12.000 dólares), donde alguien lanzaba confeti a los manifestantes.

La iniciativa se ha extendido a otros pueblos alemanes y a uno en Suecia (donde se le llamó “Nazis contra nazis”).

Después de la violencia que hubo en Charlotttesville, Virginia, Wunsiedel ha regresado a las noticias. Los expertos en protestas pacíficas dicen que podría servir de modelo para los estadounidenses alarmados por el resurgimiento de un movimiento supremacista blanco al que buscan responder de una forma efectiva, porque de otra manera podrían estar tentados a enfrentar la violencia con más violencia.

Las personas con las que hablé valoraron el sentimiento de los manifestantes antifa, o antifascistas, que acudieron a Charlottesville, miembros de un grupo con raíces anarquistas y militantes que están dispuestos a combatir contra personas que se consideran fascistas. “Yo también quisiera golpear a un nazi en la nariz”, me dijo Maria Stephan, una directora de programa del Instituto de Paz de Estados Unidos. “Pero hay una diferencia entre una respuesta terapéutica y una estratégica”.

El problema, dijo, es que la violencia simplemente es una mala estrategia.

La violencia dirigida a nacionalistas blancos solo alimenta su narrativa de víctimas, de una futura minoría acosada que no puede ejercer sus derechos de libre expresión sin que los linchen. Quizá también los ayude a reclutar miembros. Además, de manera más extensa, si la violencia contra las minorías es lo que te parece repugnante de la retórica neonazi, entonces “estás utilizando la misma fuerza que intentas derrocar”, me dijo Michael Nagler, el fundador del programa Estudios de la Paz y el Conflicto en la Universidad de California en Berkeley.

Quizá lo más importante es que la violencia no es tan efectiva como la no violencia. En su libro de 2011 titulado Why Civil Resistance Works, Stephan y Erica Chenoweth examinaron 320 conflictos entre 1900 y 2006. Encontraron que la resistencia pacífica era más de dos veces más efectiva que la violencia al momento de lograr un cambio. Además, las luchas pacíficas se resolvieron mucho antes que las violentas.

La principal razón, me explicó Stephan, fue que los esfuerzos pacíficos atrajeron a más aliados más rápidamente. Los conflictos violentos, por otro lado, a menudo repelían a la gente y se prolongaban durante años.

Sus hallazgos enfatizan lo que probablemente ya intuíamos de la protesta: es una actuación no solo para la gente contra la cual podrías estar manifestándote, sino también para la gente que podría estar convencida de ponerse de tu lado.

Tomemos como ejemplo el movimiento de derechos civiles en Estados Unidos. Parte de lo que movió al país hacia la Ley de Derechos Civiles de 1964 fueron las imágenes, transmitidas en todo el país, de manifestantes resueltamente pacíficos, incluyendo a mujeres y ocasionalmente a niños que eran golpeados, atacados con mangueras y maltratados por policías y multitudes de blancos.

Esas imágenes también enfatizaron dos puntos subrayados por Stephanie Van Hook, la directora ejecutiva del Metta Center for Nonviolence. Primero, el pacifismo es una disciplina y, como con cualquier disciplina, debes practicarla para dominarla. El entrenamiento en el pacifismo fue un artefacto del movimiento. Incluso el reverendo Martin Luther King Jr. y sus aliados ensayaron en sótanos, asignándose papeles e insultándose con tal de prepararse para lo que vendría a continuación.

Además, a veces todo se trata de ser afectado por la violencia. Así es como expones la hipocresía y la podredumbre contra la que luchas. Atacan sin ser provocados. Tú no contratacas. Te lastiman. El mundo lo ve. Las mentalidades cambian. Se requiere una valentía tremenda: tu cuerpo termina siendo el lienzo que lleva la evidencia de la violencia contra la que luchas.

Sin embargo, idealmente, deberíamos evitar la violencia del todo. Aquí es donde la planificación que se exhibió en Wunsiedel es clave. El humor es una herramienta particularmente poderosa para evitar que los problemas escalen, para enfatizar lo absurdo de ciertas posturas y acabar con el espectáculo que a las personas de mente débil podría parecerles un propósito heroico.

Alemania no es Estados Unidos. En primer lugar, a los neonazis no se les permite llevar rifles de asalto por las calles, ni hablar de portar esvásticas. Pero sí tenemos ejemplos similares de humor que se utilizan para contratacar a los fascistas en Estados Unidos. En 2012, una manifestación del “poder blanco” (white power) en Charlotte, Carolina del Norte, fue recibida por contramanifestantes vestidos de payasos. Llevaban letreros que decían “el poder de la esposa” (wife power) y lanzaron harina blanca al aire.

“El mensaje que les enviamos es ‘Se ven ridículos’”, le dijo un coordinador al canal local de noticias. “Estamos vestidos como payasos, y ustedes son los que se ven graciosos”.

Al socavar la seriedad que los supremacistas blancos intentan proyectar, las contraprotestas humorísticas podrían acabar con la oportunidad de reclutamiento de estos eventos. A los jóvenes les podría parecer romántico enfrentarse a antifascistas ataviados con pañoletas, pero quizá no pensarían lo mismo de unos payasos que se burlen de ellos.

Lo cual nos trae a los sucesos de Charlottesville, y a los mítines de la extrema derecha que seguramente ocurrirán. Para quienes se preguntan cómo responder, Stephan dice que “los movimientos pacíficos tienen éxito porque incitan a la participación masiva”. El humor puede lograrlo; la violencia, no tanto.

El asunto más importante, según ella, es este: ¿por qué los regímenes y movimientos opresores se dedican tanto a fomentar la violencia? (pensemos en el presidente estadounidense y su talento para dividir al país y generar caos). Porque la violencia y el conflicto contribuyen a su causa. Por lo tanto, Stephan pregunta: “¿Por qué harías lo que tu opresor quiere que hagas?”.

Moises Velasquez-Manoff es el autor de An Epidemic of Absence: A New Way of Understanding Allergies and Autoimmune Disease y también es columnista de opinión.

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