Como Irlanda para Euskadi

Me preguntaban, en entrevista, sobre la formación del nuevo Gobierno de Irlanda del Norte, por la complejidad de los conflictos irlandés y vasco: cuál de los dos resulta más complejo, desde el punto de vista de su dinámica, y más dificultoso, desde el punto de vista de su resolución. Inicialmente, no estoy seguro de que la pregunta resulte muy pertinente, dado el mecanicismo o linealidad que subyace a la misma. Esto es, la aplicación específica o concreta de una técnica, receta, etcétera, debería producir un resultado concreto y específico, cosa que todo el mundo sabe que no es factible en estas cosas de lo humano, donde dos más dos no son necesariamente cuatro. Pero se puede hacer un ejercicio de abstracción y dar por buena la pregunta para, de esta manera, plantearnos lo que hace unos años ya escribí en este mismo diario: ¿Por qué en Irlanda sí y aquí no? (06-01-2000).

Si tenemos en cuenta que en Irlanda se puede dar por 'solucionado' el conflicto, mientras que en Euskadi persiste, a pesar de tener la misma edad, inicialmente podemos pensar que lo nuestro es más complejo o ellos han sido más hábiles. Pero si observamos datos con carácter de objetividad, todo nos hace pensar que lo de Irlanda del Norte resultaba considerablemente más complejo: el número de muertos del Ulster casi cuadruplica a los habidos en Euskadi en el mismo periodo de tiempo (a contar desde 1968); el sinfín de organizaciones terroristas en Irlanda del Norte adquirió un carácter cuasi-grotesco, con una cascada de variaciones sobre los mismos conceptos (Ulster, Irlanda, unionismo, etcétera); la división social existente entre católicos-nacionalistas-irlandeses y protestantes-unionistas-británicos es de una envergadura desconocida para las gentes de esta parte del mundo; la situación económica de Irlanda del Norte, si bien empieza a mejorar, está lejos de alcanzar los niveles de bienestar económico que goza Euskadi; por no mencionar las competencias políticas que va a gestionar la nueva autonomía norirlandesa, muy por debajo del marco competencial vasco y su privilegiado régimen fiscal.

En fin, teniendo en cuenta este tipo de consideraciones, la comparación parece baladí, entre el abigarrado mundo de Irlanda del Norte y el más laxo mal-vivir de Euskadi. La dura situación que allí se ha vivido durante 40 años se diría que es más compleja que la nuestra, a razón del nivel de sufrimiento experimentado y padecido, así como por el número de elementos en relación e interactuando. Pero, al fin y al cabo, cómo establecemos qué situación es más compleja, teniendo en cuenta que cuando alguien tiene un problema suele pensar que es el más grave del mundo; un conflicto de estas características tiene un marcado carácter narcisista, emplazándose como centro del universo, hasta llegar a padecer lo que un profesor norirlandés denominó como el 'síndrome del país más oprimido del mundo'.

A nadie escapa que las comparaciones son odiosas, si bien la pregunta parece importante, dado que, en el fondo, lo que nos estamos preguntando es si lo nuestro tiene solución. Como también se lo preguntaron durante décadas las gentes de Ulster, a las que nosotros ahora miramos, como ellas miraron antes a Sudáfrica y su proceso de reconciliación nacional. No en vano, el mismo año que el IRA declara su tregua (1994) -lo que marca el 'pistoletazo' de salida al proceso de paz-, en Sudáfrica, Nelson Mandela formaba gobierno con Frederik de Klerk, heredero del 'apartheid'. Dicho proceso, que muchos dijeron que nada tenía que ver con el de Irlanda del Norte, sirvió de modelo de referencia para éstos, sin olvidar por ello que el trabajo a realizar y el camino a seguir tenían que ser propios.

Dicho esto, no es el verdadero problema que un proceso y/o una situación se pueda parecer a otro/a; poco importa el modelo de referencia, sino como declaración de intenciones y como proyección de la realidad sociopolítica de partida: está claro que no es lo mismo apostar por un modelo de resolución estilo Canadá que por un modelo sudafricano, donde se dan por sentadas una serie de consideraciones de partida, orientadas a la legitimación del proponente. Está claro que los católicos-irlandeses se sentían los 'negros' del Reino Unido al invocar a Mandela y su reconciliación como modelo a seguir. ¿Son los vascos los 'negros' de España? ¿Hay acaso vascos 'negros' y vascos 'blancos'?

El caso del País Vasco, sin embargo, tiene una particularidad que lo hace significativamente diferente a cuantos problemas haya conocido en el ámbito de los conflictos nacionales. Esta característica es la ausencia de conflicto. Dicho de otro modo, el conflicto vasco no trascurre en el ámbito de lo real, sino en el ámbito de lo imaginario, es decir, producto de «un desajuste existente entre lo real y lo posible» (A. Carretero Pasín). Acercándonos a la propuesta de Jon Juaristi, la distinción tiene similitudes con la diferencia establecida por Sigmund Freud entre 'aflicción' y 'melancolía', donde el dolor responde a una pérdida real en el primer caso (duelo), mientras que en el segundo caso la pérdida es de naturaleza ideal y sustraída a la consciencia, hasta llegar a constituirse en una manía. Fue por esto que un observador sueco que llegó a Euskadi, para analizar la situación política, se atrevió a afirmar que este conflicto era el más difícil o complicado del mundo.

Puestas así las cosas, las consideraciones a tomar resultan de lo más variadas, puesto que la realidad permite una multiplicidad de interpretaciones y de lecturas (si bien no todas son posibles). Y una de ellas es que lo ocurrido en Irlanda del Norte supone un acontecimiento relevante para lo que podría pasar en Euskadi. Nada que ver con apologías del modelo irlandés, que no suponen sino un intento de reconfigurar la realidad vasca para justificar una intencionalidad ideológica.

Se trata, antes que nada, de una actitud: la convicción y orquestación de Tony Blair (primer ministro británico) y Bertie Ahern (primer ministro irlandés), precedidos en su trabajo por John Major y Albert Reynolds; la determinación inicial de John Hume y David Trimble (premios Nobel de la Paz 1998), junto con el liderazgo de Gerry Adams y otros representantes de ambos bandos, menos conocidos, pero no menos importantes; el trabajo sordo y arriesgado de los líderes comunitarios en las zonas socialmente más comprometidas; y, sobre todo, la perseverancia, tenacidad y constancia en el trabajo, a pesar de las dificultades. Esto es, para mí, el modelo irlandés, no entendido como receta, sino como cualidad humana y punto de referencia. La misma lección que en Irlanda del Norte se pudo extraer de la Sudáfrica de Nelson Mandela.

Pablo Méndez Gallo, sociólogo y Doctor en Filosofía.