La exhibición en la Casa de la Excelencia Judía en Balatonfüred, un pequeño y pintoresco pueblo en la costa norte del lago Balaton en Hungría, presenta a unos 130 judíos que se destacaron en ciencia, tecnología, ingeniería y matemática, muchos de ellos de origen húngaro. Pero en la tienda del museo no hay nada que se refiera específicamente a los judíos en el contexto húngaro. A lo sumo se puede comprar una botella de vino kosher o una taza con la icónica foto de Albert Einstein sacando la lengua.
¿Es esto un problema? Quizá deberíamos celebrar la apertura de otro museo judío en Hungría, que tiene la segunda comunidad judía en Europa pero muy pocos sitios conmemorativos del Holocausto. Incluso podríamos pasar por alto el hecho de que al identificar la excelencia solamente con la investigación en ciencias básicas, el museo invisibiliza a otros destacados estudiosos judíos cuya obra se relaciona más con ideas y acciones progresistas. Una visión sesgada que sin duda agrada al gobierno húngaro actual, que financia el museo.
Pero es imposible ignorar la lamentable falta de reflexión crítica de la exhibición en lo referido a por qué incluso los judíos talentosos que sí decidió mostrar fueron perseguidos, y cómo sobrevivieron. El único objeto material y tridimensional en el museo es una placa, al lado de la entrada, que dice generalidades sobre la “maldad” y el “plan asesino”. Esta vaguedad (o más bien, este silencio) en relación con el Holocausto, y con la colaboración húngara en él, es parte de una preocupante tendencia más amplia en Hungría.
Esa tendencia se relaciona con lo que el sociólogo francés Jean Baudrillard denominó “simulacro”, que a su vez se inspira en un cuento corto de Jorge Luis Borges titulado “Del rigor en la ciencia”, en el que Borges describe un imperio tan apegado al mapa de su territorio que tras su caída, lo único que queda de él es el mapa, o sea la simulación de la tierra que alguna vez fue un poderoso imperio. Tras el colapso, escribe Borges, las ruinas sólo son “habitadas por Animales y por Mendigos”.
Asimismo, la memoria del Holocausto en Hungría y en otros países se está convirtiendo lentamente en un simulacro, lo que se debe a un cambio de paradigma (que incluye a los museos) en la memorialización del hecho. El cambio apunta básicamente a alterar la condición universalmente reconocida que hoy tiene el Holocausto como un hito moral en la historia europea, con importantes consecuencias para los valores del continente y para su política.
La situación actual de la historia del exterminio de la judería europea es producto de un largo desarrollo. En países ocupados por el ejército soviético después de la Segunda Guerra Mundial, las comunidades judías dedicaban una esquina de un cuarto en sus mal financiadas y derruidas sinagogas a documentar el Holocausto. Pero los monumentos oficiales referidos a la guerra no hacían mención de las víctimas judías.
Esta cultura de la memoria en el este de Europa cambió radicalmente después de la caída del comunismo, con la “americanización” del Holocausto; es decir (como explica el estudioso alemán de la cultura Winfried Fluck) un proceso democratizador que elimina la complejidad para poner unos hechos complicados al alcance del común de la gente. Después de 1989, la narrativa americanizada del Holocausto también llegó a Hungría. Pero sólo con la apertura en 2002 de un pequeño centro conmemorativo en una antigua sinagoga en Budapest los museos húngaros comenzaron a usar el lenguaje internacional de las exhibiciones del Holocausto. En cualquier caso, ese lenguaje no se corresponde con la cultura conmemorativa nacional húngara ni con la conceptualización religiosa de la Shoah.
La americanización de los museos del Holocausto también tecnologizó la remembranza, dando lugar a exhibiciones sin objetos históricos. En vez de eso, los visitantes usan pantallas táctiles para adaptar la visita al museo a sus propios intereses: una estrategia educativa peligrosa en un momento de creciente ignorancia del Holocausto.
La ultratecnologizada Casa de la Excelencia Judía es un ejemplo extremo. Al ingresar, lo primero que ven los visitantes es una terminal de computadora en la planta baja, en la que elegirán un científico para leer su biografía breve en un panel interactivo situado en forma muy visible en el piso de arriba. La falta de correspondencia entre los discursos internacional, religioso y nacional en relación con el Holocausto no podría ser mayor.
Otro ejemplo de este desacertado abordaje ultratecnológico es la Casa de los Destinos, un largamente planeado segundo museo del Holocausto en Budapest, cuya apertura se viene postergando desde 2014. Los vistosos edificios llevan años terminados, pero la exhibición todavía no está lista, y el guión de la exhibición es como el yeti: oficialmente nadie lo vio, y los expertos no lo han discutido jamás en público, pero muchos creen que existe.
Ningún académico húngaro prestigioso está dispuesto a colaborar con el proyecto, cuya financiación es alarmantemente opaca. El personal recién contratado del museo, que está formado por académicos israelíes y estadounidenses retirados (todos ellos varones) y cuenta con ayuda de agencias de medios, está reescribiendo un guión cuyo concepto original sigue las mismas líneas de la Casa de la Excelencia Judía. Una vez más, se usará un lenguaje insustancial y artificios digitales para oscurecer la cuestión de la responsabilidad por la matanza de 600 000 judíos húngaros.
Con una reformulación del proyecto desde cero, la Casa de los Destinos todavía podría ayudar a establecer un nuevo lenguaje y una autodefinición del significado del Holocausto y de su legado en la Hungría actual, incluido en esto un diálogo entre diferentes culturas de la memoria, entre expertos, comunidades locales y la población húngara en general.
De lo contrario, la memoria del Holocausto como hito moral se convertirá en un evanescente simulacro: cuanto más la pongan los museos en pantallas táctiles, más vacía quedará. Y pronto todos viviremos en tierras “habitadas por Animales y por Mendigos”, vendiendo unas tazas kitsch en las que Einstein nos hace burla con la lengua afuera.
Andrea Pető is a professor in the Department of Gender Studies at Central European University and a Doctor of Science of the Hungarian Academy of Sciences. In 2018, she was awarded the All European Academies Madame de Staël Prize for Cultural Values. Traducción: Esteban Flamini.