¿Cómo debe ser el nuevo conservadurismo latino?

El juramento del juego de la pelota, de Jacques-Louis David (1791).
El juramento del juego de la pelota, de Jacques-Louis David (1791).

Los acontecimientos de las últimas décadas obligan a replantearse los fundamentos de la distinción entre izquierda y derecha.

Mientras la izquierda lleva más de 40 años redefiniendo su propio concepto ideológico (hasta el punto de haber sido capaz de transformarlo de forma radical), la derecha (o, al menos, una parte significativa de ella), parece seguir creyendo que los parámetros políticos, discursivos y estratégicos del siglo XX siguen vigentes.

La caída del muro de Berlín produjo una especie de trampantojo para la derecha. La desarticulación del bloque del Este generó la apariencia de que la victoria definitiva había sido para la parte occidental y que la izquierda tendría que conformarse con su aparente derrota y jugar de acuerdo con las reglas que, hasta ese momento, habían imperado en el lado capitalista.

Que el demócrata Bill Clinton ganase las elecciones al republicano George H. W. Bush en 1992 utilizando contra su oponente la frase “es la economía, estúpido” y que Tony Blair, en Reino Unido, inventase el Nuevo Laborismo (también durante la última década del siglo XX) contribuyó a consolidar en las mentes derechistas la imagen de que sus oponentes políticos no habían tenido más remedio que claudicar, por la fuerza de los hechos económicos, y que la izquierda europea y estadounidense se iba a convertir en una especie de derecha social dulcificada.

La circunstancia de que otros dirigentes socialistas europeos hubiesen conseguido desterrar el marxismo del ideario de sus partidos (asentándose plenamente en la socialdemocracia) contribuyó a aumentar la euforia de quienes se consideraban vencedores. Para algunos, parecía que había llegado el fin de la historia.

Sin embargo, la realidad demuestra que las reglas del juego político vigentes durante la segunda mitad del siglo XX han saltado por los aires. La división entre izquierda y derecha ha quedado vacía de contenido (y, por consiguiente, obsoleta) y la que se ha impuesto en el contexto ideológico occidental es la que distingue entre nación y globalismo.

Los puntos siguientes pretenden ilustrar los postulados del pensamiento conservador (aunque quizá haya que cambiar esta manera de expresarse) en Italia, España y otros países.

Se trata de que la derecha adapte sus ideas, su estrategia y su discurso a la dialéctica política actual, y que no siga anclada en planteamientos alejados de las preocupaciones conscientes e inconscientes de los ciudadanos.

1. La nación sigue siendo el mejor ecosistema político para la convivencia de las personas. La ciudadanía universal es una utopía ineficiente. A la hora de la verdad, a nadie se le ocurre reclamar su pensión, la educación de sus hijos ni su asistencia sanitaria a ningún organismo internacional.

Por ello, es importante mantener el capital social de la nación. Así ha quedado demostrado durante la pandemia.

Las fronteras son un instrumento que ofrece seguridad, y es al Estado (la nación) a quien recurren los ciudadanos para reclamar la defensa de sus vidas.

Sin nación no puede haber soberanía nacional, ni Estado de derecho ni del bienestar. Como advierte Yoran Hazony, “la única comunidad política que tenemos con plena legitimidad democrática es la nación”.

2. La alternativa a una doctrina que enfrenta a los grupos (mujeres contra hombres, nacionales contra extranjeros, negros contra blancos, homosexuales contra heterosexuales, etcétera) es la ideología de las personas: el humanismo racional.

Los nuevos conservadores reivindicamos, según los postulados de Edmund Burke, el vínculo entre generaciones. También consideramos que la tradición es una entidad viva, capaz de adaptarse continuamente a la realidad.

Lo mejor que tenemos no nos lo debemos sólo a nosotros mismos. El olvido del esfuerzo empleado por los que nos precedieron es una actitud presuntuosa e irreal y, por consiguiente, perjudica a la sociedad.

3. El derecho nacional es un límite (quizá el único) frente al poder omnímodo de los poderosos. La defensa de los débiles exige la existencia de leyes nacionales que los protejan, tribunales que los amparen y que castiguen e impidan los abusos de los más fuertes.

La propiedad es el primero de los derechos individuales y debería ser elevada a la categoría de fundamental. Sin este derecho, los demás no son posibles. Las personas necesitan una morada estable para su familia, así como un mínimo de control sobre sus bienes, para desarrollar su vida con seguridad.

El nuevo conservadurismo ve como un peligro específico y concreto cualquier evolución hacia alguna forma de capitalismo socialista o que suponga la entrega de todo el poder económico a las grandes corporaciones globales.

4. Frente a una izquierda mística y ortodoxa, el nuevo conservadurismo defiende la ciencia objetiva, la razón y la verdad de los hechos: ilustración y racionalismo.

El progreso social exige la defensa a ultranza de la libertad de expresión, de pensamiento y de cátedra. El mercado de las ideas es el que ha permitido que nuestras naciones hayan alcanzado las cuotas de desarrollo social y económico que poseen.

No a la imposición del pensamiento único. El Estado de derecho, la división de poderes y la presunción de inocencia (reales) son garantías de una verdadera democracia.

Sus límites manifiestos o solapados suponen una involución social y política. La defensa de la libertad individual es fundamental ante la nueva realidad puesta de relieve por la pandemia.

Con el pretexto de combatirla, se ha creado una nueva forma de gobernanza que lesiona las libertades primarias.

5. La clase media, cada vez más empobrecida, necesita ser defendida y apoyada. No puede haber una democracia digna de tal nombre sin una clase media lo suficientemente abundante como para evitar el extremismo que produce la polarización entre muy ricos y demasiado pobres.

El nuevo conservadurismo está a favor de la relocalización industrial, del fomento de la igualdad de oportunidades y del control racional de la inmigración.

El mejor ciudadano es el que es capaz de obtener, a través de su ingenio y de su trabajo, lo necesario para valerse por sí mismo y cuidar de sus hijos, y que, además, es capaz de generar un excedente que le permita ahorrar y contribuir al bien común por medio de unos impuestos limitados y proporcionados.

El conservadurismo latino propugna una alianza entre las naciones de la Europa latina, por su misma tradición cultural y espacio geopolítico.

Séneca escribió: “No te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu, piensa, en medio de los accidentes de la vida, que tienes dentro de ti una fuerza madre, fuerte e irreductible”.

La civilización es la fuerza madre de las naciones, fuente de todo progreso.

Juanma Badenas es catedrático de Derecho Civil de la UJI, y ensayista y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica. Marco Gervasoni es profesor ordinario de la Università degli Studi del Molise, historiador y ensayista.

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