Cómo el fútbol cambia a Occidente

A veces nos topamos con la historia sin haberla llamado, y cuando menos lo esperamos. La semana pasada estaba cenando tranquilamente en un restaurante parisino, cerca de los Campos Elíseos; era una tarde calurosa, la ciudad estaba aparentemente tranquila y no parecía que fuera a ocurrir nada inesperado. El taxista que me llevaba a los Campos Elíseos había mencionado un partido de fútbol entre las selecciones de Argelia y Senegal, muy lejos, en un estadio de El Cairo. En principio, a Francia no le afectaba. Craso error por mi parte.

A las diez de la noche, con el anuncio de la victoria de Argelia a miles de kilómetros de allí, una multitud de manifestantes invadió los Campos Elíseos cantando, gritando y blandiendo la bandera argelina. Enseguida acudieron numerosos policías a rodear esta manifestación de entusiasmo. Cabía esperar que el regocijo degenerara en violencia gratuita, rotura de escaparates y enfrentamientos con la Policía, pero, por extraño que parezca, no fue el caso, o es que los medios de comunicación se pusieron de acuerdo para no mencionarlo.

En Francia se practica mucho la autocensura cuando se trata de «jóvenes de los barrios», un eufemismo con el que se designa a los gamberros de origen árabe que viven en la periferia de París y otras grandes ciudades, y que la mayoría de las veces están en el paro o se han escapado del colegio. Hay que comprenderlos, cualquier ocasión es buena para ir de juerga a los barrios considerados burgueses.

Los Campos Elíseos estaban casi cubiertos por las banderolas argelinas. Y me cuentan que hubo un espectáculo idéntico en la Plaza de la República, un lugar popular de manifestaciones desde la caída de la Bastilla, que se encontraba antes en el barrio.

Pero no crean que los manifestantes cantaban el himno de Argelia. Por norma general no lo conocen, y tampoco hablan árabe, pues estos argelinos de Francia no son inmigrantes recientes. Estadísticamente, el noventa por ciento de ellos han nacido en Francia, de padres franceses que a menudo han nacido también en Francia.

La gran oleada migratoria del Magreb se remonta a la década de 1950, cuando el Estado y las empresas francesas reclutaban obreros y agricultores en las colonias francesas para reconstruir la economía devastada por la guerra. Los manifestantes de los Campos Elíseos y de la Plaza de la República pertenecen a la tercera generación presente en el territorio nacional. Técnicamente son franceses, pero es evidente que son franceses distintos.

De modo que es difícil explicar su solidaridad con el equipo de Argelia y su apego a la bandera de un país que ya no es el suyo y que, además, es una dictadura militar poco tolerante con las manifestaciones callejeras. De hecho, me parece que estos franceses de origen argelino o marroquí no se manifestaban tanto a favor de su país de origen como contra su país de acogida.

Estos jóvenes manifestantes, entre los que había pocas mujeres, nos están diciendo: «Somos franceses, desde luego, pero a nuestra manera, que no es la vuestra. No tenemos ninguna intención de volver a nuestro país porque ahora también nosotros somos Francia». Y estos manifestantes nos lo dicen con más brutalidad todavía, porque a los denominados «franceses de pura cepa», blancos y creyentes, les cuesta mucho adherirse a una nueva concepción de Francia, que ahora es distinta por su cultura, sus costumbres, o su lengua, y que se enriquece con dialectos africanos y acentos magrebíes.

Estos manifestantes también reprochan a los franceses de pura cepa que se guarden para ellos todos los poderes que les ha conferido la herencia, la educación, las redes de relaciones, la política y los mejores empleos. Al cabo de tres generaciones, a los franceses llegados del Magreb solo les queda compartir las migajas.

No se trata de adjudicar culpas, la de los gobiernos franceses que no han visto venir nada, o la de los inmigrantes que se marginan. La situación es poco más o menos igual en toda Europa. ¿Y qué decir de Estados Unidos, donde 150 años después de la emancipación de los esclavos, sus descendientes siguen siendo en su mayoría los estadounidenses más pobres? En otras palabras, ¿cuánto costará en Europa que la aceptación de la diversidad como componente de identidad nacional entre en las costumbres? De momento, los extremistas del rechazo son los que se expresan más ruidosamente: populistas y racistas por un lado, y aficionados del fútbol, por otro. Y la presión migratoria procedente del África negra no va a atenuar las controversias.

Los romanos, en el crepúsculo de su Imperio, se enfrentaron a una situación semejante: ¿había que empujar a los bárbaros fuera de la ciudad o concederles la ciudadanía? Se eligió la segunda opción, de modo que los bárbaros se apoderaron del Imperio. Llegados a este punto, se oponen dos interpretaciones. Para unos, esta invasión bárbara llevó a la caída del Imperio. Pero para los más optimistas, a la Roma antigua le sucedió nuestra civilización occidental. El lector juzgará si mi comparación es muy audaz, dado el anodino punto de partida, un simple partido de fútbol. Pero a veces algunas anécdotas son más significativas que las grandes teorías.

Guy Sorman

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