Cómo los directores mexicanos conquistaron Hollywood

De izquierda a derecha, Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu en los Gotham Awards en 2006 Credit Stephen Lovekin/WireImage for the Independent Filmmaker Project, vía Getty Images
De izquierda a derecha, Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu en los Gotham Awards en 2006 Credit Stephen Lovekin/WireImage for the Independent Filmmaker Project, vía Getty Images

En la década de los sesenta en Estados Unidos, una mujer de limpieza que no puede hablar y vive al lado de un artista gay se enamora de una criatura marina cautiva en un laboratorio del gobierno para experimentos relacionados con la Guerra Fría. Suena como una propuesta que haría que los productores de Hollywood retorcieran sus rostros y gritaran: “¡Siguiente!”. Pero el director mexicano Guillermo del Toro no solo consiguió un presupuesto de 19,5 millones de dólares para La forma del agua, sino que también la convirtió en una película comercial y un éxito de la crítica, que disputará 13 estatuillas en la ceremonia de los Premios Oscar este domingo.

Si Del Toro gana el premio al mejor director en los Oscar, será la cuarta vez que un cineasta mexicano se lleva el premio en cinco años, todos con películas no convencionales. Alejandro González Iñárritu ganó en 2015 por Birdman, la historia extrañamente hilarante de un actor que hacía de superhéroe y envejece tratando de ponerse serio en Broadway. Y lo hizo de nuevo en 2016 con El renacido, una película del Oeste radicalmente diferente centrada en la búsqueda de venganza en temperaturas bajo cero. Alfonso Cuarón triunfó en 2014 con Gravedad, una historia de ciencia ficción que muchos dijeron que era imposible de hacer, antes de que ganara más de 723 millones de dólares en taquilla alrededor del mundo.

Conocidos como “Los tres amigos” —el título de un libro sobre su cine transnacional—, estos directores no son los únicos cineastas mexicanos que han ganado reconocimientos en los últimos años en Hollywood. También están el director de fotografía Emmanuel Lubezki, quien tiene tres óscares; Rodrigo Prieto, quien filmó El lobo de Wall Street, Argo y Secreto en la montaña; y otro ganador del Oscar, el diseñador de producción Eugenio Caballero.

El éxito de los directores mexicanos muestra la fuerza de un círculo artístico: son amigos que, desde hace mucho tiempo, se han animado mutuamente a arriesgarse. Comenzaron a hacer sus películas cuando la industria mexicana estaba en un nivel bajo en la década de los ochenta, dominada por películas obscenas sobre bares de acompañantes y eclipsada ​​por las telenovelas. Los amigos desafiaron la tendencia con historias oscuras sobre el VIH, peleas de perros en el centro de la ciudad y horrores históricos.

Sus primeras películas en Hollywood, como La princesita de Cuarón (1995) y Mimic de Del Toro (1997) tuvieron un éxito moderado. En los años 2000 sus triunfos se hicieron cada vez más grandes, al igual que sus presupuestos; Gravedad costó 100 millones de dólares.

La mayoría de sus principales películas no han sido explícitamente sobre México, pero sus raíces aparecen de forma sutil. “Las películas de Del Toro muestran la creencia de que la gente tiene espíritus y demonios que se puede encontrar en pequeños pueblos mexicanos”, dijo el periodista de cine Salvador Franco. El estilo de Del Toro también se puede comparar con el realismo mágico literario de América Latina, ya que mezcla momentos dramáticos serios con monstruos marinos y hadas.

Las películas de González Iñárritu rompen con el optimismo moral de Hollywood para retratar un mundo más disfuncional. El renacido es una reinvención del wéstern que permite mostrar cuán dura era la vida en la frontera de la década de 1820. Cuarón muestra la aguda conciencia de clase de México, observando las intersecciones de ricos y pobres en películas como Grandes esperanzas.

En contraste, la película de Pixar Coco, nominada este año a la mejor película animada, es una celebración abierta de la cultura mexicana dirigida por un estadounidense, Lee Unkrich, con un elenco latino. Rompió récords de taquilla en México.

Los amigos directores no han enfocado sus cámaras sobre un tema que las telenovelas, las series de Netflix y películas de ambos lados de la frontera han enfocado: el tráfico de drogas que alimentó un récord de 29,168 homicidios en México el año pasado.

El propio Del Toro sufrió crímenes violentos cuando secuestraron a su padre para pedir rescate en 1997, lo que hizo que él y su familia se fueran de México. Sus dolores y luchas salen a la perfección en su propio estilo de cine, en historias que se mueven entre la vida real y la magia de los cuentos de hadas.

A pesar de que este círculo de cineastas ha triunfado, Hollywood sin embargo no ha adoptado aún a los actores latinos. Un estudio realizado por Stacy Smith de la Escuela Annenberg de Comunicación y Periodismo de la Universidad del Sur de California encontró que solo el tres por ciento de los personajes hablantes de las mejores 100 películas de 2016 eran latinos, un hecho que generó protestas de la National Hispanic Media Coalition.

Ya no estamos pidiendo equidad”, dijo el presidente de la coalición, Alex Nogales, en un comunicado de prensa en enero. “Lo estamos exigiendo”.

Los destacados éxitos de estos directores, y la forma en que han hecho que su patrimonio forme parte de películas más universales, son un recordatorio de cómo la diversidad étnica y cultural puede enriquecer la industria del cine.

Esperemos que para la temporada de premios del próximo año, el público lo vea frente a la cámara también.

Ioan Grillo es el autor de Gangster Warlords: Drug Dollars, Killing Fields, and the New Politics of Latin America y un columnista de opinión.

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