La Medalla del Trabajo tiene como objetivo premiar y destacar el mérito de una conducta socialmente útil y ejemplar en el desempeño de los deberes que impone el ejercicio de cualquier trabajo o profesión. En el caso de Félix Huarte, tal y como expuse en esta Tribuna el pasado día 4 –Como navarro, me duele–, ese objetivo estaba claramente cumplido pues, en el grupo empresarial que él creó, se daba trabajo directo a más de 17.600 personas y, gracias a las decisiones que tomó y a los medios que puso durante su etapa al frente de la Diputación Foral de Navarra, logró que 300 empresas se acogieran a su Plan de Promoción Industrial y se crearan cerca de 30.000 puestos de trabajo. Sí, Félix Huarte, que tuvo que dejar la escuela a los 14 años y estuvo trabajando hasta el momento de su muerte, a los 75, fue un trabajador incansable, un creador de riqueza y de puestos de trabajo, por lo que pocas personas pudieron tener más méritos que él para merecer ese preciado galardón.
Sorprende que, ahora, al entrar en vigor la Ley de Memoria Democrática, el Gobierno no haya retirado la medalla de oro al Mérito en el Trabajo que, con ocasión del día de la Constitución de 2008, Rodríguez Zapatero otorgó al que fuera secretario general del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo Solares, porque el papel que este jugó en el Madrid sitiado durante el segundo semestre de 1936, cuando ejercía la máxima autoridad en materia de Orden Público y se produjeron la matanza de la cárcel «Modelo» y el holocausto de Paracuellos del Jarama, no se puede decir que fuera muy democrático. Además, ni en 2008 ni ahora esa condecoración de Carrillo estuvo justificada porque, como señaló el entonces ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, cuando se la impuso, esa «medalla constituía un reconocimiento a una trayectoria a favor de la lucha por la libertad, la democracia y las ideas» y, para reconocer tales valores hay otros galardones y no la Medalla del Trabajo, porque a Carrillo pocos son los trabajos que se le conocieron a lo largo de su dilatada vida.
Lo que sí se le tiene que valorar a Santiago Carrillo es el cambio de opinión que tuvo durante la Transición, pues hay que recordar que, cuando todavía vivía Franco, declaró a Time (28 de julio de 1975) que «muerto Franco, todas las estructuras del régimen franquista desaparecerán, incluido el príncipe Juan Carlos» y a la periodista italiana Oriana Fallaci le dijo: «¿Qué posibilidades tiene Juan Carlos? Todo lo más ser Rey por algunos meses. Si hubiera roto a tiempo con Franco, habría podido encontrar una base de apoyo. Ahora no tiene nada y le desprecian todos. Yo preferiría que hiciese las maletas y se fuese con su padre diciendo: 'Devuelvo la Monarquía al pueblo'». Y tras decir en la televisión austriaca el mismo día de la proclamación de Don Juan Carlos como Rey, el 22 de noviembre de 1975, y a las pocas horas del discurso de éste, que el Partido Comunista no reconocería jamás la Monarquía que personificaba Don Juan Carlos de Borbón, tan sólo diecisiete meses más tarde, el 14 de abril de 1977, día del aniversario de la proclamación de la II República, hizo unas sorprendentes declaraciones, que fueron recibidas con incredulidad por el Comité Central y la militancia del Partido Comunista, en las que aceptó la unidad de España, la Monarquía y la bandera, para posar después, detrás de una gran enseña rojigualda, con varios miembros de ese Comité Central. Y no quedó ahí la cosa porque, unos años después, declaró a Interviú (7 de mayo de 1980): «Evidentemente el Rey, no me importa repetirlo, es uno de los factores decisivos del cambio democrático» y a Tom Burns Marañón que «la autoridad que tenía el Rey sobre los militares que podían sublevarse no se la daba el hecho de ser constitucional, sino el hecho de haber sido puesto por Franco».
Y esta transformación de Carrillo se produjo porque en esos tiempos de la Transición los personajes de ambos bandos pusieron todos los medios para lograr la reconciliación y para empezar a mirar hacia adelante, cerrando así las heridas del pasado. Una actitud que se reflejó en gestos, como el de Manuel Fraga, presentando a Carrillo en el Club Siglo XXI, la colocación en la esquina de los Nuevos Ministerios de las estatuas de Indalecio Prieto y Largo Caballero junto a la de Francisco Franco, o esa fotografía increíble que, en 1996, y con ocasión del sesenta aniversario del comienzo de la Guerra Civil, publicó el diario El País en la que se veía a Santiago Carrillo y Ramón Serrano Suñer, carcelero y preso de la «Modelo» en agosto de 1936, dándose la mano con fuerza. Esto sucedió porque los protagonistas de uno y otro bando habían hecho las paces de verdad entre ellos. Ahora, 25 años después, cuando todos ellos ya han desaparecido, algunos de sus nietos han vuelto a reabrir las heridas y han resucitado los viejos rencores. Por eso, a Félix Huarte le retiran su merecida Medalla del Trabajo, mientras que se la mantienen a Santiago Carrillo. Y esa injusta e inicua medida, como español, me duele y por eso la denuncio.
José Ignacio Palacios Zuasti fue senador por Navarra.