Existe un amplio consenso sobre la inmigración como uno de los grandes desafíos del siglo XXI. En Estados Unidos está constantemente en el centro del debate político y en Europa asistimos perplejos a un fenómeno que nos comienza a desbordar: la preocupación por la inmigración fue una de las principales razones para el Brexit; en Italia ha llevado al poder a partidos euroescépticos y las reacciones sociales ante la inmigración están poniendo en riesgo la desaparición de fronteras en la UE y cuestionando la propia Unión, clave para el bienestar y la paz experimentados en Europa en los últimos cincuenta años. La llegada del Aquarius a Valencia es el último capítulo de un debate que ha marcado la política europea en los últimos años.
No obstante, la cuestión migratoria no deja de ser paradójica. Se suele plantear como un problema social, pero el análisis objetivo de la inmigración lleva a la conclusión de que tiene, al menos, tantas ventajas como inconvenientes. Sería mejor empezar a verla, y tratarla, no solo como un problema, sino como una oportunidad para nuestra sociedad. Aunque muchas de esas ventajas son conocidas, vale la pena recordar algunas.
Las sociedades más desarrolladas de Europa están envejeciendo rápidamente, reduciendo su productividad y crecimiento económico. El FMI, que no es precisamente una ONG, considera que España necesita 5,5 millones de extranjeros de aquí al año 2050 para el mantenimiento de las pensiones en España.
El banco inglés HSBC estima que si Europa recibiera un millón de inmigrantes al año, en 2025 su PIB sería trescientos billones de euros mayor que sin inmigración. La inmigración aporta dinamismo y emprendedores a la economía. El 40 por ciento de las empresas del Fortune 500 –las mayores empresas de Estados Unidos– fueron fundadas por inmigrantes o hijos de inmigrantes. Algunos ejemplos son Apple, Google y McDonald’s.
Saliendo de los grandes números de la macroeconomía, el lector sabe que tenemos a nuestro cargo cada vez más personas mayores dependientes y que este trabajo, además de las familias, lo desarrollan sobre todo inmigrantes. Es evidente que no todos son ventajas.
La inmigración plantea multitud de desafíos y exige cambios en nuestra sociedad. Sin embargo, los problemas que la acompañan, que no pueden ignorarse, sí se pueden resolver. España recibió en pocos años cerca de cuatro millones de personas la década pasada, y supimos salir airosos de ese desafío. La clave está en la buena gestión.
En Occidente hemos alcanzado un régimen de convivencia en libertad, de tolerancia y respeto, que lógicamente queremos conservar. La llegada de inmigrantes que quizá no comparten estos valores puede poner en peligro estas conquistas, y es normal que una parte importante de la sociedad los vea con recelo. Es crucial tomar medidas para que los inmigrantes realmente se integren y asuman nuestras normas de convivencia, pero no basta con imponerlo: se requieren medios y políticas para facilitar este proceso de adaptación a países, a veces, muy distintos del de origen.
No es buena gestión la llegada desordenada de inmigrantes y refugiados en algunos países de la Unión Europa, donde se acumulan por la cerrazón de otros Estados miembros. Tampoco es buena gestión limitarse a construir muros más altos o limitar los rescates de pateras en alta mar. De hecho, la mayoría de los inmigrantes llegan en avión a nuestros aeropuertos. Y en cualquier caso, la experiencia nos demuestra que, por mucho que endurezcamos las condiciones, los inmigrantes seguirán llegando. ¿Cómo podemos entonces canalizar este flujo y aprovechar esta oportunidad sin poner en peligro nuestra convivencia? ¿Cómo hacer una buena gestión de este fenómeno?
Lo más urgente es afrontar la política migratoria como un problema estructural: asumir que requiere recursos y un enfoque profesional, coordinado y a largo plazo, tanto en Europa como en España. Debemos poner medios humanos y económicos proporcionales a la entidad del desafío. Además, deben desarrollarse de forma coordinada políticas europeas activas y a largo plazo en todos los frentes que afectan a la inmigración: interior, exteriores, economía, educación, sanidad y políticas sociales. De la misma forma que para garantizar el euro hay que movilizar ingentes fondos y mutualizar la deuda de los Estados, para asegurar la continuidad de Schengen tenemos que distribuir inmigrantes y refugiados por toda Europa, con medios suficientes para su acogida.
Está muy bien acoger a un barco como el Aquarius en una situación desesperada, pero la política migratoria debe ir más allá de la respuesta de emergencia a crisis puntuales. Gestos como este son importantes, pero, por sí solos, no resuelven nada y no pueden sustituir a una visión estratégica de largo plazo. En el fondo, la única solución para evitar la emigración en situaciones desesperadas es la mejora de las condiciones de los países de origen, y para ellos no basta con asignar fondos de cooperación; se requieren medidas más ambiciosas, como, por ejemplo, incentivos fiscales excepcionales a la inversión de empresas europeas en países africanos.
El crecimiento económico de África va a generar migraciones. No son los ciudadanos de países en extrema pobreza los que más emigran: el mayor flujo de inmigrantes se produce en las primeras fases del crecimiento económico, con la mejora en las condiciones de vida y el crecimiento demográfico. Es bueno recordar las condiciones en que emigraron españoles, portugueses y turcos en los años sesenta y setenta a Europa central. El proceso fue mucho más ordenado, y muchos emigrantes volvieron a sus países de origen al cabo de pocos años. Vuelven a ser necesarias vías legales y ordenadas para la inmigración.
Por último, la política migratoria debe basarse en un discurso público que refleje tanto las ventajas como los problemas asociados a la inmigración. Presentar sólo una cara de la moneda no beneficia a nadie, salvo al político que espera ganar votos con sus mensajes infundados. El bien de nuestra economía y la defensa de nuestros valores exigen que hagamos un esfuerzo de acogida de quienes vienen a España por un futuro mejor, y que invirtamos en nuestro futuro en común.
Pese a nuestros problemas, España se diferencia de muchos países europeos por una convivencia entre extranjeros y españoles que funciona razonablemente bien y que ha evitado la aparición de movimientos xenófobos, gracias a las políticas de gobiernos de derechas e izquierdas. En un momento tan complicado como el que vive Europa, estamos en una posición privilegiada para liderar una forma distinta de gestionar las migraciones. Sería una lástima desaprovecharla.
Ignacio Díaz de Aguilar, abogado.