Cómo ganar y perder elecciones

Un cuarto de siglo cubriendo las presidenciales norteamericanas de punta a punta del país –por las primarias–, con los debates televisados y las convenciones pertinentes, me enseñaron dos cosas sobre las elecciones, expresión de la voluntad soberana de los ciudadanos:

Que las pierden los partidos con más división interna. Algo lógico, pues el que no es capaz de gobernarse a sí mismo, mal podrá gobernar el Estado.

Que las gana, aparte del más cohesionado por la razón inversa, el partido que haya logrado imponer su lema o mensaje en la campaña electoral. Los otros no tendrán más remedio que seguirle, por lo que irán a remolque durante toda ella. En realidad, se trata de haber sabido leer cuál es el ánimo o preocupación del país en aquel momento y adoptarlo como lema de campaña. Los ciudadanos se sentirán identificados con ese partido.

Cómo ganar y perder elecciones¿Sirven tales baremos para España? Lo he pensado mucho antes de abordar el tema, pues las diferencias entre los dos países son muchas, empezando porque la democracia norteamericana lleva más de dos siglos asentada y la española apenas cuatro décadas, y ya se ve cuestionada. Está, por otra parte, que aquel país es una república federal, mientras el nuestro es una monarquía constitucional, y que allí el bipartidismo tiene un arraigo a prueba de bomba y aquí todo es provisional. Pero luego he recordado que al presidente norteamericano se le llama «rey por su mandato», que nuestro Estado de las Autonomías es un remedo del federal y que si bien nuestro bipartidismo está en crisis, ha aguantado y, en el fondo, puede considerarse un bipartidismo imperfecto, con Ciudadanos como «marca blanca» del PP y Podemos como «marca roja del PSOE», aunque la verdadera vocación de Iglesias y de Rivera sea sustituir a Sánchez y a Rajoy al frente de la izquierda y la derecha del país, que es como solemos pensar políticamente los españoles. Hay, por tanto, bastantes semejanzas para aplicarnos las reglas electorales del gigantón norteamericano, así que vamos a intentarlo.

Creo que no habrá muchos que discutan que la izquierda española está hoy mucho más dividida que la derecha. No sólo hay más partidos en ella, sino que la división se extiende dentro de ellos. Podemos ha pactado con Izquierda Unida una alianza coyuntural en la que muchos ven una opa en toda la regla, con la que pueden superar en votos al PSOE, pero gobernar sólo podrán hacerlo con el apoyo activo o pasivo de éste, cuyo núcleo duro siente tanto miedo como rechazo a esa alianza, que sabe les resultará suicida, como ha ocurrido a los socialismos italiano y griego. Qué harán si quedan terceros o si algunas de sus federaciones se alían con Podemos, como algunas ya han hecho a nivel municipal o autonómico, no lo sabemos, pero que la izquierda española está más dividida que nunca ofrece pocas dudas, mientras la derecha ha resistido el ataque en tromba que ha sufrido durante los últimos años y meses, sin ver cuestionado su programa y su liderato, al menos cara al gran público.

En cuanto al lema de la campaña electoral, hemos visto un gran cambio. El 20-D, el ánimo del país era de indignación, de rabia, de venganza casi, por la corrupción, las mentiras y fraudes de los dos grandes partidos, el habernos hecho creer que éramos ricos y los únicos que se enriquecían eran ellos. Lo que explica el enorme baquetazo que sufrieron: el PP perdiendo la mayoría absoluta y tres y medio millones de votos, el PSOE obteniendo el peor resultado de su historia en democracia. Mientras Podemos quedaba a sólo 300.000 votos del PSOE y Ciudadanos obtenía 40 escaños, un gran éxito para un partido sin arraigo nacional que se presentaba por primera vez a unas elecciones generales. Un futuro prometedor para ambos.

El problema ha sido que han pasado cuatro meses negociando y discutiendo, sin ser capaces de formar gobierno. Mientras Rajoy, convencido de que nadie quería pactar con él, se refugió en sus cuarteles de invierno, contemplaba sus audaces aventuras. Se llevó la palma Iglesias que, sin encomendarse a Dios ni al diablo, montó un gobierno a su imagen y semejanza, con Sánchez como mera figura decorativa. Aunque el líder socialista hizo las cuentas de la lechera, al firmar un pacto con Rivera, al otro lado del espectro ideológico, sin pensar que era incompatible con Iglesias, que solos no alcanzaban los escaños para formar gobierno y que el PP no se prestaría a ayudarles con su abstención, tras haber insultado a un Rajoy con más escaños. Tampoco Rivera ha salido bien parado, pues aquellos que le votaron pensando que apoyaban un gobierno de centro-derecha, se preguntan hoy si no corren el riesgo de votar centro-izquierda o algo peor,

Quiere ello decir que el espectro electoral cara al 26-J es distinto al del 20-D, pese a que las encuestas apuntan un resultado parecido. Pero aún así, apuntan un cambio notable en el electorado: los partidos emergentes, pese a no tener ya el brillo y prestigio que tenían, conservan su base electoral. Se les han visto vicios que criticaban en los tradicionales –sobre todo en la búsqueda de sillones– y menos fidelidad a los principios de la que proclamaban, pero Iglesias, como queda dicho, lo ha compensando pactando con Izquierda Unida ir juntos a la elecciones –¡un millones de votos!–, lo que compensa de sobra las fugas que haya tenido, y Ciudadanos se esfuerza por mantener el voto del profesional urbano de centro, descontento con Rajoy.

Dos son las variables en esta breve e intensa campaña: la unidad y solidez que los partidos ofrezcan y el eco que su mensaje encuentre en el electorado. Que coinciden con los dos baremos señalados al principio para ganar o perder las elecciones. ¿Va a imponerse el voto de protesta el 26-J como se impuso el 20-D o el elector se acercará a las urnas con más cautela, aleccionado por lo que ha visto y oído en los pasados cinco meses? Sin duda, el núcleo duro de cada partido seguirá siéndole fiel, pero ¿qué harán los que cambiaron de bando, que fueron millones, al darse cuenta de que los nuevos partidos hacen vieja política? Y, sobre todo, los que siguen deseando un cambio, pero en la forma de gobernar, no en el sistema político que tenemos. Habrá sin duda muchos a los que no les importe, con tal de castigar a los corruptos o por esperar que el vuelco total les beneficie. Pero también habrá quienes se lo piensen dos veces. El impacto que una y otra respuesta tenga en el electorado será decisivo para votar lo mismo, para cambiar el voto o para quedarse en casa, otra de las opciones que puede crecer.

Como no quiero terminar con lo de «las urnas lo decidirán» y dejarles plantados, les adelanto mi quiniela: habrá más cambios de los que se predicen, con incremento del PP, caída del PSOE, y ligeros cambios en un sentido u otro de los demás. Lo que apunta a una coalición PP-Ciudadanos tras el 26-J, no importa lo que se hayan dicho en la campaña electoral. Empezará un nuevo partido. Casi, una nueva liga.

Si me equivoco, España va a saber qué es un gobierno de izquierda de verdad.

José María Carrascal, periodista.

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