Cómo ganar la guerra contra las drogas

Miguel Fonseca fumando cocaína en Lisboa, donde la posesión de pequeñas cantidades de droga es un delito menor. Credit Daniel Rodrigues para The New York Times
Miguel Fonseca fumando cocaína en Lisboa, donde la posesión de pequeñas cantidades de droga es un delito menor. Credit Daniel Rodrigues para The New York Times

En una escalinata rota, un pescador de 37 años mezclaba heroína con cocaína y preparaba con cuidado una jeringa hipodérmica. “Es difícil encontrar una vena”, dijo el hombre llamado Mario, que finalmente encontró una en su antebrazo y se inyectó el líquido color café. Su brazo goteó sangre, que se acumuló sobre uno de los escalones, pero él ni siquiera pestañeó.

“¿Estás bien?”, le preguntó Rita Lopes, una psicóloga que forma parte de un programa comunitario llamado Crescer. “¿No es demasiado?”, Lopes monitorea a los portugueses que usan heroína como Mario, los alienta para que intenten dejarla y les entrega hipodérmicas limpias para evitar la propagación del sida.

Hace décadas, Estados Unidos y Portugal enfrentaron muchos problemas con las drogas ilegales y ambos países tomaron medidas decisivas, pero en direcciones diametralmente opuestas. Estados Unidos emprendió una fuerte campaña para combatirlas y gastó miles de millones de dólares para encarcelar a los usuarios de drogas. En contraste, Portugal decidió aplicar un experimento monumental: despenalizó el uso de drogas en 2001, incluso de heroína y cocaína, y lanzó una importante campaña pública de salud para acabar con la adicción. Desde entonces, en Portugal se trata la adicción a las drogas como un reto médico más que como un problema del sistema de justicia.

Después de más de 15 años, es evidente cuál enfoque ha funcionado mejor. La política de Estados Unidos fracasó espectacularmente: el año pasado murieron por sobredosis unos 64.000 estadounidenses, casi el mismo número de bajas sufridas en conjunto en las guerras de Vietnam, Afganistán e Irak.

En contraste, Portugal tal vez está ganando en la guerra contra las drogas —al decidir ponerle fin—. En la actualidad, el Ministerio de Salud estima que solo unos 25.000 portugueses utilizan heroína, un descenso en comparación con los 100.000 que la usaban cuando comenzó a aplicarse la política.

Entre los portugueses, el número de muertes por sobredosis cayó más del 85 por ciento, aunque volvió a subir un poco después de que estalló la crisis económica europea en años recientes. A pesar de eso, la tasa de mortalidad por drogas es la más baja de Europa occidental; equivale a la décima parte de lo registrado en el Reino Unido o Dinamarca y aproximadamente a un cincuentavo de la cifra más reciente de Estados Unidos.

Vine a Portugal a hablar con los traficantes de drogas, usuarios y expertos en salud pública porque este país se ha convertido en un modelo gracias a la aplicación de una política que no solo es compasiva, sino también efectiva.

No se trata de ningún milagro ni de una solución perfecta. Sin embargo, si Estados Unidos pudiera lograr la tasa de mortalidad por drogas que registra Portugal, sería como salvar una vida cada diez minutos. Se salvarían casi tantas vidas como las que se pierden en la actualidad por el uso de armas y los accidentes automovilísticos.

Este tema es muy personal para mí, porque el pueblo del que soy originario, que se encuentra en el área rural de Oregon, se ha visto devastado por el uso de metanfetaminas y, últimamente, opioides. Algunos de mis compañeros de escuela han muerto y la vida de unos más ha quedado destruida; mi amor platónico de la secundaria ahora es indigente a causa de sus adicciones.

Muchas personas también vienen a Portugal para explorar cómo luce en la realidad un enfoque más inteligente basado en el interés por la salud. Delegaciones de todo el mundo vuelan a Lisboa para estudiar lo que ahora llaman “el modelo portugués”.

“Es lo mejor que le ha sucedido a este país”, comentó Mario Oliveira, de 53 años, un antiguo tipógrafo que se hizo adicto a la heroína hace 30 años, mientras tomaba metadona de un vaso de plástico que había obtenido de una camioneta. Estas camionetas son un vínculo crucial en las nuevas medidas de salud pública de Portugal, pues recorren las calles de Lisboa todos los días del año para ofrecer metadona, un opiáceo sintético, gratuitamente a los usuarios, de manera que logren estabilizarse y sean capaces de conservar un empleo.

En Estados Unidos, también existen programas que utilizan metadona y otras sustancias, pero por lo regular son muy costosos o es difícil tener acceso a ellos. En consecuencia, solo el diez por ciento de los estadounidenses que luchan contra alguna adicción recibe tratamiento; en Portugal, el tratamiento es el estándar.

“Si no pudiera venir aquí, no sé si todavía estaría vivo”, me dijo Oliveira. Relató que acostumbraba robar para mantener su mal hábito, pero ahora está tomando las riendas de su vida. Hace dos semanas, comenzó a reducir su dosis de metadona, y espera eliminar por completo su uso de opioides.

No obstante, el enfoque de Portugal tampoco es una fórmula mágica.

“Soy indigente, desempleado y ahora soy adicto de nuevo”, señaló Miguel Fonseca, un mecánico eléctrico de 39 años, mientras sostenía un encendedor debajo de una hoja de papel aluminio para transformar una pizca de heroína en polvo en vapor e inhalarlo para drogarse. Gasta unos 100 dólares al día en ello, y en el pasado ha recurrido al robo para mantenerlo.

Así que aclaremos qué hizo y qué no hizo Portugal. En primer lugar, no modificó la legislación en materia de tráfico de drogas: en Portugal todavía encarcelan a los traficantes. Tampoco legalizó realmente el uso de drogas; más bien, en vez de que la compra o posesión de pequeñas cantidades (el equivalente de hasta diez días de consumo) sea un delito, es una falta administrativa, es decir, que se considera como una infracción de tráfico.

Quienes incurren en esta falta deben asistir a una audiencia ante la “Comisión de Disuasión”, que es una reunión informal con trabajadores sociales cuyo objetivo es evitar que los usuarios casuales se vuelvan adictos.

Después de observar las audiencias y hablar con los usuarios, mi impresión es que la Comisión de Disuasión no es muy efectiva para disuadir. ¿Qué puede esperarse de una sesión de 15 minutos? Por otro lado, las sanciones penales también parecen ineficaces para desalentar el uso de drogas: los estudios académicos sobre el impacto de las campañas estrictas demuestran que por lo regular tienen un efecto mínimo.

Aproximadamente durante el primer año de la despenalización en Portugal, pareció presentarse el aumento en el consumo de drogas que sus críticos esperaban. Sin embargo, aunque el modelo portugués con frecuencia se describe tan solo como un proceso de despenalización, quizá su aspecto más importante sea la iniciativa de salud pública para tratar las adicciones y desalentar el uso de narcóticos. Mi opinión es que la despenalización por sí sola puede haber producido un aumento moderado en el uso de drogas duras, pero las acciones de salud pública aplastaron este efecto y lograron producir una baja general.

Portugal introdujo mensajes dirigidos a grupos particulares, como prostitutas, ucranianos y desertores escolares, entre otros. El Ministerio de Salud envió trabajadores a los barrios con mayor presencia de drogas para distribuir jeringas y apremiar a los usuarios a probar la metadona. En algunos grandes conciertos o eventos similares, el Ministerio de Salud autoriza que los usuarios entreguen sus drogas para someterlas a pruebas y determinar si son seguras, y luego esas drogas se devuelven al usuario. Gracias a la despenalización, es más fácil emprender estas acciones, pues las personas no temen que puedan ser arrestadas.

En general, la evidencia demuestra que el uso de drogas se estabilizó o se redujo desde que Portugal cambió de enfoque, en particular en el caso de la heroína. De acuerdo con algunas encuestas, la proporción de jóvenes entre 15 y 24 años que dicen haber utilizado drogas ilegales en el mes anterior se redujo a casi la mitad desde la despenalización.

La despenalización también facilitó el combate contra las enfermedades infecciosas y el tratamiento de sobredosis. En Estados Unidos, algunas veces las personas no se deciden a llamar al 911 cuando un amigo sufre una sobredosis por temor a un arresto; en Portugal no existe ese riesgo. En 1999, de toda la Unión Europea, Portugal registró la tasa más alta de casos de sida relacionados con drogas; desde entonces, los diagnósticos de VIH atribuidos a inyecciones han disminuido en más del 90 por ciento y Portugal ya no ocupa el primer lugar en Europa.

En un principio, Portugal fue blanco de duras críticas por todo el mundo debido a este experimento y se le consideró el punto débil en la guerra contra las drogas. Ahora se le presenta como un modelo. La Organización Mundial de la Salud y la Asociación Estadounidense de Salud Pública han elogiado la despenalización y su enfoque de salud pública, al igual que la Comisión Global de Políticas de Drogas.

Un atractivo del enfoque portugués es que es muchísimo más barato dar tratamiento a las personas que encarcelarlas. El Ministerio de Salud invierte al año menos de diez dólares por ciudadano en su exitosa política de drogas. En cambio, Estados Unidos ha gastado unos 10.000 dólares por cada hogar (más de un billón de dólares) a lo largo de décadas en una política de drogas fallida que produce más de mil muertes cada semana.

He sentido cierta aprensión ante la posibilidad de despenalizar las drogas duras por temor a que aumente la adicción. Portugal ha hecho que cambie de opinión; al parecer, su política es en esencia humana y puede salvar vidas. Sin embargo, también hay que ser realistas en cuanto a lo que es posible: el enfoque de Portugal funciona mejor que el de Estados Unidos, pero no hay ningún caso con el éxito que quisiéramos observar.

El empinado barrio Casal Ventoso de Lisboa era la zona con mayor presencia de heroína en esa ciudad hace 15 años; según recuerda Paulo Brito, de 55 años de edad, quien ha sido usuario de heroína desde los 15, era “el muro de la muerte”.

Brito logró liberarse de las drogas con ayuda de algunos profesionales del sector salud y permaneció “limpio” durante diez años; no obstante, volvió a caer hace un año, y me reuní con él en el barrio Casal Ventoso actual. Ahora ocurren menos sobredosis, pero todavía está lleno de empaques de hipodérmicas y otros desechos relacionados con los narcóticos, además de que se respira una sombría atmósfera de tristeza.

“Toqué fondo”, dijo Brito desesperado. “Estoy a punto de perder a la persona que más amo en el mundo”.

Su novia, Teresa, le ruega que deje la heroína. Él prefiere a su pareja; desea con todas sus fuerzas dejar la droga, pero no sabe si podrá hacerlo, y rompió en llanto cuando comentó: “Es como pretender boxear contra Mike Tyson”.

Con todo y su sufrimiento, Brito vive porque es portugués. La lección de Portugal para el mundo es que, aunque sea imposible erradicar la heroína, lo que sí es posible es salvar la vida de quienes la usan, si estamos dispuestos a tratarlos como enfermos y no como delincuentes, como seres humanos que sufren y necesitan una mano amiga en vez de unas frías esposas en sus muñecas.

Nicholas Kristof has been a columnist for The New York Times since 2001.

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