Cómo las democracias pueden vencer a la pandemia

Europa está viviendo por una de sus peores crisis desde la Segunda Guerra Mundial. En respuesta a la pandemia COVID-19, los países europeos deberían recurrir a un instrumento democrático clásico para hacer frente a desafíos existenciales: gobiernos de unidad nacional apoyados por amplias coaliciones parlamentarias.

Tal como están las cosas, muchos países europeos, en particular Francia, Grecia, Italia, Irlanda, España, el Reino Unido, Polonia y la República Checa, están dirigidos por gobiernos que cuentan con un apoyo débil, debido a fracturas sociopolíticas más profundas. La nueva amenaza de COVID-19 llega tras una década de polarización política y revueltas populistas sin precedentes en todo el continente. En Polonia, Hungría, la República Checa, Eslovaquia y (en cierto modo) el Reino Unido, los populistas que van contra la corriente tradicional, es decir los antisistema, ahora lideran gobiernos; y, en Alemania, Francia e Italia son componentes principales de la oposición parlamentaria.

Lo que comparten los populistas de Europa es la creencia de que la democracia liberal tradicional es demasiado débil y engorrosa para manejar los desafíos del siglo XXI. Su modus operandi consiste en burlarse del papel de los expertos en formulación de políticas y movilizar al “pueblo” contra los intelectuales y otras élites.

Sin embargo, una crisis genuina ahora está desmintiendo la promesa populista de soluciones simples a problemas complejos. A medida que la pandemia de COVID-19 se ha intensificado, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hoy en día el principal jefe populista a nivel mundial, se ridiculiza a sí mismo aún más de lo habitual. Después de inicialmente descartar el coronavirus, denominándolo como la “nueva bribonada” de los demócratas, y posteriormente prometer “reabrir” Estados Unidos en Pascua, Trump está tratando desesperadamente de ponerse al día y agarrar el hilo de la situación, lo que arroja como resultado la formulación de políticas caóticas y desarticuladas, así como afirmaciones deshonestas sobre que desde un principio él comprendió la amenaza planteada por la pandemia.

En Hungría y Polonia, los gobiernos antiliberales actuaron rápidamente para introducir medidas estrictas de distanciamiento social, al mismo tiempo que consolidaban rápidamente el poder gubernamental. Pero, esta postura agresiva oculta una profunda sensación de inseguridad. Durante años, ambos gobiernos se dedicaron a consolidar su poder y atender a sus bases nacionalistas, a la vez que ignoraban el pésimo estado de los sistemas de salud de sus países. Como resultado, ambos países se encuentran cerca del final de la lista publicada por el Euro Health Consumer Index, situándose Polonia en el puesto 32 entre todos los 35 sistemas de atención de salud, y Hungría en el puesto 33.

Pero, mientras la fuerza autoritaria – el remedio no eficaz de los populistas – se enfrenta a un brutal ajuste de cuenta, los liberales europeos no pueden darse el lujo de continuar “como si nada pasara”. Debido a su carácter altamente contagioso y su alta tasa de complicaciones graves, el COVID-19 ya está ejerciendo presión sin precedentes, incluso en los países de Europa más ricos y con mejor funcionamiento. Los gobiernos europeos se ven obligados a tomar decisiones de vida o muerte que afectarán a cientos de millones de personas en el continente.

A juzgar por las experiencias recientes de China, Taiwán y Singapur, estas decisiones para ser eficaces requerirán de una disciplina extraordinaria en todos los niveles de la sociedad. La mayoría de las personas tendrán que quedarse en casa durante semanas o incluso meses, pero los médicos y las enfermeras tendrán que seguir presentándose en sus puestos de trabajo. Empresas a lo largo y ancho de muchos sectores tendrán que pensar creativamente sobre cómo preservar sus ya debilitadas operaciones básicas y cadenas de suministro.

Además, estos desafíos deberán resolverse principalmente a nivel nacional. La gobernanza multilateral a través de la Unión Europea es importante, pero son los gobiernos nacionales los que ejercen las facultades de seguridad y poseen los instrumentos para exigir la observancia de las disposiciones necesarias para manejar esta crisis. Por consiguiente, los políticos europeos deben adoptar un mecanismo de gestión democrática de crisis que ya fue puesto a prueba: un gobierno respaldado por una base política ampliada de manera considerable.

Los gobiernos que cuentan con el apoyo de todos los principales partidos políticos a lo largo de todo el espectro ideológico tienen un sólido historial de gestión de graves crisis económicas, desastres naturales y guerras. Un ejemplo clásico es el del Reino Unido en los décadas de 1930 y 1940, cuando se formaron gobiernos de unidad nacional durante la Gran Depresión y se extendieron hasta la Segunda Guerra Mundial. No fue hasta los comicios de 1945 que se reanudó la política partidista normal. Los gabinetes de unidad nacional también han sido esenciales para Israel en momentos cruciales de su turbulenta historia. Y, durante la crisis de la eurozona, se formaron gobiernos de unidad nacional en Grecia e Italia.

Los gobiernos de unidad nacional implican de un grado excepcional de poder compartido, lo que a su vez confiere la legitimidad necesaria para llevar a cabo decisiones cada vez más difíciles y costosas frente a una crisis. Asimismo, dichos gobiernos pueden recurrir a una gama más amplia de expertos y políticos experimentados para tomar mejores decisiones, y su estructura interpartidaria garantiza al menos cierta supervisión del poder ejecutivo, misma que necesariamente se concentrará más dentro del contexto de una emergencia nacional.

En el contexto político actual, la pregunta obvia que surge de nuestra propuesta es si los gobiernos de unidad también deberían involucrar a los partidos populistas. En Polonia, la República Checa y el Reino Unido, donde los populistas están en el poder, la respuesta es simple: no hay otra salida que formar un gobierno de este tipo. De hecho, para la oposición democrática en esos países, exigir un gobierno de unidad puede ser la mejor alternativa realista frente a un potencial deslizamiento hacia una dictadura al estilo húngaro.

Sin embargo, incluso en países donde gobiernan las fuerzas democráticas, los líderes deben sopesar los riesgos y beneficios que conlleva el invitar a representantes cuidadosamente examinados que pertenezcan a partidos populistas para que participen en un gobierno de unidad. La elección correcta depende tanto del nivel de apoyo público que tiene el partido populista como de cuán extremos son los puntos de vista que proclama. Al tomar la decisión, los demócratas deben tener en cuenta que, si se les deja fuera del gobierno, los populistas con seguridad tratarán de ganar puntos políticos criticando decisiones difíciles y errores inevitables.

A medida que la crisis de COVID-19 se intensifica, las operaciones normales de los parlamentos nacionales muy pronto pueden verse seriamente perturbadas. No obstante, existe abundante evidencia académica sobre que las democracias son mejores que los líderes fuertes y autoritarios cuando se trata de proteger a sus propias sociedades, especialmente a largo plazo. Después de una década de centrarse en lo que nos divide, los políticos finalmente han comenzado a enfatizar que estamos, literalmente, en esto juntos. Pero, las exhortaciones a la unidad nacional llegarán sólo hasta cierto punto. Lo que necesitamos ahora es traducir la retórica en realidad.

Maciej Kisilowski is Professor of Law and Public Management at Central European University. Anna Wojciuk is Professor of Politics at the University of Warsaw. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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