El Estado Islámico (EI) se ha mezclado con comunidades suníes pobres y de origen rural para establecer una potente base social. Estas áreas desfavorecidas constituyen focos de disensión ya que décadas de decaimiento social y corrupción estatal han desencantado a la juventud respecto del establishment político.
El Estado Islámico, por ejemplo, ha sembrado su mensaje en los distritos más pobres de Mosul y Raqa, las dos ciudades más populosas que controla en Iraq y Siria, y ha reclutado soldados y policías, les ha suministrado armas y salarios e incluso les ha reforzado con patrullas.
El desplazamiento de la expansión militar del grupo proviene de su capacidad no sólo de aterrorizar enemigos, sino también de obtener el apoyo de sectores locales suníes sumidos en la pobreza, mediante incentivos económicos y redes de patrocinio y privilegios, tales como la protección frente al tráfico de actividades, cuotas del comercio petrolero y contrabando en el este de Siria.
En muchos aspectos, ha podido constatarse no sólo un progresivo sectarismo suní-chií, sino un enfrentamiento socioeconómico.
En el corazón de la llamada primavera árabe se produce un levantamiento de comunidades rurales y urbanas pobres.
La clave para debilitar los lazos del Estado Islámico reside en trabajar estrechamente con las com unidades suníes locales que se ha atraído.
Uno de los puntos fuertes del Estado Islámico es su capacidad de apuntar a los sectores más vulnerables de la población y de manipular su ira contra el sistema estatal que no atiende las necesidades más elementales de los ciudadanos.
El influjo de los combatientes extranjeros del mundo árabe y más allá es asimismo una prueba de la fuerza del contradiscurso del Estado Islámico y de su capacidad de convertir soldados rasos en leales máquinas de matar dispuestas a dar la vida por el grupo.
El amplio alcance de la campaña del Estado Islámico apela a los desencantados jóvenes suníes de todo el mundo ofreciéndoles una imagen del grupo como un movimiento de poderosa vanguardia capaz de aportar la victoria y la salvación. Les ofrece una perspectiva mundial utópica y un proyecto político de resurrección del perdido califato.
El grupo se adhiere a la doctrina de guerra total sin restricciones. Desdeña el arbitraje y el compromiso, incluso con rivales islamistas suníes.
A diferencia de Al Qaeda central, no se apoya en la teología para justificar sus acciones y no ha considerado la necesidad de lanzar un manifiesto teológico o religioso: el grupo, al fin y al cabo, ha creado un califato de facto y controla zonas territoriales en Siria e Iraq, del tamaño del Reino Unido, donde viven cinco millones de personas.
No obstante, el Estado Islámico es mucho más frágil de lo que a Al Bagdadi le gustaría que creyéramos.
Su llamamiento no ha encontrado elementos dispuestos a aceptarlo, ya sea entre predicadores yihadistas importantes u organizaciones islamistas mayoritarias tradicionales, mientras que expertos y estudiosos islámicos, incluso los líderes salafistas más notables, han descartado su declaración por considerarla nula y sin efecto.
Mientras el Estado Islámico siga con su racha victoriosa, puede prescindir de su pobreza de ideas y de la amplia oposición proveniente de la opinión pública musulmana: promete utopía y ofrece la victoria.
Pero el desafío a que hace frente el grupo consiste en que una vez sus incursiones sean controladas, su falta de ideología dotada de cohesión acelerará su declive social.
En mis conversaciones con líderes tribales iraquíes, muchos reconocen que sus hijos se suman a las expediciones del Estado Islámico no por su ideología islamista sino como forma de resistencia contra la autoridad central de Bagdad, de base sectaria, y su patrón en la región, Irán.
La rápida captura de la mayor parte del triángulo suní por parte del grupo, los atentados suicidas, sobre todo contra chiíes, y la retórica antiamericana atraen a la juventud suní que cree que el país ha sido humillado y colonizado por Estados Unidos con el apoyo de Irán. No es de extrañar que esos miles de iraquíes suníes luchen bajo la bandera del Estado Islámico sin suscribir su ideología islamista extremista.
Tal vez uno de los aspectos más preocupantes del objetivo del Estado Islámico, las comunidades desfavorecidas suníes, es su manipulación de un profundo sentimiento de desamparo y falta de esperanza en la región, que por otra parte desencadenó las amplias revueltas populares árabes de los años 2010-2012. En Oriente Medio, la gente corriente ha luchado por sus derechos, sus libertades y su autodeterminación sin recurrir necesariamente a la violencia durante décadas.
El Estado Islámico, llevado de su propósito de propagar la creencia de que el salvajismo es más eficaz como instrumento de movilización que la resistencia civil contra gobernantes locales y una estratagema de inspiración extranjera e imperialista, sólo repite el habitual adagio de las dictaduras de la región que legitima la autocracia en nombre de la autenticidad.
Al retratarse a sí mismo como la única alternativa a un sistema político en quiebra y corrupto, el Estado Islámico obtiene también respaldo y representación del pueblo. Al negar poder y papel principal a movimientos cívicos a la hora de lograr un cambio, grupos como el Estado Islámico y el Frente al Nusra utilizan un discurso que equipara resistencia con violencia bárbara e indiscriminada.
Uno de los impactos más dañinos y duraderos del Estado Islámico en la región es su táctica de neutralizar y suprimir estrategias de signo civil, que podrían forjar una transformación no sólo nacional sino de orden regional. En este sentido, la clave para debilitar los lazos del Estado Islámico es desmantelar su base social captando mentes y corazones, tarea difícil y prolongada, y solucionar el conflicto sirio que ha dado motivación, así como recursos y refugio seguro, al Estado Islámico.
De hecho, no hay solución sencilla o rápida para librar a Oriente Medio del EI, pues se trata de una expresión de instituciones estatales en quiebra, pésimas situaciones económicas y semillero de incendios sectarios en la región. El EI es producto de acumulados motivos de agravio, movilización y polarización social e ideológica en la región durante un decenio.
Fawaz A. Gerges, catedrático de la London School of Economics y autor de ‘El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana’ (Libros de Vanguardia).