¿Cómo medir lo gratuito?

Las estadísticas económicas confiables son un bien público vital. Son esenciales para la eficaz formulación de políticas, para la planificación empresarial y para que el electorado pueda evaluar el desempeño de las autoridades.

Sin embargo, los métodos de medición de la economía se están quedando cada vez más desactualizados. Seguimos basando nuestras estimaciones en convenciones estadísticas adoptadas hace medio siglo, cuando la economía producía bienes materiales relativamente parecidos. La economía actual es radicalmente diferente y cambia a toda prisa, como consecuencia de la innovación tecnológica, el creciente valor de lo intangible, la incidencia de activos basados en el conocimiento y la internacionalización de la actividad económica.

A la luz de estos desafíos, George Osborne, ministro de hacienda del Reino Unido, me pidió hace diez meses que evaluara las necesidades actuales y futuras del país en materia de estadísticas. Si bien mi investigación se centró en el RU, el desafío de producir estadísticas económicas relevantes y de alta calidad es el mismo en muchos países.

Los últimos avances tecnológicos cambiaron radicalmente el día a día de las personas, tanto en el trabajo cuanto en el tiempo de ocio. Los avances en poder de cómputo en que se basa la revolución digital llevaron no solo a una veloz mejora de la calidad y a productos innovadores, sino también a nuevas formas de intercambiar y suministrar servicios, basadas en la conectividad.

Un desafío particular al que se enfrenta la medición económica deriva del hecho de que una parte cada vez mayor del consumo comprende productos digitales cuyo costo de provisión es cero o se financia por medios alternativos, por ejemplo la publicidad. A pesar de que los bienes virtuales gratuitos tienen claramente un valor para los consumidores, están totalmente excluidos del PIB, de conformidad con normas estadísticas aceptadas en todo el mundo. Tal vez nuestras mediciones omitan una proporción creciente de la actividad económica.

Pensemos en la industria musical. Hoy los servicios de descarga y streaming han prácticamente reemplazado a los CD, el soporte dominante de los noventa. Pero el dinero no se sumó al cambio; los ingresos y márgenes de ganancias de la industria se derrumbaron, de modo que su contribución al PIB (tal como lo medimos actualmente) puede estar disminuyendo, aunque la cantidad y calidad de los servicios estén aumentando.

Hay dos formas de obtener una estimación aproximada de cuánta actividad económica digital escapa a nuestras mediciones. Podemos usar el salario medio para estimar el valor del tiempo que las personas pasan en Internet usando productos digitales gratuitos, o ajustar la producción de los servicios de telecomunicaciones para dar cuenta del veloz crecimiento del tráfico de Internet. Por ambos métodos se llega a que incluir estas actividades en los cálculos puede sumar entre un tercio y dos tercios de punto porcentual a la tasa de crecimiento anual medio de la economía del RU a lo largo de la década pasada.

La revolución digital también trastoca modelos de negocios tradicionales. Hay una variedad de plataformas virtuales que permiten reducir el costo de búsqueda y conexión entre demandantes y oferentes, lo que destraba el mercado de habilidades (generando la denominada “economía del trabajo temporal”) y el mercado de bienes subutilizados (la “economía del compartir”). Esto también plantea problemas conceptuales y prácticos al cálculo usual del PIB. La distinción estadística tradicional entre empresas productoras y hogares consumidores deja poco margen para incluir la creación de valor por parte de los hogares.

Medir el PIB es como tratar de acertarle a un blanco en movimiento. Es probable que tras la revolución digital venga otra ola de tecnologías disruptivas, entre ellas avances en ciencia de materiales, inteligencia artificial e ingeniería genética. Conforme evolucione la economía, lo mismo deberá hacer el marco referencial de las estadísticas que usamos para medirla.

Las normas estadísticas internacionalmente aceptadas estarán casi siempre un poco desactualizadas o incompletas, ya que inevitablemente irán detrás de los cambios en la economía. Las oficinas de estadísticas nacionales deben investigar los fenómenos que las normas establecidas no permiten captar, en vez de escudarse en el cumplimiento de aquellas como excusa para no innovar.

Una solución sería instituir un programa continuo de investigación sobre el impacto de las tendencias económicas emergentes en los métodos de medición, precedido por un estudio inicial que permita calibrar su posible importancia cuantitativa. Luego esto podría servir de guía para el desarrollo de métodos estadísticos experimentales que describan los nuevos fenómenos.

Las nuevas técnicas de recolección y análisis de macrodatos, como la extracción de datos de páginas web, la minería de texto y el aprendizaje automático, son una oportunidad para los estadísticos. Los gobiernos ya poseen datos con fines administrativos, pero su uso con fines estadísticos suele demandar cambios legislativos. Liberar este tesoro de información extendería las muestras estadísticas hasta casi el tamaño de la población; aumentaría su actualidad y exactitud; y reduciría los costos que supone la recolección de datos para las empresas y las familias.

Asegurar que los datos reflejen con exactitud los cambios de la economía es una de las tareas más difíciles que enfrentan los institutos de estadísticas nacionales de todo el mundo. El éxito demanda no solo comprender las limitaciones de las mediciones tradicionales sino también formar una fuerza laboral curiosa y autocrítica que pueda colaborar con colegas en la academia, la industria, el sector público y otros institutos estadísticos nacionales, para desarrollar métodos más adecuados.

El RU no está solo ante estos desafíos. Pero debemos actuar con rapidez. De lo contrario, la velocidad del cambio económico volverá nuestras estadísticas irrelevantes para la vida moderna.

Charles Bean, a former Deputy Governor for Monetary Policy and Chief Economist of the Bank of England, is Professor of Economics at the London School of Economics. Traducción: Esteban Flamini.

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