Cómo la COVID-19 puede cambiar el mundo

Cómo la COVID-19 puede cambiar el mundo

La COVID‑19 está devastando el mundo. Está en proceso de contagiar a muchos (tal vez la mayoría) de las personas, matar a algunas, clausurar las relaciones sociales normales, detener la mayor parte del tráfico internacional de viajeros y provocar un grave daño a las economías y el comercio. ¿Cómo será el mundo en unos pocos años, cuando esta grave crisis llegue a su fin?

Muchos dan por sentado que en poco tiempo las vacunas nos protegerán contra la COVID‑19. Pero esta perspectiva sigue siendo muy incierta.

Científicos de muchos países (China, Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido y otros) trabajaron a toda marcha para desarrollar vacunas eficaces contra la COVID‑19, y ya comienzan a aparecer las primeras. Podemos imaginar tres escenarios: el peor posible, el mejor posible y todas las variaciones intermedias.

Ya hay muchas señales de un incipiente peor escenario. Incluso aunque algunos países ya desarrollaron, probaron y empezaron a distribuir una vacuna eficaz, es imposible fabricar y distribuir de un día para el otro 7700 millones de dosis para los 7700 millones de personas del mundo. Al principio, el suministro será escaso. ¿Quién recibirá esas codiciadas primeras dosis? El sentido común indica que se reserven para el personal médico, porque todos los demás necesitamos que esas personas administren las vacunas y cuiden a los enfermos. Fuera del personal médico, es previsible que los ricos e influyentes encontrarán modos de comprar dosis antes que los pobres sin influencia.

Pero estas consideraciones egoístas no se aplican solamente a la asignación de dosis dentro de un país, también es previsible que haya egoísmo internacional: cada país que desarrolle una vacuna priorizará sin duda a sus propios ciudadanos. Ya ocurrió con las mascarillas: hace unos meses, cuando eran escasas, algunos envíos desde China llegaron a Europa y se desataron corridas y guerras de precios en la competencia entre países por asegurarse el acceso a los suministros. Peor aún, puede ocurrir que los países que desarrollen vacunas se las nieguen a rivales políticos o económicos.

Pero basta un poco de reflexión para comprender que una política nacional egoísta es suicida. Incluso en lo inmediato, ningún país obtendrá protección duradera contra la COVID‑19 eliminándola dentro de sus fronteras. En un mundo globalizado como el actual, la enfermedad volverá a entrar desde otros países que no hayan eliminado el virus.

Ya les pasó a Nueva Zelanda y Vietnam, donde después de detener la transmisión local con medidas estrictas, el regreso de viajeros desde otros países siguió importando nuevos casos. Esto permite extraer una conclusión clave: ningún país estará a salvo de la COVID‑19 hasta que lo estén todos. Es un problema global que demanda una solución global.

Eso para mí es una buena noticia. Tenemos otros problemas globales que también demandan soluciones globales, entre los que se destacan el cambio climático, el agotamiento mundial de recursos y las consecuencias desestabilizadoras de la desigualdad internacional en un mundo globalizado. Así como ningún país podrá mantenerse libre de COVID‑19 para siempre por el mero hecho de eliminar el virus dentro de sus fronteras, ningún país podrá protegerse del cambio climático por el mero hecho de reducir la propia dependencia de los combustibles fósiles y las emisiones de gases de efecto invernadero. El dióxido de carbono atmosférico, como la COVID‑19, no respeta fronteras políticas.

Pero el cambio climático, el agotamiento de recursos y la desigualdad plantean amenazas mucho más graves a nuestra supervivencia y calidad de vida que esta pandemia. Incluso en el peor escenario, si cada ser humano sobre la Tierra se contagiara de COVID‑19 y el 2% muriera, eso supone «sólo» 154 millones de muertes. Eso deja todavía 7546 millones de personas vivas: mucho más que suficiente para garantizar la supervivencia de la humanidad. En comparación con el peligro colectivo del cambio climático, el agotamiento de recursos y la desigualdad, la COVID‑19 es una bagatela.

Entonces, ¿por qué no nos movilizó tanto la lucha contra el cambio climático y las otras amenazas globales, como nos está movilizando la amenaza no tan grave de la COVID‑19? La respuesta es obvia: la COVID‑19 nos llama la atención porque enferma o mata a sus víctimas en forma rápida (en cuestión de días o semanas) e inequívoca. Por otra parte, el cambio climático nos destruye en forma lenta y no tan evidente, a través de consecuencias indirectas como la reducción de la producción de alimentos, el hambre, los fenómenos meteorológicos extremos y el avance de enfermedades tropicales hacia zonas templadas. De allí que hayamos tardado en reconocer que el cambio climático es una amenaza global que demanda una respuesta global.

Por eso encuentro motivos de esperanza en la pandemia de COVID‑19 (mientras estoy de luto por los amigos queridos que mató). Porque por primera vez en la historia, personas de todo el mundo se ven obligadas a reconocer que enfrentamos una amenaza compartida que ningún país puede superar solo. Y si los pueblos del mundo pueden unirse (obligados) para derrotar a la COVID‑19, tal vez aprendan una lección; tal vez hallen la motivación que necesitan para unirse (obligados) y combatir el cambio climático, el agotamiento de recursos y la desigualdad. En ese caso, la COVID‑19 habrá sido no sólo portadora de tragedia sino también de salvación, al llevar de una buena vez por todas a los pueblos de la Tierra hacia una senda sostenible.

Jared Diamond, Professor of Geography at the University of California, Los Angeles, is the Pulitzer Prize-winning author of Guns, Germs, and Steel, Collapse, and other international bestsellers. Traducción: Esteban Flamini.

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