Cómo evitar una guerra por Taiwán

Cómo evitar una guerra por Taiwán
Pictures From History/Universal Images Group via Getty Images

¿Es posible que China ataque a Taiwán en 2027? Eso creía en 2021 el jefe saliente del Comando de EE. UU. del Indo-Pacífico, Philip Davidson, quien recientemente insistió con ese análisis; pero no está escrito que Estados Unidos y China estén destinados a una guerra por esa isla. Aunque el peligro es real, no se trata de un resultado inevitable.

China considera que Taiwán es una provincia renegada, vestigio de la guerra civil de la década de 1940, y aunque las relaciones entre Estados Unidos y China se normalizaron en la década de 1970, Taiwán sigue siendo motivo de discusión... sin embargo, esas potencias hallaron una fórmula diplomática para ocultar el desacuerdo: desde ambos lados del estrecho de Taiwán los chinos acordaron que existe «una sola China». Para los estadounidenses, negarse a reconocer una declaración de independencia taiwanesa de derecho garantizaba que la relación de la isla con el continente se solucionaría mediante negociaciones en vez de por la fuerza; China, sin embargo, nunca descartó la coacción.

Durante años esa política estadounidense recibió el nombre de «ambigüedad estratégica», aunque «disuasión doble» sería un mote más adecuado: EE. UU. deseaba disuadir a China de usar la fuerza, pero también a Taiwán de provocar a Pekín con una declaración formal de independencia. Eso implicó brindar armas a Taiwán para que pudiera defenderse, pero sin una garantía formal de seguridad, ya que eso podría tentar a Taipéi a declarar su independencia.

Entonces, cuando visité Pekín en 1995 como funcionario del gobierno de Clinton y me preguntaron si EE. UU. se arriesgaría a una guerra para defender a Taiwán respondí que era posible, aunque nadie pudiera asegurarlo. Señalé que en 1950 el secretario de Estado de EE. UU., Dean Acheson, había declarado que Corea estaba fuera del perímetro de defensa, pero menos de un año después chinos y estadounidenses se mataban unos a otros en la península coreana. La lección que nos dejaba la historia era que China no debía arriesgarse.

El año siguiente, cuando ya había dejado el gobierno, me pidieron que formara parte de un grupo bipartidista de exfuncionarios para visitar Taiwán. Nos reunimos con el presidente Chen Shui-bian —cuya visita «no oficial» anterior a EE. UU. había causado una crisis durante la cual China disparó misiles al mar y EE. UU. desplegó portaaviones desde la costa de Taiwán— y le advertimos que si declaraba la independencia no podría contar con el apoyo estadounidense. Esa era la «ambigüedad estratégica».

Durante medio siglo y a pesar de las distintas interpretaciones, la fórmula de «una sola China» y la doctrina estadounidense de la ambigüedad estratégica mantuvieron la paz; pero ahora algunos analistas exigen una mayor claridad estratégica sobre la defensa de Taiwán (señalan que China es mucho más fuerte que en 1971 o 1995 y que se está oponiendo de manera más vehemente a situaciones como la visita de Nancy Pelosi —entonces presidenta de la Cámara de Representantes de EE. UU.— a Taiwán en 2022). A la potencial inestabilidad se suma que los dos presidentes taiwaneses más recientes son del Partido Democrático Progresista, oficialmente a favor de la independencia, y según las encuestas la mayoría de los taiwaneses no se consideran chinos. ¿Puede la doble disuasión mantener su eficacia?

Por su parte, el presidente estadounidense Joe Biden emitió cuatro declaraciones que sugieren que defenderá a Taiwán si China usara la fuerza, pero en todas esas ocasiones la Casa Blanca «aclaró» que EE. UU. no ha modificado su política. Su gobierno ha intentado, entonces, reforzar la disuasión militar de un ataque chino, pero sin la provocación —y los comportamientos chinos más riesgosos— que implicaría cuestionar la política de «una sola China». El objetivo es prolongar el statu quo indefinidamente.

¿Funcionará? Según Henry Kissinger, quien negoció la normalización en la década de 1970, Mao Zedong le dijo a Richard Nixon que China podía esperar un siglo para recuperar a Taiwán; pero al líder chino actual, Xi Jinping, se lo ve mucho más impaciente. Su principal preocupación es controlar al Partido Comunista de China y garantizar que mantenga el control de su país. Aunque el fracaso de una invasión a Taiwán podría poner ambos objetivos en peligro, la declaración de la independencia taiwanesa también podría llevar a que se sienta amenazado y esté más dispuesto a asumir grandes riesgos.

Las palabras de los funcionarios públicos pueden afectar este delicado equilibrio, pero en la diplomacia son las acciones lo que más cuenta y EE. UU. dispone de varias alternativas para intensificar la disuasión. Como una isla con 24 millones de habitantes nunca podría derrotar por medios militares a un país con más de mil millones de personas, Taiwán debe crear una resistencia lo suficientemente fuerte como para afectar los cálculos de Xi: debe hacerle entender que no será capaz de lograr un hecho consumado rápidamente. Para ello Taiwán no solo necesita aviones y submarinos avanzados, sino también misiles antibuque escondidos en cuevas para que sobrevivan a un primer ataque chino. Debe convertirse en un puercoespín que ninguna potencia pueda tragar rápidamente.

Taiwán es una isla a 161 km (100 millas) de la costa China, por lo que cuenta con un gran foso que dificulta la invasión, por otra parte, el mar significa que China podría aplicar un bloqueo naval para obligarlo a rendirse. Es por ello que Taiwán debe ampliar sus reservas de combustibles y alimentos, y EE. UU. y sus aliados deben dejar en claro que no respetarán un bloqueo chino. Eso implica posicionar sistemas militares estadounidenses en Japón, Australia y Filipinas, capaces de llegar a Taiwán en una semana, lo que reduciría la ambigüedad de la disuasión estadounidense.

Al mismo tiempo, EE. UU. debe mantener las características básicas de la doble disuasión: para evitar una guerra debe mostrarle a China que, con sus aliados, tiene capacidad para defender a Taiwán; y recordarles a los líderes de la isla que una declaración de derecho de su independencia sería una provocación inaceptable. Muchas cosas cambiaron desde que Nixon y Mao inventaron la fórmula de «una sola China», pero si se la combina con otros de los pasos antes señalados aún puede evitar una guerra por Taiwán.

Joseph S. Nye, Jr., an emeritus professor at Harvard Kennedy School and a former US assistant secretary of defense, is the author of Do Morals Matter? Presidents and Foreign Policy from FDR to Trump (Oxford University Press, 2020) and A Life in the American Century (Polity Press, 2024).

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