La guerra en Ucrania causó que se dispararan los precios de los alimentos en el mundo. Antes de la invasión rusa, Ucrania generaba el 10 % de las exportaciones mundiales de trigo, el 13 % de las de cebada, más del 50 % de las de aceite de girasol, el 5 % de las de aceite de colza y el 15 % de las de maíz. Pero esos envíos se interrumpieron a escala masiva porque Rusia está bloqueando los puertos ucranianos y bombardeando sus instalaciones de almacenamiento de granos. En abril, el índice mundial de precios de alimentos de la FAO ya había aumentado el 30 % interanual y superaba por el 62 % a su valor promedio en 2020. Y las amenazas a la cosecha de este año implican la posibilidad de aumentos de precios adicionales.
La suba de los precios de los alimentos afecta a los consumidores en todo el mundo, pero los países pobres son particularmente vulnerables. Debido a que ya deben destinar la parte del león de sus ingresos a los alimentos, sencillamente no pueden competir con otros países cuando los precios suben. Serán inevitables el aumento de la pobreza, el hambre y la inanición, y las protestas generalizadas.
La «crisis de la tortilla» de 2007 nos da una idea de lo que nos espera. Debido a los subsidios estatales para fomentar la producción de bioetanol en Estados Unidos y otros países, la oferta de maíz para la alimentación humana y animal se había reducido gradualmente. Por ello, los precios del maíz se duplicaron entre los inviernos de 2005-06 y 2006-07, y las tortillas se encarecieron un 35 %. En enero de 2007 estallaron protestas por hambre en Ciudad de México, porque la gente ya no podía comprar tortillas.
Después de este aumento del precio del maíz, los agricultores comenzaron a reasignar tierras que antes usaban para producir trigo, lo que llevó a su vez a un salto del precio de ese cereal en 2008. Y cuando los consumidores respondieron a esas subas de precios pasándose al arroz, el precio de este último también aumentó.
Para empeorar aún más las cosas, algunos países como Argentina, India, Kazajstán, Pakistán, Ucrania, Rusia y Vietnam respondieron a la crisis alimentaria imponiendo restricciones a las exportaciones para proteger a su gente de los aumentos de precios. Pero estas políticas solo empeoraron la escasez mundial y llevaron a que los precios aumentaron aún más rápidamente. Para 2008, los precios del trigo, el maíz y el arroz habían triplicado los niveles de 2006. Actualmente, ese patrón ya se está repitiendo: la India comenzó a prohibir las exportaciones de trigo y otros países la imitarán pronto.
A medida que sigan aumentando los precios, también lo hará el malestar social en más países. Durante la crisis de la tortilla, las protestas que comenzaron en México se extendieron el año siguiente a muchas otras economías en vías de desarrollo y emergentes. Hubo protestas por hambre, muchas de ellas violentas, en 37 países.
Estos efectos colaterales continuaron durante varios años. Por ejemplo, se podría considerar que la primavera árabe de 2010-11 fue una consecuencia tardía de la crisis de la tortilla. Los precios de los alimentos, después de caer temporalmente en 2009, subieron aún más que antes. Cuando un almacenero tunecino se prendió fuego para protestar contra la corrupción, inició un movimiento que rápidamente se difundió por la región.
Los mecanismos que produjeron la crisis de la tortilla siguen intactos. Hasta hoy, las tierras que antes se usaban para la siembra de cultivos de uso alimentario se destinan a la producción de biocombustibles. Ante la disyuntiva de usar las cosechas para alimentar a la gente o impulsar automóviles, los responsables de las políticas y los agricultores a menudo priorizan a los automóviles. Se estima que el 4 % de las tierras agrícolas del mundo se destina a la producción de biocombustibles, y que el 40 % de la producción estadounidense de maíz se usa para fabricar etanol.
Y ahora que suben los precios del petróleo crudo, es probable que esa participación aumente más aún, ya que el crudo y los biocombustibles han mantenido una relación de sustitución unidireccional desde que los combustibles fósiles dejaron de ser la opción más barata.
Además de los aumentos de precios inmediatos relacionados con la guerra (por la significativa escasez en Ucrania), se están acumulando otros efectos sobre los precios de los alimentos debido al conflicto. En el otoño e invierno que se avecinan, se verá el impacto de las cosechas perdidas en los mercados mundiales y la crisis entrará en una nueva fase crítica, con renovadas protestas por hambre, y un mayor riesgo para la paz y la estabilidad mundial.
De hecho, la cantidad de vidas amenazadas por estas inminentes catástrofes humanitarias, podría empequeñecer lo que hasta el momento hemos visto en Ucrania. La comunidad internacional debe, por lo tanto, presionar para que se acuerde un cese del fuego y se negocie la paz. Hay demasiado en juego como para las partes involucradas sigan buscando una victoria rotunda en la guerra.
Hans-Werner Sinn, Professor Emeritus of Economics at the University of Munich, is a former president of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry’s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs (Oxford University Press, 2014). Traducción al español por Ant-Translation.