¿Cómo fue posible Bretton Woods?

La cercanía entre el 70.° aniversario de la conferencia de Bretton Woods, de la que surgieron el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y otros aniversarios históricos como el del desembarco de los Aliados en Normandía revela la ambición de sus organizadores. En un contexto de fuerte conmoción, la conferencia intentó crear un marco monetario internacional estable que pudiera servir de base para un orden global pacífico. Y lo logró, al menos por un tiempo.

Bretton Woods aún despierta poderosamente el interés de la gente (sirva de ejemplo el considerable éxito comercial de, por lo menos, tres libros recientes sobre el tema). ¿Cómo puede una reunión de un grupo de (mayoritariamente) hombres para hablar de dinero resultar tan fascinante?

Es cierto que la historia de la conferencia contiene anécdotas jugosas, como la de la esposa de John Maynard Keynes, una bailarina rusa cuyas prácticas de danza no dejaban dormir al secretario del Tesoro de los Estados Unidos, y las acusaciones al principal negociador estadounidense, Harry Dexter White, de espiar para la Unión Soviética. Pero la verdadera trama giró en torno del desarrollo sistemático de una estructura institucional sobre la que se basarían la estabilidad y la prosperidad del mundo durante al menos tres décadas.

Esa visión institucional estaba ligada a un sistema de seguridad internacional. De hecho, según el acuerdo original, las cinco grandes potencias con representación permanente en la junta ejecutiva del FMI eran Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Soviética, China y Francia: precisamente los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Aun dentro de este marco, las negociaciones fueron arduas. Entonces, ¿cómo fue posible que cuarenta y cuatro potencias disímiles, cada una de ellas queriendo proteger sus propios intereses nacionales, se pusieran de acuerdo para crear un nuevo sistema monetario internacional?

Para Keynes, la clave era que hubiera un proceso internacional de deliberación y planificación dirigido por “una única potencia o un grupo de potencias afines”. Por contraste, de una asamblea de sesenta y seis países como la fracasada Conferencia Económica Mundial de 1933 en Londres no podía esperarse la firma de un acuerdo. El rival de Keynes, Friedrich Hayek, fue más allá, al afirmar que un orden exitoso y duradero no podía salir en modo alguno de una negociación, sino que tenía que darse espontáneamente.

La experiencia de Bretton Woods corrobora en gran medida la visión de Keynes. A pesar de que hubo representación formal de cuarenta y cuatro países, los actores dominantes fueron dos: el Reino Unido y (especialmente) Estados Unidos.

De hecho, en la diplomacia financiera a gran escala, los grandes éxitos siempre surgieron de negociaciones bilaterales. Cuando a principios de los setenta se derrumbó el régimen de fijación cambiaria establecido en Bretton Woods y parecía que el FMI ya no tenía razón de ser, Estados Unidos (que buscaba mayor flexibilidad) y Francia (que buscaba la clase de previsibilidad que antes ofrecía el patrón oro) lograron revivirlo renegociando el Convenio Constitutivo del Fondo.

Pocos años más tarde, Francia, Alemania y el Reino Unido intentaron acordar medidas conjuntas de política monetaria y fracasaron estrepitosamente. Pero las negociaciones entre Francia y Alemania (que todavía llevan la voz cantante en el debate monetario de la Unión Europea) fueron mucho más eficaces. Igualmente, cuando a mediados de los ochenta hubo volatilidad cambiaria y se oyeron pedidos de proteccionismo, fueron Estados Unidos y Japón los que hallaron una solución, basada en la estabilización de los tipos de cambio.

Hoy en día, la diplomacia económica internacional está centrada en Estados Unidos y China. Desde hace algunos años se debate si el sistema económico global de inicios del siglo XXI (en el que, básicamente, las economías exportadoras emergentes ataron sus monedas al dólar para acelerar el crecimiento y acumular enormes reservas de divisa extranjera) creó en la práctica una especie de “Bretton Woods II”. ¿Podrían China y Estados Unidos formalizar ese sistema, dándole un mayor lugar al renminbi?

Siendo una negociación bilateral, ciertamente tendría margen para el éxito. Pero en Bretton Woods, el éxito también dependió de otro factor crucial: el entorno político y de seguridad global.

En primer lugar, la conferencia se celebró un mes después de los desembarcos del Día D en Normandía, cuando el fin de la Segunda Guerra Mundial parecía cercano (mucho más de lo que estuvo en realidad). Y también influyeron cuestiones internas. Como dijo antes de la conferencia el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Henry Morgenthau, Jr.: “Sentimos que debíamos actuar, porque era bueno para el mundo, bueno para la nación y bueno para el Partido Demócrata”.

Para alcanzar hoy un acuerdo similar en magnitud e influencia, los líderes mundiales (especialmente en Estados Unidos y China) deberían verse sometidos a una presión similar. Más que una posibilidad atractiva, la firma de un pacto global debería ser una necesidad urgente.

¿Qué puede convencer a los líderes chinos de reforzar rápidamente la economía global abierta que permitió el ascenso económico exportador de China? Uno de los catalizadores podría ser que el exceso de riesgo que carga el sistema bancario informal chino produjera una crisis financiera. O la competencia por el liderazgo mundial. O tal vez, el temor a un descenso del mundo hacia el proteccionismo y a que acuerdos bilaterales y regionales como la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión profundicen las divisiones entre sus respectivos participantes y el resto del mundo.

Bretton Woods demostró que se necesita una crisis seria para producir una dinámica política de reforma. El mundo actual, con todos los problemas que tiene, sencillamente no es lo bastante peligroso (al menos, no todavía) para los países que llevan el timón de la economía global.

Harold James is Professor of History and International Affairs at Princeton University, Professor of History at the European University Institute, Florence, and a senior fellow at the Center for International Governance Innovation. A specialist on German economic history and on globalization, he is the author of The Creation and Destruction of Value: The Globalization Cycle, Krupp: A History of the Legendary German Firm, and Making the European Monetary Union. Domenico Lombardi is Director of the Global Economy Program at the Centre for International Governance Innovation (CIGI) in Canada. Traducción: Esteban Flamini

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