Cómo llevarse mal con Argelia y Marruecos al mismo tiempo

Ceuta y Melilla son ciudades autónomas españolas porque así lo establece la ley, la Constitución, la Historia y sobre todo el sentimiento de ceutíes y melillenses. En el caso de Ceuta, de una manera más o menos ininterrumpida ya vinculada a España y/o Portugal muchos siglos, pero de manera definitiva desde 1585, cuando Felipe II hereda el Reino de Portugal con todas sus posesiones, incluida Ceuta, tras la muerte de su madre Isabel de Portugal. Melilla lleva con la Corona española desde 1497 y fue uno de los puntos fuertes establecidos por España para garantizar la seguridad en el tráfico marítimo mediterráneo. En consecuencia, para cualquier Gobierno de España la españolidad de Ceuta y Melilla ni pueden ni deben ser puestas en cuestión. Cuanta más claridad haya a este respecto, menos posibilidad de conflicto o malentendido. Lamentablemente, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero planteó la política exterior, en general, y las relaciones con Marruecos, en particular, de una forma gravemente errónea.

Desde hace tres años y medio veníamos advirtiendo al Gobierno que plantear las relaciones con nuestro vecino en términos ambiguos, erráticos, o que se omitiese y esquivase cualquier punto mínimamente espinoso, podía acabar provocando el efecto contrario al deseado; es decir, una nueva crisis diplomática. Zapatero y Moratinos se han empeñado una y otra vez en guardar silencio o ceder y muchas veces les hemos advertido que cuando ya no hubiese nada aceptable en qué ceder, no les quedarían bazas para mantener la normalidad de las relaciones.

El presidente del Gobierno desató toda clase de rumores cuando guardó imprudente silencio en la rueda de prensa conjunta mantenida con el entonces primer ministro marroquí Driss Yetú, cuando la periodista de EL MUNDO Marisa Cruz le preguntó si había algún plan de co-soberanía sobre Ceuta y Melilla con Marruecos. Si el presidente del Gobierno, con toda cordialidad y respeto, hubiese zanjado tajantemente las especulaciones reafirmando la inequívoca posición del Gobierno sobre la españolidad de Ceuta y Melilla, hoy no estaríamos inmersos en este desencuentro. Lo que ocurre es que yo tengo mis serias dudas de que ésa fuera de verdad la posición del Gobierno socialista. Este ha sido, en consecuencia, el camino más corto hacia una nueva crisis.

Conviene recordar que no estamos ante un caso de descolonización. La ONU estableció un listado cerrado de territorios a descolonizar y ni Ceuta ni Melilla estaban en esa lista. Había tres casos en los que las Naciones Unidas establecían que la descolonización debía hacerse por medio de la restitución de la integridad territorial del país en el que se encontraban esos territorios, y eran concretamente las Malvinas, Hong Kong y Macao, además de Gibraltar. Por otra parte, conviene también recordar que el hecho de que un territorio se encuentre en un continente distinto no es en absoluto razón suficiente para poner en duda su título jurídico de soberanía; éste es el caso, por ejemplo, de la parte europea de Turquía, cuya soberanía sobre esos territorios nadie en el mundo pone en duda.

Las relaciones entre España y Marruecos han de ser una prioridad estratégica y central de la política exterior de cualquier Gobierno sensato. Esas relaciones deben ser amigables, fructíferas, cordiales y presididas por el respeto mutuo, la transparencia, la sinceridad y la confianza. Nada de esto está reñido con la defensa firme desde el respeto de los intereses de España y de los españoles. Por ello habría sido más que deseable que el Gobierno hubiese combinado estas dos premisas. Lamentablemente, la política del avestruz -que es como ya se califica en ciertos círculos marroquíes a la política del Gobierno socialista de España respecto a ese país-, lejos de dar frutos positivos, es la principal causa de la presente crisis. Rehuir las cuestiones espinosas, en lugar de generar confianza, provoca resquemor y desconfianza porque el interlocutor no sabe a qué puede atenerse en sus relaciones con el otro.

Marruecos es uno de los pilares esenciales de la política exterior de España, es el primer receptor de cooperación al desarrollo, y en su territorio se encuentra el mayor despliegue de colegios españoles e institutos Cervantes del mundo entero. Desde el punto de vista económico, hay cerca de 1.200 empresas españolas instaladas en Marruecos, si bien el nivel de intercambios e inversión dista mucho de ser el deseable. La prosperidad, estabilidad y plena democratización de Marruecos es fundamental para España y para Europa en su conjunto.

Si todo esto resulta evidente a españoles y marroquíes, ¿cómo es posible que la reacción haya sido -lamento tener que decirlo- tan desproporcionada como injusta? Hay una cierta tendencia a creer que las coincidencias no existen y que la confluencia de ciertos factores eran una conspiración deliberada de España contra Marruecos. Lo que ha habido es torpeza, ineficacia e incompetencia en política exterior, no conspiración de ningún tipo.

Se ha alegado muchas veces que existe un profundo desconocimiento de Marruecos por parte de España. Sin embargo, esta crisis ha demostrado que el desconocimiento es mutuo. Buena parte de los círculos políticos marroquíes no entienden la separación de poderes que impera en España, y, en consecuencia, la independencia del Poder Judicial español (mal que le pese al ministro Bermejo), como tampoco se entiende que los medios de comunicación españoles tienen su línea editorial. O que la libertad de expresión y el derecho a la información son un valor supremo en una democracia como la española, por lo que las críticas que sus páginas y programas hacen de Marruecos ni pueden ni deben ser mitigadas desde el poder o la política.

Marruecos considera que la reciente investigación del juez Garzón sobre el Sáhara, los incidentes de la Cañada Real y la coincidencia del viaje de los Reyes con el aniversario de la Marcha Verde son partes distintas de una conspiración provocadora de España. La realidad es bien distinta: son coincidencias absolutamente inconexas y no hay nadie -ni en España ni en Europa- que pudiera tener el poder y la influencia suficientes para hacer converger todos esos puntos con la finalidad de irritar a nuestro vecino.

Por otro lado, resulta verdaderamente sorprendente, por irresponsable e insólito, que el ministro de Asuntos Exteriores cometiese la imprudencia de inventarse una rocambolesca explicación a los incidentes de la Cañada Real diciéndole a su homólogo marroquí que se debían «a la pugna entre dos facciones en el seno del PP». Es aún más grave que esta afirmación disparatada haya sido repetida ante la agencia oficial de noticias marroquí. Los incidentes se debieron al hecho de que el Cuerpo Nacional de Policía cumplió una orden judicial y, en consecuencia, la legalidad vigente. Habrá que recordarle al señor ministro que el Cuerpo Nacional de Policía depende del Gobierno del que él forma parte: ni el Ayuntamiento ni la comunidad autónoma tienen nada que ver con esto. El desalojo de ocupantes ilegales de propiedades privadas ha sido metido en el mismo saco de la conspiración por parte de algunos analistas marroquíes, y la desafortunada intervención del ministro de Exteriores sólo ha venido a agravar la irritación de los círculos de poder de ese país.

En cualquier caso, conviene subrayar que el PP actuará en esta nueva crisis con lealtad y con plena responsabilidad, y no como hiciera el señor Zapatero cuando era líder de la oposición y viajó a Marruecos con conocimiento pero sin el beneplácito del Gobierno, en plena crisis de desencuentro entre los dos países, dando en público la razón al Gobierno marroquí. Nosotros apoyaremos al Gobierno para que este nuevo desencuentro se solvente cuanto antes; eso sí, sin merma ni efectos negativos para nuestros intereses, sin las cesiones ni las ambigüedades a las que nos tiene acostumbrados este Gobierno.

Debo reconocer que me embarga un profundo sentimiento de envidia sana de Francia, que ha conseguido lo que casi todo el mundo creía imposibl; es decir, llevarse bien con Marruecos y Argelia al mismo tiempo. Admito que he sido de los que siempre han pensado que lo uno y lo otro no era incompatible. Sarkozy lo ha demostrado con creces, puesto que ha construido unas excelentes relaciones con los dos países más importantes del Magreb. El Gobierno socialista ha logrado, sin embargo, el más difícil todavía de llevarse mal con Argelia y con Marruecos al mismo tiempo, algo que francamente no se había visto en la política exterior de ningún país europeo importante.

Conviene pedir serenidad y prudencia a nuestros amigos marroquíes. El comunicado de su Gobierno se pasó de frenada, y esperemos que sea breve la llamada a consultas de su embajador. Desde luego, se nos antoja excesiva en este contexto.

Quedan apenas cinco meses de legislatura. En este corto espacio de tiempo el Gobierno debe rectificar su excéntrica y extravagante política exterior, que ha hecho de España un país poco fiable ante sus socios y aliados puesto que sus ambigüedades, silencios y posiciones erráticas nos hacen muy poco previsibles. La política exterior para Zapatero ha sido un instrumento electoralista, con sus cordialidades con Castro, Chávez o Morales, su laxitud ante el desafío nuclear de Irán y su desastroso planteamiento en las relaciones bilaterales con Marruecos, amén de Gibraltar y otros graves errores. Va a costar mucho reconstruir nuestra imagen y la defensa de nuestros intereses. Un gobierno del Partido Popular hará lo indispensable para que España vuelva a tener el papel en Europa, en el Mediterráneo y en el mundo que merece.

Gustavo de Arístegui, portavoz de Asuntos Exteriores del Grupo Parlamentario Popular.