Cómo Lionel Messi desafió al machismo en el fútbol argentino

Los apasionados hinchas del fútbol argentinos crean a los jugadores que quieren ver. Adoran, regañan, analizan. Y, en Argentina, pocos han sido más objeto de escrutinio que Lionel Messi, el improbable y menudo delantero que lleva 15 años de dominio en el deporte.

A pesar de su éxito mundial, los argentinos han puesto en duda su patriotismo e insinuado que le preocupa más España, donde jugó con el F. C. Barcelona hasta 2021, que su país natal. Los periodistas lo han insultado, con un explícito lenguaje sexista, y lo han calificado de “pecho frío”. Después de haber capitaneado un equipo técnicamente inferior en la final de la Copa Mundial de 2014, su propio abuelo lo criticó en televisión: dijo que lo veía “medio flojo”.

Es probable que la Copa del Mundo de este año sea la última de Messi, de 35 años. Su desempeño ha sido admirable, con tres goles hasta el momento, y está ayudando a Argentina a conseguir su lugar en los cuartos de final, donde se enfrenta a los Países Bajos el viernes. Sin embargo, a los aficionados argentinos parece importarles tanto la trayectoria de su capitán como alzarse con el máximo trofeo del fútbol.

Lionel Messi Is the Right Man for Argentina’s Post-Macho Moment
By No Ideas

Es una diferencia llamativa respecto a cuando anunció su (breve) retiro en 2016 por no haber conseguido ganar una copa internacional. La reciente racha de victorias del equipo —solo interrumpida por una impactante derrota ante Arabia Saudita en la fase de grupos— ha ayudado en gran medida a relajar las tensiones, pero las cosas han cambiado en muchos más aspectos. Messi, al menos públicamente, sigue siendo el mismo. Argentina, por el contrario, es un país distinto al que Messi dejó en 2001, cuando era un fenómeno de 13 años. El movimiento feminista y su desafío a los patriarcas del fútbol puso en marcha buena parte de esa transformación.

Messi nunca ha encajado en el arquetipo del “pibe”, un término cariñoso en Argentina que puede emplearse a un héroe del fútbol. La figura del “pibe” nació en los barrios pobres del Buenos Aires de principios del siglo XX. Aventajaba a las élites con sus trucos y enamoraba a las mujeres con su encanto. Nadie dio vida a esa figura como Diego Maradona, quien condujo a la Argentina a la victoria en la Copa del Mundo de 1986. El incontrolable Maradona simbolizaba la rebelión contra una sociedad militarizada. El público argentino perdonó, e incluso aplaudió, su sexismo, su consumo de drogas y su temperamento, que muchos consideraban parte de su “genio”.

Por el contrario, Messi, apodado “la Pulga”, es una superestrella humilde. En la cancha, hace pucheros, refunfuña e incluso vomita. Nació en la ciudad provincial de Rosario, donde su padre trabajaba en una planta siderúrgica y su madre era empleada doméstica. Después de que le fuera diagnosticado un déficit de la hormona del crecimiento a los 11 años, la familia de Messi empezó a preocuparse por si eso suponía el fin de sus sueños futbolísticos.

Cuando el F. C. Barcelona se ofreció a sufragar sus caros tratamientos médicos, firmó un contrato en una servilleta y se mudó con su padre a España. En las raras ocasiones en que Messi habla de su infancia, recuerda el dolor que supuso la separación de su madre y sus hermanos.

Las futbolistas y sus aliadas feministas han criticado abiertamente el modelo del “pibe” y la mentalidad de “la victoria a toda costa” perpetuados por el fútbol. De paso, cambiaron —en los años que coincidieron con el apogeo de la carrera de Messi— la cultura futbolística del país.

Las mujeres empezaron a jugar en Argentina hace más de un siglo, pero los guardianes de las esencias las excluyeron con vehemencia. En las escasas ocasiones en que la asociación del fútbol del país organizaba partidos, no pagaba a las mujeres. La disparidad entre el apoyo recibido por una y otra selección nacional era una de las mayores del mundo de los deportes.

En 2017, la selección nacional femenina anunció una huelga. La corrupción de la asociación posibilitaba el acoso sexual y el desvío de los fondos destinados al desarrollo de las mujeres. Para las jugadoras, era peligroso alzar la voz, y muchas, entre ellas la excapitana Estefanía Banini, sufrieron represalias.

Las acciones de las futbolistas coincidieron con el florecimiento de un movimiento feminista conocido como #NiUnaMenos. Este colectivo, que se fundó en Argentina y después se extendió a toda América Latina, organizó huelgas generales y manifestaciones para protestar contra la violencia de género. #NiUnaMenos entendía la igualdad de género en términos muy amplios: defendía los derechos reproductivos y de las personas trans y exigía justicia racial y de clase. La legalización del aborto en 2021 —prácticamente un milagro en un país católico moldeado por un régimen militar que promovía una ideología de género conservadora— fue en gran medida fruto de este activismo.

Los aficionados también empezaron a reaccionar con más rapidez y energía a los incidentes de discriminación de género. A finales de la década de 2010, las feministas argentinas formaron comités de género dentro de los clubes, reescribieron sus estatutos anticuados, pusieron en tela de juicio los cánticos discriminatorios y crearon espacios más seguros en las gradas y las sedes para las mujeres e hinchas que se identifican como LGBTQ.

Mientras los pañuelos morados, el emblema de #NiUnaMenos, inundaban las calles de las ciudades argentinas, Lionel Messi continuó prosperando en el F. C. Barcelona. Se casó con una amiga de la infancia y se convirtió en el cariñoso padre de tres hijos. Alejándose una vez más del “pibe” aniñado e indomable, Messi parecía disfrutar de verdad cuidando de sus hijos. Y siguió dejando estupefactos a los defensas y electrizando al público. Ganó el Balón de Oro, el premio concedido al mejor jugador del mundo, en 7 ocasiones, un récord que nadie más ha batido; jugó en un equipo ganador de la Liga de Campeones; se convirtió en el máximo goleador de toda la historia argentina, y, por último, condujo a Argentina a la victoria frente a Brasil en la Copa América de 2021.

En todo ese tiempo, Lionel no dejó de desafiar al machismo en el fútbol argentino a su manera sosegada. Los estadios son parte de un ecosistema sexista donde son habituales las muestras de misoginia y homofobia; los hinchas organizados que se hacen llamar “barras bravas” han generado condiciones aterradoras durante los partidos. Messi ha rechazado esta violencia, y ha colaborado con su ciudad natal, Rosario, en su campaña contra la violencia en los estadios. En el video de la campaña pública, aparecen imágenes violentas de hinchas que se atacan unos a otros mientras Messi llora.

La escuadra argentina y su entrenador, Lionel Scaloni, son tan importantes para la redefinición de la masculinidad en el fútbol como lo es Messi. Aunque la mayoría de sus miembros juegan en clubes europeos, se formaron en las canteras juveniles argentinas, que exportan cientos de jugadores al año para competir en toda clase de ligas, desde Indonesia hasta Estados Unidos. En 2018, chicos de estas canteras alzaron la voz para denunciar los abusos sexuales que sufrían allí. Sus experiencias ayudaron a revertir el estigma asociado a la violencia sexual.

Sería exagerado decir que existe una relación simbiótica entre Messi y las feministas en su país natal. Y, por supuesto, la conducta discriminatoria sigue plagando el fútbol argentino. En las eliminatorias para esta Copa del Mundo, Argentina recibió multas y sanciones relacionadas con los gestos racistas y cánticos homófobos de los hinchas. Sin embargo, es innegable que ha habido un impulso desde el activismo de base para que se reconsidere qué valores son los verdaderamente importantes en el pasatiempo nacional de Argentina. Han hecho mella en los irascibles modelos de heroísmo, y han allanado el camino a una iconografía que parece encajar mucho mejor con Messi.

En una canción publicitaria titulada “Esta copa te la merecés”, los aficionados cantan: “Ya no quiero nada que no sea con Lio”. Sea o no capaz Messi de conducir a su equipo a la victoria frente a los Países Bajos, y después a las semifinales, puede por fin disfrutar del afecto que siempre buscó de su tierra natal.

Brenda Elsey es profesora de Historia en la Universidad Hofstra y su libro más reciente, coescrito con Joshua Nadel, es Futbolera: Historia de la mujer y el deporte en América Latina.

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